Calderón de los Andes
20.000 inmigrantes ven en el estadio un partido entre Perú y Ecuador
Mario Ramírez, peruano de 39 años, quiere salir en la tele como sea. Los rizos negros de un pelucón inmenso le caen sobre la cara. Guarda otras dos pelambreras en una bolsa "para cuando pasen las filmadoras". Mario, su hijo y su hermano llegan con tiempo al estadio Vicente Calderón para vivir el fútbol como en casa. Un amistoso les enfrentó en la tarde de ayer contra Ecuador, y 20.000 hinchas de ambas selecciones acudieron a verles, según Efe.
Centenares de seguidores peruanos bajaban una hora antes del partido por el paseo de los Melancólicos como una marea rojiblanca. Una bandera gigante, cabezas coloreadas, gritos de euforia, cerveza, tambor y bocinas que taladraban las orejas. "¡Qué gran fiesta!", dice gritando Abraham Zevallos, de 44 años, antes de zambullirse entre los hinchas que bailan. Abraham, que lleva tres años en Madrid, está un poco inquieto: "Me preocupa que la gente tome (beba) mucho y se líe".
La gente toma, pero no se lía. Cuando la marea peruana pasa junto a las taquillas, Jimmy Torres, vestido con la camiseta amarilla de Ecuador, les dice con la boca casi escondida tras su cerveza: "Caldo de gallina". ¿Cómo? "Sí, los peruanos son los gallinas y nos los vamos a comer". Se equivoca. El equipo de ecuatorianos, más conocidos en Perú como los "monos", perdió 1-2. A Franklin Ortiz, de 30 años, no le importó mucho. Está acostumbrado a seguir a su selección cuando pierde. Le pasó en Barcelona y en Murcia.
"Lo mejor fue un empate con Colombia", dice sujetando un tambor al que le ha puesto una tirita del tamaño de una mano "para que no se rompa". Para Franklin, que se dice "más ecuatoriano que futbolero", lo que le importa es "lucir los colores". Como a Patricia, con la bandera de Perú pintada en la cara, y Rocío, que lleva la de Ecuador. Son compañeras de piso y enemigas en el campo. Pero no mucho. "Esto no afectará a nuestra amistad", aseguran.
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