Hombre corriente
En la primavera de 1994 el politólogo italiano E. Galli della Loggia explicó el triunfo de Forza Italia, la coalición de derechas improvisada por Berlusconi pocos meses antes, en base a la hegemonía de aquello a lo que nuestra clase política suele referirse como "problemas reales y concretos que afectan al hombre de la calle". Éstos tendrían ya muy poco que ver con los ideales más o menos de la izquierda clásica y entre ellos figurarían los salarios, el consumo o el ocio. Sin duda como explicación, tanto en la Italia de hace más de un decenio, como en el País Valenciano actual, resulta tentadora, de comprensión fácil, sustentada sobre una especie de autoevidencia. De hecho, ya se oyen las voces críticas de lo ocurrido el domingo 27 de mayo que van en esta dirección. La izquierda -vienen a decir- no se ha enterado de lo que ha cambiado la sociedad valenciana, de la percepción positiva que tiene de la marcha de los asuntos públicos y privados, tanto como para poder no reparar en absoluto en los casos de corrupción o en la depredación del territorio. Se olvida, sin embargo, que, aunque suene a paradoja, esta sensación de cambio es lo más estable y duradero que los hombres del primer mundo han vivido en los últimos cinco siglos y que, por tanto, no es nada que vaya asociado necesariamente al paso por el poder de una derecha moderna y pragmática, especialmente dotada para conectar con los "problemas reales" de la mayoría. Si esto no fuera cierto, la izquierda tendría que acudir a las grandes sedes de la derecha y aplicarse en el estudio del pragmatismo. Sospecho que no sea esa la solución.
"Estamos ante una coyuntura que favorece a la derecha, pero con unas contradicciones que forzarán un cambio cercano"
Mucho me temo que, caso de no imponerse la sensatez y, sobre todo, la prudencia, nos encontremos con dos bandos de opiniones: uno que acusaría a la izquierda de haber perdido por ser demasiado anacrónica -léase ideológica-, el otro: por serlo demasiado poco. La realidad, sin embargo, es más compleja que uno y otro, y que los dos juntos. Es evidente que, salvo casos muy puntuales, la corrupción asociada al urbanismo desenfrenado ha empañado muy poco el triunfo de la derecha. Y es verdad que el discurso del PSOE en este caso pecó de oportunista al improvisar un discurso crítico con el desarrollismo que, sin embargo, procuraba evitar hacer cuentas con el reciente pasado socialista, lo cual habría abierto heridas internas, pero habría otorgado una imagen de credibilidad que habría permitido combatir en condiciones más paritarias al discurso ramplón del PP, tal como ejemplificó Carlos Fabra la misma noche de las elecciones. Celebró su victoria en términos de derrota de la ecotasa y de la moratoria urbanística. No es el único caso. Proyectos más que discutibles se han visto de golpe rehabilitados después de las elecciones.
Por lo que respecta a EU, tengo la impresión que, más allá de las declaraciones de principios, la presencia del problema que tratamos "en detalle", resulte más bien anecdótica en el centro de sus debates. Que se me entienda: no digo que no les preocupe, ni que su atención sea meramente coyuntural. Creo, por el contrario, que su interés, en líneas generales, resulta ejemplar, aunque irremediablemente abstracto. ¿En qué momento se han planteado el grado de incidencia que su discurso "sostenibilista" pudiese tener en tantos de sus votantes que en contadas ocasiones pueden permitirse pisar una playa o un parque natural y que, cuando lo hacen, no reparan, en aras al limitado tiempo de ocio de que disponen, en los bien visibles atentados paisajísticos y medioambientales? ¿Significa esto que estemos fatalmente abocados a un progresivo trasvase de votos ideológicos hacia las cuencas de las ventajas y placeres reales e inmediatos: paellas multitudinarias, visitas del Papa, tracas y castillos, todo ello mucho más alcanzable que algo tan lejano como un desarrollo sostenible, que disfrutará no se sabe quién de no se sabe cuál generación futura? Creo que esto, en esencia, es compatible con la advertencia de Joaquín Azagra a la que se refería J. Torrent en EL PAÍS el 29 de mayo, según la cual existían amplias capas sociales que ven la política económica de la derecha de este país como favorable a sus intereses y, en consecuencia, la izquierda debía tomar buena cuenta de ello. Estoy de acuerdo en tanto se trata de un dato, contrastable con otros datos como, pongamos por caso, la existencia de otras capas tradicionalmente conservadoras que han visto sus intereses, y hasta el mismo derecho a la propiedad, directamente amenazados por los intereses y políticas agresivas del PP. Creo que sea esta la explicación de lo ocurrido en algunas de las poblaciones de las Marinas -Dénia, Xàbia, Benissa, Calp, Altea o La Vila- que han decidido tomar la contraria, distanciándose, además, en muchos casos, de su comportamiento electoral tradicional. Por limitada que resulte, esta tendencia no debería escapar a la atención de los que ahora tratan de explicar la derrota. Ha sido en algunos lugares dónde la voracidad y ambición de ciertos sectores del PP ha destruido la ilusión de su gente corriente, dónde les ha sido arrebatada la mayoría. Lugares que no se han distinguido nunca por su izquierdismo.
Lo que digo, por supuesto, como cualquier otra tesis empírica, exigiría innumerables ajustes y adaptaciones al caso. Lo que en el fondo está en juego es la misma veracidad de las opiniones que conducen al hombre de la calle a votar en un determinado sentido. Dicho en otros términos: ¿acaso es posible que las verdades acerca de los problemas reales y concretos se den de bruces contra los grandes nombres y teorías de la verdad de la tradición, la de la filosofía y la ciencia, la Ilustración, el humanismo y las artes, sin los cuales ni siquiera podría pensarse en esas ofertas técnicas que seducen a la mayoría? Creo que en este momento es la derecha quien saca un mayor partido a la ficción de esa separación. Frente a ésta, el discurso de izquierdas resulta tardío y titubeante, nostálgico de unos tiempos futuros en que se impondrá la verdad y la sensatez, frente a la indiscutible eficacia mediática de la derecha. Estamos, pues, ante una coyuntura que aquí, o en Madrid, favorece a la derecha, pero ni lo hace sobre la base de una necesidad inescrutable, ni, tampoco, de modo que impida reconocer cómo, en su interior, ya se están gestando las contradicciones que forzarán a un cambio en el futuro, cercano incluso. Claro que en esto mucho tendrá que decir la capacidad de reacción de la izquierda, sobre todo, por lo que hace a los tiempos en que se desarrollará la comedia. Durante la campaña electoral, en un debate televisivo, donde se abordaba la tan discutida intervención de Miguel Sebastián, oí a una representante de la emisora episcopal arremeter contra él, porque en este país éramos católicos y tolerantes, frente a los nórdicos puritanos. De seguro, si la izquierda permite que grandes tesis de la historia social, como la expuesta por Weber hace ya un siglo, se vean reducidas a este grado de trivialidad, además de mentira no sólo alargará su período de oposición, sino que comprometerá seriamente su identidad en el futuro.
Francesc Morató es profesor de la Universitat Jaume I.
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