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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Alma y cultura

Viernes, 17 de mayo. Día Internacional de los Museos. Hoy toca alta cultura. ¿Alta en sentido metafórico o sobre el nivel del mar? Bueno, tratándose del monasterio de Pedralbes los dos parámetros coinciden. No hay otro rincón de la ciudad que esté a su altura física y psíquica. Se respira entre estas paredes una paz, un bienestar, un sentido de la proporción, un recogimiento y una elegancia especiales. Hay un hecho determinante en todas estas sensaciones: el edificio sigue albergando un convento de claretianas de clausura, como cuando fue fundado por Elisenda de Montcada en 1326, lujosa residencia para la tercera edad que la reina se construyó para transcurrir los 37 años de viudedad de Jaime II que le restaban, por supuesto sin dejar de ejercer la influencia política y económica propia de su alcurnia. Hoy quedan apenas una quincena de monjas, pero la orden franciscana jamás ha dejado el lugar, salvo breves periodos, como durante la Guerra Civil, durante la cual quedaron protegidos ahí algunos fondos del Prado. Esa inmanencia confiere a las petras albas (piedras blancas) una nobleza universal, fuera del tiempo, pero profundamente anclada en el espacio. Un espacio al que nunca ha accedido la ciudad, que se detuvo milagrosamente al pie de la muralla, o tal vez fuera por temor o cálculo: el Consell de Cent y la vieja nobleza compartían intereses diplomáticos en este territorio.

Este viernes hay un par de colegios y algunas parejas de extranjeros. Siempre ha sido un lugar tranquilo: pasan unos 60.000 visitantes por año, tres millares arriba o abajo. Desde que, en 2005, la colección Thyssen abandonó el lugar para recalar en el MNAC aquéllos han descendido algo, aunque no tanto como se temía. Está bien así, un lugar al abrigo del turismo masivo. En cuanto a la elegancia -digámoslo ya, que si no reventamos-, es italiana por los cuatro costados. De ser llevados allá con los ojos vendados, podríamos confundirnos con Fiésole o Gubbio: pleno trecento, ese momento insigne a las puertas del Renacimiento en que el hombre empieza a ser requerido como medida de todo, incluida la divinidad, que justamente por eso se convierte en comedia en el libro inmortal de Dante. Cierto, el museo ha perdido peso específico itálico desde que la señora baronesa se llevó los cuadros a otra parte. Giovanni da Bologna, Pietro da Rimini, Fra Angélico, Lorenzo Lotto, Tiziano, Tintoretto et alia concedían un pedigrí excepcional al conjunto, pero ahora se encuentran en un lugar más lógico y accesible. Pero aun habiendo acusado un duro golpe, la italianidad aguantó y ahí sigue, por ejemplo en los murales de la capilla de Sant Miquel, que la segunda abadesa del centro, Francesca Saportella, mandó pintar presumiblemente a Ferrer Bassa, discípulo de o influido por Giotto. Actualmente, la obra está en restauración, pero entre andamios puede avistarse el cándido estupor de la Virgen ante el ángel o el sueñecito que se echa san José en la cueva.

Lídia Font, conservadora del Museo de Historia de la Ciudad, del que depende Pedralbes, informa de esos trabajos en curso con un léxico trufado de términos italianos. Llevan dos años investigando la obra y aún no han decidido qué tipo de intervención se debe realizar, si es que la realizan. Lídia y su equipo han elaborado una planimetría a partir de la cual han estudiado el intonaco, la base de mortero de cal y arena sobre la que el artista pintó antes de que se secara. Es la técnica del fresco, que requería una precisa colaboración entre artesanos, pues cada día se encalaba la superficie que el artista se veía capaz de pintar. Esas porciones de obra se conocen como giornate. ¿Y cuántas giornate costó la capilla de Sant Miquel de Na Saportella? 113, ni una más ni una menos. Lo saben los expertos por las costuras entre las secciones. Las han numerado y conocen, siete siglos más tarde, cómo se generó exactamente la obra. La mayoría de giornate miden un metro cuadrado, pero hay otras de pocos centímetros, allá donde la composición exige una mayor precisión de trazo. También creen los sabios que coincidieron como mínimo dos artesanos del mortero. Eso implica que las 113 giornate se ejecutaron en un tiempo menor. Apasionante. Sólo ahora que saben todo esto empezarán a analizar los pigmentos, y dentro de un año decidirán qué hacen. Pedralbes y prisas están condenados al oxímoron.

En el refectorio y la sala de la reina, donde antes se exponían las obras de la Thyssen, hay ahora piezas procedentes de los fondos del propio monasterio, que acumuló un patrimonio muy notable gracias a las dotes de las monjas patricias. Las mejores de esas obras, por supuesto, son de influencia italiana, como ese relieve de terracota de una adoración de los Reyes procedente del taller florentino Della Robbia y probablemente propiedad de Maria de Cardona, que durante un tiempo estuvo prometida nada menos que a Lorenzo II de Medici, detto Il Magnifico. Nos codeábamos con lo mejor de Europa. Altos vuelos.

Por cierto, en Pedralbes hay también una discreta colección de artistas flamencos del XVI. Pero eso, aquí, no viene al caso.

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