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Columna
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Cocodrilos en los pies

¿Somos lo que calzamos? ¿Cocodrilos en los pies? Ya están aquí. Aún no es el calzado de moda, pero tienen todos los números para ser los zapatos del verano. Lejos de los sofisticados zapatos de piel de cocodrilo, son una extraña mezcla de los zuecos de hospital y esas sandalias de goma que nos ponían de pequeños y que tanto lamentamos no haber traído cuando nos bañamos en un fondo rocoso. La marca original se llama Crocs, abreviatura de crocodile, a cuyas fauces recuerdan si se les mira de frente. Hace cinco años se presentaron en un salón náutico de Florida y allí iniciaron una venturosa travesía que les ha hecho recalar en los puertos de medio mundo y claro está en esta Valencia de la Copa del America y por añadidura en todos los clubs náuticos desde Vinaròs a Pilar de la Horadada.

Dicen que la clave del éxito ha sido que se los pongan los famosos y que Matt Damon, Jack Nicholson, Al Pacino, Paris Hilton, Ben Affleck y Kate Winslet ya los llevan. El doctor House aún no se los ha calzado, pero aseguran que, aunque cueste verlos en pantalla, en Anatomía de Grey no se los quitan de los pies. Y a pesar de que en Le Monde han criticado los Crocs por su "terrible falta de elegancia" y por "su ausencia total de feminidad", también parece que han empezado a desembarcar con éxito en la Francia de Sarkozy, donde representan el nuevo estilo en calzado, frente a los eternos retornos de otras zapatillas. Por ejemplo, las Victoria de colores, que tan felices se las prometían esta primavera; o las aburridas chanclas de dedo; por no hablar de las tradicionales alpargatas a juego con unos polos, que sin haber pasado jamás de moda, ahora, como la derecha, vuelven con más fuerza que nunca.

Las sandalias caimán no han tenido sin embargo un éxito fulgurante. Primero tuvieron que vencer el rechazo que, a primera vista, produce ese mazacote de plástico en el que da la impresión de que los pinreles se vayan a cocer en su propia salsa. Por favor ¡qué dice usted! los auténticos Crocs están hechos de un material innovador, realizado a partir de una resina especial, exclusiva y patentada, que evita los microbios y la transpiración excesiva. Pero lo curioso del asunto es que los amigos, conocidos y saludados que usan los de imitación, que puede adquirirse por la sexta parte del precio de los originales, dicen que son estupendos. Son cómodos, de pisar blando, cálidos en invierno y frescos en verano, aseguran encantados.

Y es que una de las claves del éxito de estos gomosos zuecos reside en la imitación. Una imitación que como sucede tantas veces, lejos de hundir a la marca original, la consagra, confiriéndole, como un espejo a la inversa, su prestigio. Y así, en sólo tres años, los beneficios de la compañía que los fabrica han pasado de apenas 700.000 euros a casi 250 millones. Ahora, junto al caimán original, la marca está diversificando la oferta con otros modelos y unos pines para personalizar el invento, que permiten incrustarles florecitas de colores, personajes de Disney, o el lazo contra el sida.

Somos lo que comemos, decía Brillat-Savarin y repetía, sin citarlo, Josep Pla. Sí, en efecto, somos lo que comemos, pero también lo que calzamos. Hablamos con las manos, pero también con los pies. Se celebran estos días los treinta años de las primeras elecciones democráticas y vuelve otra vez a loarse una santa transición que llevamos años conmemorando con la menor excusa, a propósito de cualquier efeméride, pero sin que se haya rendido el homenaje que se merece a las Chirucas, sin duda el calzado del antifranquismo. Las chirucas eran las botas testigo de un tiempo en los que, necesariamente, había que andar con pies de plomo. Y si unas Nike o unas Adidas diseñadas en América y producidas en Asia, que lucen tanto los famosos como los que desembarcan de las pateras, han marcado el éxito y la miseria de la globalización, las sandalias caimán nos hablan también de nuestro tiempo y sus lágrimas de cocodrilo. Tiempos de globalización sí, pero también tiempos de calentamiento global, de los que estos zuecos de plástico, con sus agujeros que recuerdan a los de la capa de ozono, son una excelente metáfora.

Por lo demás, preguntarse a estas alturas qué papel juega en esta historia la tradicional industria valenciana del calzado, no deja de ser una inconveniencia en unos días en que nuestra región avanza en marcha triunfal.

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