Un programa de gobierno
El sociólogo José María Tortosa recomendaba, en un artículo reciente, fijarnos en la actuación de los personajes secundarios para descubrir las intenciones reales de un partido político. A este respecto, señalaba cómo las declaraciones de Bárbara Bush sobre Irak o el Katrina revelaban mejor el pensamiento de los republicanos que las efectuadas por su marido. La propuesta de Tortosa puede resultar útil en los Estados Unidos o en otros países donde la política sea más sofisticada y menos visceral que en el nuestro. En España, en cambio, dudo que sea preciso aplicar este método. Para conocer las auténticas intenciones del Partido Popular en la Comunidad Valenciana, no hay que vigilar a ningún secundario: basta observar las acciones de Francisco Camps.
¿Cuáles han sido las primeras decisiones de nuestro presidente, tras su clamorosa reelección? ¿Proponer un gran acuerdo con las fuerzas económicas y sociales que asegure el porvenir de la Comunidad Valenciana? ¿Anunciar un plan destinado a la investigación que, en unos años, nos coloque a la altura de las regiones más avanzadas de Europa? ¿Prometer un presupuesto y unas acciones para la enseñanza similares a las de Finlandia, ese país que tanto decimos admirar? Ninguna de ellas. La primera decisión de Francisco Camps ha sido acudir urgentemente a Londres para firmar el contrato de una carrera de automóviles. Sí, el contrato de una carrera de automóviles. Esa ha sido la principal preocupación del presidente de la Comunidad Valenciana. Acto seguido, ha ordenado la construcción de un circuito urbano que deberá concluirse con la mayor brevedad. ¿No hay implícito en esas decisiones todo un programa de gobierno? Yo creo que esas dos resoluciones informan sobre los planes de Francisco Camps de un modo más fiel que cualquiera de los discursos que pronuncie en el futuro.
Aunque Camps continúe afirmando, como ha hecho en el pasado, que la enseñanza es una de sus inquietudes, no hemos de hacer demasiado caso a sus palabras. En lo que de verdad cree nuestro presidente es en los grandes espectáculos, por los que siente devoción. Esa es su línea de trabajo y, como político preocupado por mantenerse en el cargo, puede que no le falte razón. ¿Quién hablaría este año de Kassel de no contar la Bienal con la presencia de un famoso cocinero? Seamos realistas, si el Gobierno suprimiera de inmediato los barracones de las escuelas, no obtendría, ni de lejos, el eco que le proporcionará la presencia de Fernando Alonso en las calles de Valencia.
Por eso resulta difícil que en esta barahúnda llegue a oírse una voz sosegada como la del rector Francisco Tomás. Las palabras tan acertadas que acaba de pronunciar este profesor sobre la situación de nuestra universidad, tendrán una repercusión muy escasa. Es improbable que el Gobierno -y tampoco, seamos realistas, la propia universidad- las escuche con la atención y la seriedad que se merecen. Y, sin embargo, la preocupación que expresa Tomás nos concierne a todos los valencianos, pues sus efectos los percibiremos en un futuro cercano. Es cierto que la universidad tiene problemas para responder a las demandas de la sociedad, como ha señalado Tomás, pero también es verdad que las exigencias que plantea la sociedad valenciana son menores cada día. Yo diría, cargando un poco las tintas, que, tal como están planteadas las cosas en este momento, el futuro de la universidad valenciana es convertirse en un centro superior de formación profesional. Eso, y no otra cosa, parece ser lo que la sociedad requiere.
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