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Columna
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Ser derrotado, venir rendido

La derrota inapelable, dramática, hiriente puede tener un efecto cognitivo. Stefan Zweig, escribió en plena guerra del catorce una obra, Jeremías, que obtuvo un masivo éxito popular más tarde, en la posguerra. Zweig, judío y austriaco, afirmó que su propósito al escribirla no era defender "una verdad tan de Perogrullo como que la paz es mejor que la guerra". Le interesaba, por el contrario, la superioridad anímica del vencido: mostrar el endurecimiento interior que en el hombre provoca cualquier forma de poder y el entumecimiento moral que la victoria provoca en pueblos enteros, siendo así que la derrota conmueve las convicciones e "imprime en el alma profundos y dolorosos surcos". Un autor también derrotado después de haber combatido en el ejército de Guillermo II, con una sensibilidad tan distinta y tan distante políticamente de Zweig como Jünger, afirmaba que la guerra había producido vencedores y vencidos sí, pero que éstos no debían buscarse entre qué naciones vencieron y cuáles no. La línea debía trazarse entre los que habían pasado por la escuela del peligro de las sociedades modernas y los que todavía soñaban con la seguridad burguesa como orden fundamental de la vida.

Es difícil encontrar el tono. Escribir desde el despacho sobre lo que podría haberse hecho y no se hizo, adoptar el vano estilo del mariscal de campo trazando sobre los mapas nuevas campañas que se proponen exitosas, puede ser incluso ofensivo para los que se batieron el cobre en primera línea. Pero habrá que tomar radicalmente en serio que junto a Madrid -ironías de la historia- Valencia y la Comunidad se han convertido en la mejor palanca de las aspiraciones de la derecha a gobernar el Estado.

La noche de la derrota muchos que no somos del partido socialista nos acercamos a la carpa de la calle Blanquerías. Reinaba el estupor y bastantes de aquellos compañeros de viaje tenían los ojos enrojecidos. Una chica muy joven lloraba desconsolada apoyada en un chico que sólo le acariciaba el pelo en silencio. Muchas de las personas que habían apoyado a Carmen Alborch en su campaña -de Gestos por Carmen y de -Carmen Alborch si tu vols- mostraban un semblante serio, incrédulo. Y en esas, sirva de ejemplo, llegó una diputada de las Cortes, secretaria de cultura y política lingüística de la ejecutiva nacional del PSPV-PSOE, vicesecretaria de la agrupación local de Castellón. Al ser la primera de la lista autonómica en la capital del norte formará parte del exiguo futuro grupo parlamentario socialista. Extraordinariamente atildada, se deshizo en besos y abrazos, encantada de haberse conocido, distendida... y reía, reía desenfadadamente, alegre como en un día de fiesta. Pensé en las palabras que Pilar Manjón dedicó a Eduardo Zaplana en la comisión parlamentaria sobre el 11-M: "¿De qué se ríen señorías, de qué se ríen tanto?".

Porque una cosa es ser derrotado y otra, diferente, venir rendido. Y rendido parece desde hace ya tiempo el PSPV-PSOE. En el análisis de esa rendición, que debe ser detenido y minucioso al ser tal la magnitud de la victoria, alguna vez deberá llegar el tiempo de determinar a quiénes la derrota imprime en sus almas profundos y dolorosos surcos, quién se siente conmovido en sus convicciones, y a quiénes, por una suerte de perversión de la afirmación de Zweig, les produce el mismo entumecimiento moral y dureza interior que si hubieran vencido y ocuparan el poder. Quizá con estar en su medio, aunque sea eternamente en la antesala, les baste. O por decirlo con Jünger: desde hace ya tiempo se ha instalado demasiada ansia de seguridad burguesa y una excesiva reluctancia al riesgo, al peligro de ser de nuevo meros ciudadanos. Al cabo, se diga como se diga, el debate de ideas es un debate sobre las personas, sobre quiénes pueden llegar a refundar una organización capaz de movilizar de nuevo a una ciudadanía cada vez más afín, cuesta reconocerlo, a las maneras y valores del PP.

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