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Columna
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Ser 'cahierista'

Vicente Molina Foix

Madrid ha dado muchos disgustos en mayo, y un milagro. En medio de las predicciones, las encuestas, las broncas, las fotos subrepticias y los silencios sospechosos, exhausto el ciudadano de izquierdas por el esfuerzo moral del -una vez más- voto útil, aniquilados todos por el recuento, escocidos por la inutilidad de los gestos escépticos, algo tuvo un comienzo esperanzador. Y no me refiero a las inauguraciones estilo Espe Jota, con la fanfarria y la propaganda pública pagada por el contribuyente, inauguraciones que, por cierto, ya han generado alguna que otra respuesta humorística; un amigo mío, lector del Dante y residente en uno de los barrios donde acaba de llegar el metro, sostiene que en varias de las nuevas estaciones de la línea, rutilantes pero muy mal servidas de trenes, habría que poner en la puerta tan pomposamente atravesada en su día por la Presidenta Aguirre este aviso a los viajeros: lasciate ogni speranza de llegar a tiempo a vuestro destino. Pues bien, en ese mismo mayo primaveral de nuestro descontento, apareció el primer número de Cahiers du cinéma España, y la revista se agotó en todos los puntos de venta de Madrid, hasta el punto de que un par de semanas después de su salida conseguirla era una tarea aventurada y casi siempre imposible: los vendedores la escondían como una mercancía preciosa, las listas de espera en algún kiosko se asemejaron a las del Teatro Real, y yo mismo vi a un comprador exaltado por la frustración esperar fuera, frente a la Torre Picasso, y arrebatarle de las manos su ejemplar al cliente que se había llevado el último disponible en la librería El tranvía. Creo que se llegó a la reventa.

Yo vi a un comprador exaltado esperar fuera y arrebatarle su ejemplar al que se llevó el último

Ahora está en la calle el número dos de la revista, y de nuevo su aparición coincide con otra batalla política: el cierre patronal (lo que en tiempos del sindicalismo histórico se llamaba lock-out) de una mayoría de salas cinematográficas el pasado lunes. Yo lo celebré a la contra; con mi ejemplar de Cahiers en las manos me pasé el día en el cine, tres películas, tres, yendo en una romería reivindicativa pero también lúdica de los Verdi (Belle Toujours, un Oliveira de bolsillo lleno de venenoso humor) a los Golem (El violín, la modesta cinta mexicana que ha arrasado en los cines de su país) y desde allí, como broche de la jornada, a los Renoir Retiro, donde disfruté con la rigurosa inteligencia y las actrices y actores portentosos de La soledad de Jaime Rosales. En los intermedios de una y otra película, en los cafés donde reponía fuerzas y en los trayectos de metro iba leyendo el dossier que el número 2 del Cahiers español le dedica al pasado festival de Cannes, con una acertada combinación de textos escritos por los colaboradores españoles de la revista y el originario equipo de redacción francés. Si los exhibidores del cierre patronal se salieran con la suya y dictaran sus normas a la americana, ni La soledad, ni El violín ni Belle Toujours llegarían a las pantallas españolas, ni tampoco el 95% de las películas de Cannes se verían aquí, con lo que, al igual que sucedía en los años 60 y 70 del pasado siglo, los cinéfilos de hoy tendrían que contentarse con leer en Cahiers y otras publicaciones especializadas el mero relato del buen cine que se pierden. Yo fui uno de esos lectores adolescentes -envidiosos a la fuerza- del primer Cahiers du cinéma, que entonces tenía entre sus críticos a gente como Truffaut, Rohmer, Rivette o Téchiné. Y ser cahierista era para muchos no tanto una militancia como una mística, que el poeta (y cinéfilo más templado) Antonio Martínez Sarrión glosó con irónica ternura en un poema que circuló, copiado a mano, entre los fans y se publicó anónimamente en las páginas de la revista Film Ideal, una especie de sucursal de Cahiers en España.

En Madrid, algunos de mis amigos fueron pilaristas, y la proclamación "Soy pilarista" la siguen teniendo a mucha honra. Yo estudié el bachillerato en otro colegio de provincias, no en el Pilar, pero mi escuela de cine y, porqué no decirlo, también vital, la tuve en las páginas de Cahiers, que no sólo hablaban de los mejores cineastas europeos como Bresson, Rosellini o Dreyer, sino también, y más primordialmente, del gran Hollywood, el de John Ford, Otto Preminger, Hitchcock o Hawks. De ahí que el poema de Sarrión iniciara su guasa, en versos que cito de memoria, a partir de una película que nos hacía delirar, Carmen Jones: "Cahierista, sí, soy, cahierista, /y adoro con fruición una manzana / que Dandridge arrojaba / en un film de Preminger, realista".

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