_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estados Unidos: una forma de gobernar suicida

Shlomo Ben Ami

Desde su victoria en la Guerra Fría, la hegemonía mundial estadounidense ha descansado en tres pilares: el poder económico, la fuerza militar y una enorme habilidad para exportar su cultura popular. La reciente aparición de otras potencias -la Unión Europa, China, la India y una Rusia dispuesta a recuperar su prestigio perdido- ha erosionado la capacidad de Estados Unidos para determinar unilateralmente los acontecimientos. Con todo, Estados Unidos sigue siendo con mucho el país más poderoso del mundo y su decadencia tiene más que ver con su incompetente utilización del poder que con la aparición de competidores. Utilizando la concisa expresión acuñada por Arnold Toynbee para calificar lo que él consideraba causa definitiva del derrumbamiento imperial, la culpable de los apuros de Estados Unidos es la "forma de gobernar suicida" de sus dirigentes.

Pensemos en Oriente Próximo. Nada pone más de manifiesto la decadencia de Estados Unidos en la región que el contraste entre la sensata utilización de su poder que hizo durante la primera Guerra del Golfo de 1991 y la arrogancia y el engaño desplegados en la actual guerra en Irak.

En 1991, EE UU forjó la más formidable coalición internacional constituida desde la Segunda Guerra Mundial y la dirigió en una guerra completamente legítima, que pretendía recuperar el equilibrio regional después de la invasión de Kuwait por parte de Sadam Husein. En 2003, después de manipular declaraciones falsas, Estados Unidos fue a la guerra sin sus aliados transatlánticos. Al hacerlo, se embarcó en una estrategia ridícula y grandiosa que pretendía, nada más y nada menos, desmantelar el régimen tiránico iraquí, reestructurar todo Oriente Próximo, destruir a Al Qaeda y ayudar a que la democracia calara en todo el mundo árabe, y todo al mismo tiempo.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

El resultado ha sido un completo fracaso: una derrota militar y un grave deterioro de la categoría moral estadounidense. En lugar de socavar al islam radical, EE UU lo ha legitimado, y no sólo en Irak. De hecho, ahora, lo que va a conformar el futuro de la región no va a ser la democracia, sino la violenta fractura entre chiíes y suníes que la contienda en Irak ha precipitado. Esta guerra civil entre musulmanes es lo que le está permitiendo a Al Qaeda hacerse con un vivero mayor de voluntarios.

En la actualidad, como es probable que Irak se convierta en el primer país árabe gobernado por chiíes y que, por tanto, se integre en un imperio chií iraní en expansión, los aliados suníes de Estados Unidos ya no creen que la potencia sea de fiar. De hecho, se considera que EE UU es prácticamente cómplice del giro monumental que han registrado los destinos del islam, es decir, de la revitalización del chiismo. Y tampoco es que el evangelio democrático sea especialmente querido entre los aliados árabes de Estados Unidos, porque la llamada a la democratización sólo ha servido para incitar a los islamistas a poner en cuestión el poder que ejercen las élites gobernantes.

Está claro que el fundamentalismo islámico violento hunde sus raíces en el desvanecimiento de las esperanzas del nacionalismo árabe. Pero el mensaje democrático estadounidense, tan mal concebido, ha terminado por alejar a Estados Unidos tanto de sus aliados conservadores en la región (puesto que ha dado un nuevo aliento al islam político, que puede utilizar las urnas para llegar al poder) como de los islamistas, cuyas victorias electorales son después rechazadas por el propio EE UU.

Sin duda, la principal metedura de pata estratégica de Estados Unidos en Oriente Próximo es la relacionada con la aparición del poder iraní. Al destruir en Irak al contrapeso regional, EE UU ha asestado un gran golpe a sus aliados tradicionales del Golfo, para los que Irak era una especie de barrera frente a las ambiciones iraníes. Estados Unidos le ha ofrecido a Irán en bandeja de plata unos activos estratégicos que la revolución jomeinista ni siquiera consiguió tras los ocho años de guerra con Sadam ni en sus frustrados intentos de exportar la revolución islámica por la región. Del mismo modo, el programa nuclear iraní ha cobrado impulso gracias a la sensación de impunidad que tiene Irán después del colosal fracaso cosechado en Irak por el concepto de "guerra preventiva" estadounidense.

La calamitosa experiencia militar de EE UU en Irak ha reducido el potencial estratégico de la gran potencia. Irak está dejado a la mano de Dios, y Estados Unidos sólo puede esperar alcanzar cierta estabilidad en el país si cuenta con la ayuda de otras potencias regionales. No obstante, seguirá siendo el actor externo más influyente en Oriente Próximo, porque su fracaso es de liderazgo, no de poder real. Con la humildad que concede la derrota militar, EE UU sólo podrá recuperar su importancia regional si evita el pecado de la arrogancia y aprende a dirigir sin pretender dominar.

Para ello es preciso tratar con fuerzas revolucionarias como Irán y Siria; respetar, no aislar, a los movimientos islámicos que han abandonado el yihadismo para optar por la participación política; y dirigir una alianza internacional que, partiendo de la iniciativa de la Liga Árabe, busque la paz entre árabes e israelíes.

En realidad, la paradoja de las perniciosas políticas de EE UU en Irak es que han creado condiciones favorables para una paz árabe-israelí, ya que la aparición de Irán y la amenaza del tsunami fundamentalista han hecho que los árabes se den cuenta de lo urgente que es alcanzar un acuerdo con Israel. No es del problema palestino de donde surgen todos los males de Oriente Próximo, pero su resolución mejoraría drásticamente la posición de EE UU entre los árabes. Y lo que es más importante, privaría a Irán de la oportunidad de vincular populares causas musulmanas y árabes con sus propias pretensiones hegemónicas.

Shlomo Ben-Ami fue ministro de Asuntos Exteriores israelí y principal negociador en las conversaciones de paz de Camp David y Taba, de 2000 y 2001, respectivamente. En la actualidad es vicepresidente del Centro Internacional para la Paz de Toledo. © Project Syndicate, 2007. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_