Novedades y paradojas del 27-M
Los resultados de las elecciones municipales del pasado domingo parecen acelerar la tendencia que, desde hace algunos años, nos devuelve progresivamente a la incertidumbre y competitividad de la Galicia de los años ochenta o anterior a Fraga. En efecto, el PP sigue siendo el partido mayoritario, pero cada vez menos: en esta ocasión ha perdido dos puntos porcentuales (45.000 votos) y 250 concejales respecto a 2003. El PSOE continúa al alza y ocupa un mayor espacio en la izquierda: dos puntos porcentuales (20.000) y 190 concejales más así lo avalan. Finalmente, el BNG retrocede en votos, pero avanza en presencia en las instituciones con casi 70 concejales más.
Los análisis individuales de los municipios revelan fuertes y sorprendentes asimetrías en la distribución geográfica del voto de los partidos, además de efectos propios y determinantes, a veces perversos, de las instituciones locales. La combinación de estos dos elementos quiebra la que ha sido seguramente la principal tesis sobre el comportamiento electoral en Galicia: que el voto rural es mayoritariamente del PP y el urbano del PSOE y BNG.
En el conjunto de las ocho grandes ciudades gallegas, el PP ha sumado nueve concejales más que en 2003 y en todas ellas, salvo en Ourense, ha ganado votos. Sin embargo, su otrora aliado, el sistema electoral y las características del sistema político español, han hecho que pague a precio de oro su retroceso en Ourense y no tenga ninguna recompensa por sus avances en términos de gobierno. En Ferrol y Lugo el PP ha aumentado sus votos en 1,2 y 2,5 puntos porcentuales, pero no ha sumado ninguno escaño más.
Además, en el sistema electoral de representación proporcional y, por tanto, en la elección indirecta de los presidentes y alcaldes, conseguir la mayoría (relativa) de los votos y/o los escaños no garantiza ocupar el gobierno. Fruto de su éxito en monopolizar el espacio de centro derecha, salvo en Ferrol, el PP necesita superar el 50% de los concejales o llegar al 46%-47% de los votos para poder gobernar. Ser la lista más votada en Pontevedra, Ourense, Santiago y Vigo no le vale para gobernar; el primer y segundo perdedor, PSOE y BNG, ocuparán el ejecutivo local.
Si el PP avanza en las grandes ciudades, pero retrocede en el conjunto de Galicia, la solución de la ecuación es evidente: en el rural pierde fuelle. La pérdida de la Xunta y la hegemonía de Núñez Feijoo dentro del partido han coincidido con un cambio en la distribución geográfica de los apoyos del PP.
El BNG sigue exactamente la pauta inversa. Salvo en Lugo, en donde gana tres puntos, en las grandes ciudades pierde apoyos; en Ferrol, 14 puntos, y en Pontevedra, más de 10. Sin embargo, pese a perder 2 puntos en A Coruña y 0,3 en Santiago, aquí no ha cedido ningún concejal. Por el contrario, su avance en Lugo le ha supuesto otro escaño. El sistema electoral ha jugado a su favor. De este modo, aunque pierde posiciones, gobernará en más ciudades que nunca: A Coruña, Lugo y Ourense entran en su ámbito de influencia. Qué paradoja: cuando el BNG pierde, gana. Y a diferencia del PP, es el rural el que posibilita que el BNG amortigüe su caída en votos y crezca en concejales.
Finalmente, el PSOE pierde votos y concejales en A Coruña, Lugo, Santiago y Vilagarcía. Pero en ninguna de las ciudades cede el gobierno, si bien en A Coruña y Lugo pierde la mayoría absoluta. Por el contrario, todos sus crecimientos electorales, aunque sean de poco más de un punto, como en Vigo, se han traducido en más concejales y, más importante, en hacerse con el gobierno, aunque sea en coalición. En fin, en el conjunto de las ocho grandes ciudades los socialistas sólo han ganado en términos netos tres concejales más que en 2003: la parte del león de su crecimiento electoral se la lleva también el rural.
¿Cuál es ahora la Galicia conservadora y cuál la rural?
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