Bando
Vecinos, ha dos días que los moradores de esta villa costera, en pleno uso de su libertad -aunque debiera admitir que con escaso alborozo y poca afluencia a las urnas-, han renovado a este corregidor su confianza durante otros cuatro años. Es de justicia agradecerles que no hayan tenido en cuenta las perniciosas proclamas y las insidiosas mentiras que mis oponentes dictaron contra mí durante la deslenguada contienda electoral. Entiendo que este apoyo de mis conciudadanos, que lo ha sido entre gente de muy diversa edad, condición, oficio y sexo, es un respaldo a lo que ya hicimos en la etapa anterior, por lo que nadie deberá llevarse a engaño sobre el futuro que está por devenir. Y si hay que alicatar la playa, se alicatará.
No han faltado los que han criticado, desde la desmesura y la envidia, el engrandecimiento de esta villa en tan corto espacio de tiempo y que ha permitido levantar altos y grandes edificios para morada de nuestros convecinos y, sobre todo, para disfrute de los que nos visitan. Por fortuna, la mayoría ha entendido que el progreso lleva aparejado estos inconvenientes, pero la abundancia de la naturaleza es tanta, que la degradación, aunque parezca censurable, es paso previo a los beneficios que trae el desarrollo. Por ello, renuevo mi compromiso de que la urbe seguirá expandiéndose hasta alcanzar la frontera de nuestros convecinos más próximos. Y si para eso hay que alicatar la playa, será un sacrificio para el bien común y del progreso.
A nadie se le oculta que el turismo es industria de suma importancia, ya que contribuye a sostener nuestra economía. No escapa a la observación más superficial la mucha importancia que tiene disponer de más espacios para practicar ese nuevo distraimiento de los visitantes que confían sus vacaciones al arte de colar una bola en un agujero mediante el golpeo con un palo. Hemos de estar contentos y satisfechos por convertir esta villa en un lugar de acogida para ociosos europeos, pero debo advertirles de que la práctica de este moderno entretenimiento requiere de unos prados y laderas cubiertos en su totalidad de una extraña vegetación, que ni es alfalfa ni grano ni árboles de fruto, pero que precisa de abundante agua.
Por consiguiente, pido a cuantos en esta ciudad viven que, ante la pertinaz sequía, procuren evitar un exceso de aseo personal, una acumulación de líquidos en los estómagos y un dispendio en el baldeo de casas, calles y jardines, en un intento de garantizar que la bola lanzada con el palo no encuentra resistencia en su discurrir por el campo. Para disminuir el consumo, sería aconsejable también dejar de labrar la tierra y evitar la crianza de animales, ya que en estos tiempos todos esos productos son fáciles de adquirir en unas grandes superficies donde se acumulan como en gigantescas alacenas.
Confía este regidor en la sabiduría de sus vecinos y les solicita que eviten adquirir más vehículos de motor, ya que los visitantes se quejan con razón de los problemas que encuentran para estacionar los suyos. Sin querer imponer mi voluntad, sería aconsejable también que los ciudadanos que moran en inmuebles en primera línea de playa vayan pensando en cambiar de residencia, ya que apenas queda sitio para levantar nuevos edificios con vistas al mar, imprescindibles para albergar a los forasteros.
Como alcalde agradezco el respaldo de mis ciudadanos -al igual que lo han recibido en estas elecciones los mismos regidores de la costa desde Algeciras a Estambul-, no vaya a ser que al final no pueda despedir el mandato pendiente como estoy de algunas desconfianzas de las Leyes, circunstancia que ustedes han sabido soslayar a la hora de introducir su papeleta en la urna. Por fortuna, cada día son más los convencidos de que aún estamos lejos del hacinamiento total y, por ello, proclamo: marchemos otros cuatro años todos juntos por la senda del ladrillo y de las grúas. Y para la próxima cita electoral y ante el riesgo de que no acuda nadie, anuncio el sorteo de una VPO entre los que acudan a votar. He dicho.
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