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Preguntas frecuentes, respuestas dudosas

Joan Subirats

Después de una contienda electoral, las preguntas acostumbran a repetirse. ¿Quién ha ganado y quién ha perdido? ¿Qué explica lo que ha sucedido? ¿Por qué se ha votado mucho o por qué se ha votado tan poco? ¿Qué hacer a partir de ahora? Y esta vez la cosa no es distinta, aunque la gravedad del tema de la abstención obliga a centrar buena parte de la atención en esa cuestión. Una primera constatación es que nadie ha ganado. Si examinamos las cifras globales en Cataluña, la verdad es que todos los partidos han perdido votos. Algunos más que otros, pero no hay formación política que haya logrado retener a sus votantes con relación a las anteriores elecciones municipales. Por ciudades y barrios las cosas son distintas y, por tanto, el análisis más global debería aquí incorporar matices locales que lo haría mucho más diversificado y prolijo. En general, las fuerzas de izquierda pierden peso en Barcelona ciudad y su entorno metropolitano y avanzan relativamente en el resto del territorio. La pluralidad política se extiende espacialmente de manera mucho más profunda de lo que nunca lo había hecho. Socialistas, republicanos e Iniciativa aumentan el número de concejales de manera clara, mientras que los pierden CiU y populares. Los convergentes están menos solos que antes en cualquier rincón del país. Pero también es cierto que los de CiU siguen estando sólidamente en todas partes y que su descenso es más paulatino de lo que se podría suponer. Tenemos indicios, favorecidos en esta ocasión por la abstención, de que ese pluralismo puede aumentar, ya que aparecen en muchos lugares candidaturas como Plataforma y las CUP, que de tener una presencia simbólica, van ampliando su implantación. Cataluña confirma pues su sistema político claramente diferenciado del que prima en la mayor parte del territorio español en el que predominan bipartidismos más o menos imperfectos.

Si nos centramos en el tema estrella, la abstención, algunos datos deberían hacer recapacitar a nuestros dirigentes políticos. No tenemos una única Cataluña política. Tenemos al menos tres: la que sigue votando de manera sistemática, la que empieza a denotar un cansancio notable y la que, si nadie lo remedia, está saliendo literalmente del sistema de la democracia representativa. En Barcelona ciudad, esas tres "Cataluñas" electorales estarían representadas por el bario de Sant Gervasi-Galvany con el 60% de participación, Gràcia con el 53%, pero con un porcentaje de votos en blanco que roza el 5%, y en el furgón de cola, Torre Baró o Baró de Viver con poco más del 30% de votantes, o Ciutat Vella con un significativo 40% de votantes, en medio de decenas de miles de inmigrantes sin derecho a voto. Pero, el fenómeno no es estrictamente barcelonés. En Tarragona ciudad, se pasa de participaciones en las áreas centrales del 60%, a barrios como La Canonja y Torreforta en que sólo votó el 45%. En Lleida, los dos extremos los tenemos representados por el 78% de participación en el barrio de Raïmat, y el 28% de votantes en la zona Rambla Ferran-Estació. Y si nos ceñimos al área metropolitana, despuntan por abstencionistas ciudades como Badia del Vallès y barrios como Sant Cosme en El Prat, La Mina en Sant Adrià y Sant Roc en Badalona, este último con el 36% de participación. En estas condiciones, decir como afirman algunos, que la gente no va a votar porque ya le van bien las cosas, y expresa así su satisfacción, resulta como mínimo grotesco. Un simple paseo por el mercado de Galvany en Barcelona y por los mercados de muchos de los barrios periféricos mencionados, nos daría pistas sobre el muy distinto grado de satisfacción de unos y otros. Y si nos dedicamos a mirar situación, resultados escolares y niveles educativos de los adultos en los barrios más participativos de Cataluña y los que menos participan, empezaríamos a salir de muchas dudas sobre las "complejas y variadas" razones de la abstención. Y lamento comunicar a los dirigentes de CiU que en el año 1999, cuando la "hegemonía asfixiante" del tripartito aún no había ni empezado, las cifras eran muy similares a las aquí expuestas. Ahora son simplemente un poco peores.

Las campañas electorales tampoco ayudan demasiado a arreglar las cosas. Personas, familias, barrios, desatendidos durante mucho tiempo, con problemas muy estructurales, agravados en muchos casos por la presencia masiva de inmigrantes compitiendo por servicios y ayudas escasas, no pueden ni deben ser demasiado receptivos a políticos y promesas que sólo son visibles en esa quincena ruidosa y aparentemente festiva. Mientras las cadenas de difusión en todo el Estado se ocupan de la batalla en el frente terrorista entre PSOE y PP, los candidatos de los partidos locales se estrujan el seso para lanzar propuestas más o menos acertadas sobre jardineros de barrio, huertos urbanos o guarderías con abuelo. Y entre uno y otro discurso, apenas si hay espacio para discutir proyectos de vida y de ciudad. Luego sólo falta que los candidatos salten, crucen pasos cebra, nos cuenten sus intimidades domésticas o cualquier otra ocurrencia de algún iluminado experto en comunicación. Los temas relevantes no emergen. De dónde venimos, a dónde vamos, qué podemos hacer juntos para evitar que cada vez más gente quede descolgada y sin voz en un sistema que sólo se legitima si incorpora a cuanta más gente mejor. Ya que si no es así, las posibilidades de maniobra de los que no creen en ese sistema aumentan radicalmente. Pero, eso implica conectar democracia representativa con democracia trasformadora e igualitaria. La democracia no son sólo las reglas que nos damos para elegir a nuestros representantes siguiendo un cierto rito. La democracia ha transportado siempre ideales de igualdad y de cambio. Si despojamos de valores la democracia, nos queda el rito y promesas sueltas de hacer esto o aquello, sin visión conjunta de comunidad. Y todo ello es aun más grave cuando somos muchos los que pensamos que sin fortalecer los gobiernos locales las cosas nos irán aún peor en el futuro.

Las vías de reforma o de cambio existen, pero son difíciles de emprender, alteran el actual juego de poderes, y obliga a los que se dedican a la política (la mayor parte gente con ideales y que se dedican a ello de buena fe) a cambiar en su forma de proceder y de entender la actividad política, ahora exclusivamente centrada en las instituciones y en los partidos. Nos equivocaríamos si fiáramos las posibilidades de modificar ese rumbo a un simple cambio cosmético en el sistema electoral. Evidentemente todo ayuda. Y seguramente sería mejor un sistema que combinara más personalización de la representación con mecanismos que aseguren que la proporcionalidad no se pierde. Pero, eso son paños calientes en comparación con la necesaria mejora general de las condiciones de vida de la gente. A más igualdad, bienestar y educación, más participación. No hay otra receta. En otras partes de España, el conflicto PP-PSOE y la radicalidad movilizadora de los populares sirve de palanca para que los ciudadanos más progresistas acudan a votar. Pero sólo con temor no arreglaremos el tema. Necesitamos visión y convicción.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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