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Columna
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Retratos de la derrota

Miguel Sebastián figura ya en el museo de los socialistas madrileños: una sombría galería de la derrota que inauguró Juan Barranco, víctima de las malas artes. Fernando Morán también está allí, pero por otra razón: cuando pudo ser cara del triunfo, Felipe González no lo quiso, y cuando se había pasado de cocción ya no estaba para ganar ni se le veían ganas. Y quizá fue el perfil del ex ministro de Exteriores, tan cercano a Tierno Galván y tenido por algunos como su heredero intelectual, aunque muy distintos, lo que llevara a los técnicos en mercadotecnia de la época Zapatero a descartar reediciones de Tierno -ni oír hablar de un Peces-Barba- y a excluir a los maduros, varones y humanistas, del perfil del candidato que querían. Apareció así Trinidad Jiménez, joven y mujer, que posee además otros méritos, pero no quedaron contentos, y pasó a engrosar la galería de perpetuas.

Ni Sebastián ambicionaba ser candidato ni Zapatero le concedió con eso una prebenda

No sé si entonces se quebró el diseño de marketing, el género del candidato pasó a ser lo de menos y la exigencia de juventud sufrió una rebaja, pero lo cierto fue que la foto del nuevo candidato que la inspiración del laboratorio de Ferraz proponía, a la vista de las elecciones de 2007, parecía volver a ser la del rostro conocido y la experiencia política no constituiría una incomodidad. Y eso que aún la realidad no los había desmentido como ahora, con el socialista Jerónimo Saavedra, 70 años, logrando en Las Palmas la mayoría absoluta para ser alcalde. Así que trataron de recurrir a su galería histórica, sin que se sepa si fue por propia determinación, si les llegaron recomendaciones desde fuera o si, mientras meditaban, el rumor de la calle les imponía los nombres. Esto supuso que tuvieran que desmentir Javier Solana y Felipe González que se hallaran dispuestos a ser alcaldes, que les librara Dios de ese cáliz, y hasta la vicepresidenta Fernández de la Vega hubo de negar cualquier súbita vocación municipalista. A sus fervorosos seguidores y seguidoras los obligaron a protestar por lo que hubiera supuesto desnudar a un santo para, por lo que se ve, tampoco lograr vestir a otro. Pero lo de Fernández de la Vega vino después del show José Bono, que se negó a competir con su amigo Ruiz-Gallardón, y que constituyó todo un sainete político en el que el componente del ridículo implicó, sin duda, que el espectáculo de precampaña alcanzara en la memoria de los electores a la campaña misma y a su sacrificado candidato. Porque del sacrificio que supondría para cualquiera en sus cabales aceptar la candidatura socialista a la alcaldía de Madrid nadie dudaba por aquellas calendas. Y en ésas estaban, cuando los peor intencionados hacían repaso a materiales de derribo del PSOE y los sorprendió la dirección socialista con el adelanto del perfil de un independiente que no tenía por qué ser político. Y lo subrayaron con insistencia como una garantía para el elector al que libraban del político profesional. Y ahí apareció Miguel Sebastián, cuya falta de experiencia política lo ha hecho sucumbir. Pero ni él ambicionaba ser candidato a la alcaldía ni Zapatero le concedió con eso una prebenda.

Se confundieron con la foto del candidato los que tuvieron que improvisarla, pero se han confundido también con la de la derrota: no es la de una persona, es una vieja foto de grupo, tal vez muy numeroso. La FSM ha de mirar a su viejo retrato y tratar de saber qué es lo que queda de una organización en la que se cultivaron modalidades de individuos como Tamayo y Sáez, el dúo infame que allí se ganó la confianza con la que nos estafaron a los votantes.

Está claro que el retrato de una victoria no pasa sólo por la foto de un candidato, improvisada unos meses antes de unas elecciones, pero tampoco la de la derrota puede ser la de un solo hombre que acudió generosamente a salvar un guiso de la quema y ahora se ve señalado como el autor del desaguisado, mientras huyen, atufados, los que pusieron el cocido en peligro. Hay dos fotografías que nos lo recuerdan. Una, en campaña, con Simancas y Sebastián como dos hermanitos que van al mismo colegio de la mano. Otra, la noche de las elecciones: Sebastián, solo, de espaldas, como el que huye. Su huida se ha consumado, pero debe oler mucho a vieja humedad en la casa que deja, porque el propio Simancas, que se había ausentado de la foto de la derrota para cuidar de la casa por unos meses, ha decidido al fin acompañar a Sebastián en su huida. Otra vez al diseño.

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