El fuste del presidente

La emisión de sendos reportajes sobre la vida de Adolfo Suárez, en televisión, el pasado martes me ha hecho recobrar, más si puede, el interés por nuestro primer presidente constitucional. Como tantos grandes personajes históricos de larga proyección, tuvo unos comienzos difíciles por la época que le tocó vivir y una vez nombrado presidente del Gobierno se puede afirmar, sin exagerar, que se pueden contar con los dedos de una mano las personas que confiaron de primera hora en su proyecto político. Aquellos que le criticaron tan ferozmente durante sus años al frente de los destinos del país luego se convirtieron en admiradores y amigos del político abulense, resaltando una de las mayores virtudes personales de Suárez: la conciliación y la capacidad de concordia.

España tiene la mala costumbre de comportarse más como madrastra que madre enviando al olvido a sus grandes personajes y recuperarlos demasiado tarde. Con la figura de Adolfo Suárez no se ha cometido tal vileza puesto que ahora estamos recuperando, gracias a la valorización de su figura, la etapa histórica de la Transición y revalorizamos ese tipo de liderazgos ante la carencia de los actuales. Los años de su presidencia fueron trepidantes y toda la obra realizada no fue fácil ni sencilla: convocatoria de elecciones libres, legalización de partidos políticos y sindicatos, elaboración de una Constitución de consenso... y todo ello trabajado en las más difíciles circunstancias ante la desunión de sus propios compañeros de partido, las críticas aceradas de la oposición y, lo más terrible de todo, el sanguino terrorismo que no nos ha dejado de golpear desde entonces y que llenó de plomo aquellos años que los españoles estaban decidiendo su futuro. Adolfo Suárez, debido a su enfermedad, ya no es capaz de recordar pero nosotros, el pueblo español, sí recordamos y aunque yo haya nacido en democracia me considero heredero de aquel tiempo crucial que llamamos Transición. Gracias, presidente Suárez.