Hacia un modelo europeo de fundaciones
El autor defiende la tarea asistencial y social y el papel económico de las fundaciones, y propugna un nuevo sistema que aumente el control sobre su actividad.
En el marco europeo, el sector fundacional es uno de los pocos que todavía se resiste a traspasar la esfera nacional y empezar a adquirir identidad europea. Salvo ajustadas excepciones en países como Reino Unido, Alemania, Bélgica o Italia, los Estados europeos ni siquiera cuentan con investigaciones estadísticas periódicas que permitan seguir de cerca su evolución. Sin embargo, esta inercia parece tener los días contados. En el seno de la Unión Europea, los agentes institucionales encargados de elaborar las políticas de bienestar social están empezando a considerar a las fundaciones europeas como candidatas útiles para ejercer algunos de estos roles. Las fundaciones deben decidir ahora si merece la pena asumir la responsabilidad que se les brinda. La oportunidad es innegable, pero el proceso también es complejo. Para abordarlo, primero hay que eliminar obstáculos jurídicos y administrativos, sólo posibles si antes hay consenso.
En España hay más de 8.000 fundaciones, fruto de la atomización del sector
En nuestro país, las fundaciones son entidades que gozan de una gran tradición. Si bien sus comienzos estuvieron ligados a la beneficencia y a muy loables planteamientos religiosos, con el paso de los años, han ido transformándose en eficaces suministradores de productos, servicios, concienciación y pautas de comportamiento que vienen a complementar los ofrecidos por las Administraciones Públicas y el sector privado. Además de crear una partida nada desdeñable de empleo, las fundaciones han sabido responder a las necesidades sociales en multitud de ocasiones, anticipándose incluso a las propias demandas de los ciudadanos. Servicios sociales, cultura, deporte y ocio, educación, investigación y salud son algunas de las muchas prestaciones que sin duda elevan la calidad y la calidez ciudadana. Un papel indudablemente positivo y también creativo que cubre buena parte de las demandas sociales que día a día surgen con el desarrollo de la sociedad y que, a buen seguro, contribuyen a garantizar el presente y el futuro del Estado de Bienestar.
En nuestro país hay censadas más de 8.000 fundaciones fruto de la atomización y diversificación experimentada por el sector en los últimos años y al crecimiento producido en los últimos años. La competencia es, por tanto, un aspecto muy presente en las estrategias de las fundaciones de este siglo que muestra una doble lectura. Por un lado, la coexistencia de numerosas iniciativas, hace que se compartan fines, fondos y atención externa, lo que implica que, para subsistir, muchas hayan tenido que sacrificar estrategias e, incluso, objetivos. Por otro lado, la proliferación de iniciativas fundacionales en buena parte procedentes del sector privado ha servido de acicate para crecer en transparencia, rendición de cuentas, consecución de objetivos concretos y verificables. En definitiva, el sector de las fundaciones ha adquirido una mayor profesionalización que puede abrir la puerta de la renovación que implica avanzar hacia un nuevo modelo europeo.
En relación al resto de Europa, las fundaciones españolas presentan un carácter más diverso y, si cabe, más individualista. Existe un desconocimiento importante sobre el sector fuera de nuestras fronteras y, en buena parte, es debido al exceso de obstáculos que salvar como son los numerosos trámites burocráticos a nivel de las instituciones europeas, la armonización fiscal y jurídica, las barreras idiomáticas y culturales, etc. Abrirse a Europa no es fácil para nuestras fundaciones. Antes de la ampliación, hubo algunos intentos de llamar a las puertas de la Unión Europea para captar fondos europeos, pero con la entrada de los nuevos socios volvió a reinar el desconcierto en este ámbito. La pregunta es, si la UE tiende a expandirse más allá del concepto del mercado único en el ámbito económico hacia un espacio común filantrópico, ¿puede el sector fundacional quedar al margen?
Sobre la mesa hay algunas cuestiones que darán que hablar en los próximos meses y una de ellas es, sin duda, el anteproyecto del Estatuto Europeo de Fundaciones. El Derecho comunitario debe garantizar a las fundaciones la posibilidad de extender su ámbito de actuación, eliminando obstáculos jurídicos y administrativos, y fomentando el trabajo en red.
Las fundaciones son instrumentos ideales para desarrollar y reforzar las diversidades nacionales que persigue Europa, en su seno y de cara al exterior. Una vez salvados los retos de gestión, de encontrar los socios adecuados y de redimensionar objetivos, son muchos los beneficios que pueden generar los proyectos de mecenazgo europeos.
Una de las fórmulas para fomentar la cooperación entre las fundaciones europeas es, sin duda, la creación de sitios y plataformas que permitan compartir buenas prácticas, aprovechar sinergias y establecer programas comunes de beneficio mutuo en el marco de acciones de filantropía global. El Centro Europeo de Fundaciones (www.efc.be/aga) persigue dicho objetivo y, desde su sede en Bruselas, se está convirtiendo en un punto de encuentro y de reflexión importante, además de ejercer de mediador entre los diferentes poderes.
La globalización y el Estado de Bienestar no son realidades incompatibles, pero si los desafíos tienden a ser globales, las respuestas no pueden tener un carácter meramente local.
Bajo el lema "Fundaciones para Europa: los retos de la Filantropía Global", los próximos 1, 2 y 3 de junio de 2007 se celebrará en Madrid la 18ª Asamblea General Anual y Conferencia (AGA) del Centro Europeo de Fundaciones.
Alberto Durán es vicepresidente de la Fundación Once
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