En busca del Golem
Un fabuloso mundo judío en sinagogas, museos y cementerios
La vieja judería de Praga, el barrio Josefov, el antiguo gueto. Una evocación de una parte crucial de la historia de la capital checa. No hay que perderse el Museo Judío ni la Sinagoga Española.
En la sinagoga Pinkas, construida en el siglo XV, estremece ver los muros grabados con los nombres de 77.297 judíos de Bohemia y Moravia asesinados por los nazis entre 1939 y 1945
Praga parece destinada a procurar una y otra vez gozo visual al viandante. Es una ciudad de estratos, y eso lleva su tiempo y su disfrute indagarlo. Uno, si acaso, señalaría la Praga judía, que, aparte del barrio Josefov, el antiguo gueto, cuenta con no menos de media docena de sinagogas importantes, varios museos y dos cementerios hebreos llenos de evocaciones. Ya habrá quien se sorprenda porque Praga en general, y la Praga judía en particular, no quedase destruida por los nazis, pero eso se debió al abominable proyecto hitleriano de hacer "el museo de la raza extinguida" en la capital checa.
Por fortuna sigue airoso y un punto extraño el llamado Ayuntamiento judío, en la vieja judería de la ciudad. El exterior de ese edificio, hoy sede de la Federación de Comunidades Judías de Praga, está presidido por dos grandes relojes. El que está en lo más alto de la torre tiene una esfera con números romanos. Bajo él hay otro reloj con cifras hebraicas y en el que las agujas marchan al revés. ¿Es eso una conspiración? Los hebreos leen de derecha a izquierda, pero no es de recibo hablar de conspiraciones cuando los judíos de Praga tuvieron que sufrir la deportación de 140.000 hombres, mujeres y niños. Primero los nazis los llevaban a Theresienstadt, la siniestra ciudad-depósito de las afueras, y desde allí reenviaban a sus víctimas a Treblinka y Auschwitz.
La sinagoga Vieja Nueva
En la sinagoga Pinkas, construida en el siglo XV, estremece ver los muros grabados con los nombres de 77.297 judíos de Bohemia y Moravia asesinados por los nazis entre 1939 y 1945. Es una impresionante cortina de nombres en rojo, amarillo y negro: Rosenfeld, Max; Jellinek, Michal; Weinstein, Marta; Zinakanova, Vilémina... Es un buen lugar, y no el único, para recordar que hay que prevenir para que no se incuben los siguientes huevos de la serpiente.
El nombre de sinagoga Vieja Nueva, lejos de ser un juego de palabras, es la peculiar forma que tienen en Praga de llamar a su más antiguo centro de reunión, el que fue construido en 1375 y reconstruido varias veces tras varios incendios. La fachada tiene un remate triangular de ladrillos y en la parte baja se incrusta una casa de tejas rojas como si fuese una ermita. Dicen que los ángeles trajeron hasta ahí fragmentos del templo de Salomón, pero ésa no es la leyenda más popular. En el desván de la sinagoga Vieja Nueva se encontraría arcilla del Golem, el mítico, poderoso y justiciero ser que defendió a los judíos de Praga.
Dicen que el Golem podría revivir siempre y cuando alguien sepa pronunciar la palabra justa, como el rabino Loew, el inventor de esa criatura en el siglo XV. Un día, ante las amenazas antisemitas y el odio que instigaba el fanático cura Thaddeus en Praga, el rabino Loew pidió ayuda a lo más alto y desde allí bajó la siguiente fórmula alfabética: "Ata Bra Golem Dewuk Hachomer W'tigzar Zedim Chewel Torfe Jisrael". Con eso, y con algo de agua, aire, tierra y fuego, Loew recitó los Zifurim, o recetas mágicas, y caminó siete veces con sus ayudantes en torno al Golem. Después, Loew le puso en la boca el Esquema, un trozo de pergamino que tenía escrito el nombre impronunciable de Dios.
El Golem de Praga se convirtió en una especie de campeador de la comunidad judía, el que acude en socorro siempre que se le necesita, aunque un día se desmandó, como ocurrió con Hyde, Frankenstein y otros, y hubo que reducirlo a polvo sacándole antes el Esquema de la boca. Es, sin duda, la gran historia menor de los judíos de Praga. Por eso, una vez el periodista checo Egon Edwin Kisch quiso resolver el misterio investigando en el desván de la sinagoga Vieja Nueva sin encontrar nada más que algún murciélago. Kisch, conocido como Rasender reporter, el reportero atrevido, o desencadenado, era un judío de Praga que escribía en alemán, y al igual que Kafka luchaba contra vulgaridades y fanatismos varios. Los interesados pueden conocer la historia mayor de la comunidad hebrea de Praga en el Museo Judío, pero se encuentran datos de interés en casi todas las sinagogas visitables de la ciudad. La que más destaca por su fuerza visual es la Sinagoga Española (Spanelska Synagoga), obra del arquitecto Josef Niklas. Por fuera es un puro reclamo andalusí con sus arcos mudéjares y su cita persistente de la Alhambra. Pero por dentro se convierte en un auténtico canto al trabajo de los moros en España por sus estucos, artesonados, arabescos en las paredes y esbeltas columnas que cargan con gracia arcos sobre los que nacen una y otra vez las cúpulas. Predomina un color de oro en su interior, si bien las sesgadas luces del día sacan reflejos sorprendentes a través de las vidrieras. Luego, sobre el punto más sagrado de la sinagoga, el Aron ha-kodesh, el Arca de la Alianza donde se guardan los preciados rollos de la Torá, se extiende un dosel de mármoles de colores.
Homenaje a Sefarad
En realidad, esta Sinagoga Española no tiene que ver mucho con los judíos sefarditas desde el punto de vista del culto. Fue más bien una ocurrencia arquitectónica que culminó la azacanada historia de un sitio ocupado primero por la Altshul (Escuela Vieja) de los judíos de Bohemia y entornos, que se quemó en 1339, que fue reconstruida en 1516, que fue clausurada por decreto del emperador en 1689, reabierta en 1703, y por fin rehecha en el llamado estilo español en 1867. Por tanto, el actual edificio es más bien un homenaje que los judíos askenazíes de Praga hicieron a los antiguos judíos de una España o Sefarad que aún no los había expulsado. Un romanticismo, si se quiere.
Hoy día, la sinagoga española aloja un pequeño museo sobre la historia de los judíos checos y sirve como sala de conciertos de música sacra. Es porque en 1873 se celebraron ahí y por primera vez ritos judíos con música gracias a Frantisek Skroup, el compositor del himno nacional checo.
Quedan más sinagogas dignas de verse: Maisel (siglo XVI), Klaus (siglo XVII), la Hermandad de los Enterradores... Tal vez lo imprescindible sea ver el viejo cementerio judío del barrio de Josefov. La falta de espacio originó que las tumbas se juntaran y que las lápidas (hay 12.000) acabaran tocándose como en un frenesí de muerte pétrea. No hay que buscar ahí a Franz Kakfa, judío pragués de pro. Sus restos se llevaron al nuevo cementerio en las afueras, aunque su espíritu parece revolotear por el gueto y hace recordar un cuento suyo titulado El sueño ambientado en el viejo cementerio judío. Los judíos no llevan flores a los cementerios. Los mejores pétalos se marchitan. Depositan una piedra sobre las tumbas.
Luis Pancorbo (Burgos, 1946), periodista y antropólogo, dirige el programa de Televisión Española Otros pueblos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.