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Columna
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El odio

El odio es uno de los mayores fermentos de la política. Da igual lo que firmen los partidos, es insignificante que se amenace con expulsar a alguien: si el odio entra en escena nubla el entendimiento y deja de lado cualquier afán para construir, cualquier sentimiento de solidaridad o de pertenencia a una organización. Muchos concejales han desoído las directrices de sus partidos y han pactado con antagonistas. Tiene algo bueno ver a IU con Falange o al PP con IU: nadie podrá reclamar el espíritu de la Guerra Civil cuando partidos contrapuestos son capaces de ponerse de acuerdo. Cosa distinta es que lo que motive el pacto sea el mismo impulso que provocó la guerra: el odio, el rencor, el deseo de exterminar al adversario. Es cierto que el ejercicio prolongado del poder crea situaciones de cacicazgo. Pero los concejales de IU en Chiclana, Algar, Olvera, Ardales, Camas o los del PSOE de El Coronil no pensaban en el bienestar de sus vecinos, sino en ajustar cuentas. Hay casos donde lo que ha primado es el ansia de poder y el deseo de vivir de la política: la mezcla de la codicia y la ambición. Ninguna otra cosa puede llevar a compartir gobierno a IU y al PP. Camas y Chiclana son dos poblaciones importantes donde no se puede pensar que los concejales sean unos pobres ingenuos a pesar de lo cual han rechazado el criterio de la organización bajo cuyas siglas se han presentado. Es verdad que hay muchos concejales de IU en pueblos donde se afiliaron para formar una lista, por lo que no tienen el más mínimo sentido de pertenencia a un partido o a ideología alguna. Hay antiguos socialistas que cuando su partido no les quiso como concejales vieron en IU la oportunidad de ajustar cuentas, como es el caso de Chiclana. Luego se puede envolver el muñeco con la regeneración, las manos limpias, las auditorías y todas las zarandajas imaginables, pero a la postre entre el odio, el deseo de tener un salario del presupuesto y el afán de mando, ¿quién se para a pensar en ideas, en proyectos y en otros conceptos? Para qué hablar de cuando se quiere explicar un pacto entre los extremos del arco político, eso que se llama antinatura, con la excusa de que se anteponen los intereses del pueblo a los del partido. Detrás de las grandes palabras siempre hay alguien con intereses inconfesables. Oigo eso de "¡Por Chiclana!" y pienso en la cartera. Tras las grandes palabras siempre hay intereses espurios. "¡Por Camas!" y es gente que quiere su sueldo porque no tiene trabajo, no les gusta el que tienen o prefieren coche oficial, secretaria y móvil. Eso de levantar alfombras y otras metáforas de uso corriente sirve para entretener al pueblo soberano y ofrecer alguna explicación, por peregrina que sea.

En ese aspecto, ver a comunistas y falangistas juntos llama poderosamente la atención. O ver a un empresario denunciado por la Inspección de Trabajo por tener empleadas sin contrato (Chiclana) que va a gobernar con unos concejales que se dicen representantes de la izquierda lleva a pensar en la letra de La Internacional. ¿Dónde están los parias de la tierra, la famélica legión? ¿Qué pasa con las mujeres que hacen muñecas y no tienen contrato? ¿Eso es la regeneración ética? La tentación del poder es irresistible, sobre todo cuando hay gente que se ve con el acta de concejal sin sentirse parte de las siglas bajo el que se ha presentado: sus venganzas y ambiciones están por encima de sus lealtades o ideas, si algún día las tuvieron.

No hace falta la reforma electoral que ahora se pide porque algunas alcaldías hayan cambiado de manos o porque haya habido pactos extravagantes para desbancar al más votado. Basta con una ración de ética y de sinceridad con los electores. Si uno de IU quiere pactar con el PP, que lo diga antes a su partido y a los ciudadanos para no engañar a nadie. Y atentos a los anunciados expedientes de expulsión: a ver cuántos de los concejales de IU seguirán en el partido a pesar de las impostadas declaraciones de Valderas. Llega la hora del pragmatismo.

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