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Ainhoa Arteta confirma en el Rosalía su idilio con A Coruña

Tras el recital de Patrizia Ciofi del jueves 7, llegó el turno de la soprano vasca Ainhoa Arteta. Su recital con el pianista británico Roger Vignoles puso otra vez el cartel de no hay billetes en el Teatro Rosalía Castro de A Coruña. La soprano vasca siempre atrae mucho público en A Coruña. A principios de esta temporada había celebrado un recital en el Palacio de la Ópera con gran éxito. Bien puede ser éste una de las causas del ambiente de gran expectación que se respiraba en el Rosalía. La larga e intensa ovación de bienvenida que le dedicó el público confirmó el mutuo cariño que se tienen el público coruñés y la cantante tolosana.

La primera parte estuvo dedicada a la canción romántica y la melodie francesa, con obras de Charles Gounod, Georges Bizet, Reinaldo Hahn y Ernest Chausson. Arteta fue templando poco a poco la voz, mientras hacía crecer la temperatura afectiva en su auditorio, con mejores y más rápidos resultados en esto. Aquélla apareció en todo momento con una colocación un tanto irregular, un incómodo vibrato, largo y continuo, y una dinámica en ocasiones descontrolada. Le premier jour de mai y Ce que je suis sans toi, de Gounod, fueron dos muestras de uno y otras. En L'adieu de l'Hôtesse Arabe, mejoró la expresión vocal, si bien los pasajes en forte resultaron algo destemplados y le costaba encontrar la afinación exacta, en un continuo ejercicio de lo que los cantantes llaman recercar, acercarse a la nota tanteando por abajo y por arriba.

Un gran acompañante

Entre Bizet y Hahn, un solo de Débussy a cargo de Vignoles, como respiro para la cantante. El británico, un habitual en Galicia, es reconocido como pianista acompañante de excelente calidad. Desde las primeras notas, imprime el más adecuado carácter a cada composición y sabe mimar a sus acompañados en un impecable ejercicio de estilo y primoroso cuidado de la intensidad sonora Su Dr. Gradus ad Parnassum, de Débussy, tuvo técnica y estilo, pero le faltó algo del brillo que sí tuvo la Dedicatoria, de Turina, en la segunda parte.

Arteta terminó de meterse al público en el bolsillo en gran medida por el hábil manejo de su gestualidad y gran presencia escénica, y en menor por su buen hacer vocal. El repertorio de canciones españolas que ofreció, de Obradors, Granados y Turina, fue elevando la respuesta del público. A las cuatro de Obradors y a las Cuatro tonadillas de Granados les faltó vocalmente algo del garbo que derrochaba su cara. Sus ojos fueron más punzantes que su voz.

Pero donde se desbordó todo el Rosalía fue en los bises. La deliciosa Canción de cuna para dormir a un negrito, de Montsalvatge y el aria O, mio babbino caro, del Gianni Schicchi (Puccini) subieron la temperatura al punto de ebullición. Arteta se despidió mostrando su esperanza de "cantar algún día ópera en A Coruña".

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