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El perro guardián está dormido

Este mes quiero desviarme de mi habitual tema económico y centrarme en cambio en el sistema que sigue actualmente la prensa -sobre todo la prensa estadounidense- para informar sobre el Gobierno. Pero a lo mejor no es desviarme demasiado, ya que el comportamiento de la prensa afecta no sólo a la política, sino también a la economía.

Pongamos por caso el editorial que escribió en marzo el director de Opinión del Washington Post, Fred Hiatt, en el que presenta una disculpa velada y limitada por la cobertura informativa y la valoración que hace el diario de la Administración Bush. Según Hiatt, "planteamos cuestiones" como la de si la Administración de Bush evaluó detenidamente la aventura que tramaba llevar a cabo en Irak, "pero con fuerza insuficiente".

"Hoy es un hecho aceptado que lo más suave que puede decirse sobre la Administración Bush es que es completamente incompetente"

A continuación, consideremos el comentario del ex director de The New York Times, Max Frankel, sobre lo sana que es la ecológica forma en que Washington maneja las filtraciones de prensa porque "la mayoría de los periodistas no se limitan a repetir maquinalmente... las filtraciones". En cambio, "las utilizan como cuñas para sacar otros secretos" y así vigilar al Gobierno. Puede que el sistema sea un poco "chapucero y genere confusión", pero "tolerar las filtraciones abusivas de un Gobierno" "es el precio que la sociedad tiene que pagar por el beneficio de recibir filtraciones esenciales sobre éste".

Por eso, donde Hiatt ve una prensa un tanto cobarde a la hora de vigilar a la Administración de Bush, Frankel ve otra prensa en la que un proceso chapucero y confuso sirve sin embargo para hacer un trabajo razonable. Yo veo un panorama muy diferente.En el verano de 2000 empecé a preguntar a los republicanos que conozco hasta qué punto les preocupaba que el candidato presidencial republicano, George W. Bush, no estuviera a todas luces a la altura del trabajo. Me respondieron que no les preocupaba que Bush no estuviera suficientemente informado y fuera extrañamente poco curioso para tratarse de un hombre que aspiraba al cargo con más poder del mundo. Fíjate en cómo funcionaba Bush como presidente del club de béisbol de los Texas Rangers, insistían. Bush dejaba a los mánager dirigir el equipo y a los de finanzas llevar el negocio. Bush sabe cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos flacos, recalcaban.

Hacia el verano de 2001 ya estaba claro que algo iba muy mal. A esas alturas, Bush había rechazado el consejo de O'Neill y de Christine Todd Whitman sobre política ambiental, del mismo modo que había rechazado el consejo de Alan Greenspan y de O'Neill sobre política fiscal, el consejo de Powell y de Condoleezza Rice sobre la necesidad de seguir adelante con las negociaciones entre Israel y Palestina y el consejo de George Tenet y Richard Clarke sobre la lucha contra el terrorismo.

De las conversaciones con los políticos nombrados para cargos intermedios de la Administración, sus amigos y los amigos de sus amigos, surgió una extraña imagen de Bush. No sólo estaba poco informado, sino que además era vago: insistía en seguir estando mal informado. No sólo no tenía curiosidad, sino que también era arrogante: se empeñaba en tomar decisiones sin tener información, y las tomaba al azar. Y era terco: una vez que tomaba una decisión nunca daba marcha atrás.

De modo que, hacia el verano de 2001 se había establecido un patrón que llevaría al observador británico Daniel Davies a preguntar si había alguna política de la Administración Bush sobre cualquier tema que no hubiera sido una completa chapuza. Pero a juzgar por lo que se leía en el Washington Post o en The New York Times habría sido muy difícil darse cuenta. Hoy es un hecho aceptado que lo más suave que puede decirse sobre la Administración Bush es que es completamente incompetente.

¿Por qué no cubrió como es debido la prensa estadounidense la información sobre la Administración Bush durante sus primeros cinco años? La verdad es que no lo sé. Pero lo que sí sé es que el mundo no puede permitirse depender de la prensa estadounidense para informarse.Por eso hago un llamamiento a todos los que trabajan para la prensa, la radio y las cadenas de televisión no estadounidenses: nosotros tenemos que recurrir a ustedes para enterarnos de qué hace nuestro Gobierno.

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