Animal votante
En una reciente entrevista en la New York Review of Books le preguntan al dramaturgo y antiguo presidente de Checoslovaquia Václav Havel por sus discursos políticos, en los que a menudo hubo de repetir sus argumentos y hasta sus palabras; siendo un creador literario, insinúa el periodista, ¿no le molestó tener que hacerlo? "Me molestó muchísimo", contesta Havel. "Cuando tenía que expresar una vez más algo que ya había expresado antes, me resultaba doloroso".
No sé si ese dolor lo sienten nuestros candidatos a la alcaldía de Madrid, ni tampoco si Espe Jota Lo Que Somos ha cambiado el disco blando de su discurso en sus inauguraciones, pues ningún ser humano podría haberlas seguido todas; a tenor de la sonrisa que luce en los carteles electorales, nuestra presidenta saliente no parece especialmente dolorida de la escandalosa manipulación propagandística que su Gobierno viene realizando en vísperas de la consulta del día 27.
Ramón Gómez de la Serna dijo del escritor mexicano Alfonso Reyes: "¡Qué bien veía Madrid!"
Se la ve satisfecha, contrastando esa boca suya entre riente y risible con la mirada seria y el aspecto sesudo que muestra en los suyos el alcalde y candidato del PP. La una nos convoca a la ligereza, el otro nos promete gravedad.
Yo no voy a votar a Alberto Ruiz-Gallardón, pero tal vez le compre una entrada si -caso de ganar las elecciones- cumple con la más esotérica promesa que ha hecho en su campaña: abrir un cine institucional en la Gran Vía.
Y es que ya estoy harto de tanta nueva estación de metro por la que después los trenes apenas pasan, de tanto nuevo hospital de instrumental virtual, de tanta vía soterrada y tanto túnel que a la primera lluvia se inunda. Somos todos ahora, qué remedio, animales en celo de urna, pero hasta el más bestia tiene la necesidad de un respiro espiritual en la campaña.
Leo la propaganda y los artículos alusivos a los comicios en toda la prensa, veo los debates televisivos y los spots de los candidatos, y el sábado 26 lo dedicaré a reflexionar sobre mi voto, pero cada día que pasa y pasará hasta el domingo 27 me propongo hacer una buena acción para el alma. Sin salir de Madrid y de lo madrileño.
Pocos han sido más madrileños que el mexicano Alfonso Reyes, una de las figuras mayores de la literatura en español del siglo XX, aunque no muchos aquí lo supiéramos. Hasta el próximo día 20 se puede ver en la flamante sede del Instituto Cervantes de la calle de Alcalá una gran exposición sobre él, que después de Madrid girará por numerosas sedes del Instituto en todo el mundo y acabará en México.
Yo la he visto dos veces, y al margen de disfrutar de los cuadros y dibujos que la acompañan (de la cubista plaza de toros de Madrid de Diego Rivera al falso Josep Torres Campalans de Max Aub), la reconstrucción de su vida y su obra que ahí se esboza me ha llevado a leerle con creciente entusiasmo, buscando sus títulos en librerías de viejo y en tomos aún encontrables de la Colección Austral.
Borges dijo que Reyes era el mayor prosista de la lengua castellana, y no es difícil ver el influjo del mexicano en el argentino, sobre todo en la mezcla de erudición y fantasía característica de las piezas más literarias del primero. Reyes vivió muchos años en Madrid en el primer tercio del siglo XX, y fue un conocedor profundo del resto del país y de toda nuestra literatura, cultivando tanto la exégesis más culta (sobre Góngora y Cervantes, sobre Valle-Inclán y Azorín, a los que trató asiduamente) como la estampa ocurrente, alguna de las mejores de ámbito madrileño.
Otro de sus amigos, Ramón Gómez de la Serna, dijo de Reyes: "¡Qué bien veía Madrid! Lo veía como se ve un día de invierno a través de unos cristales recién limpios cuando se está muy metido en el quicio del balcón".
En uno de los filmes más originales de la cartelera madrileña preelectoral, Las películas de mi padre, el escritor, cineasta y durante muchos años crítico de cine de este periódico Augusto M. Torres muestra el parque del Retiro y los jardines del Botánico filmados a menudo desde un balcón. Las imágenes son limpias y muy frontales, pero la trama del falso documental en el que una hija dudosa busca a un padre inventado es turbulenta, enigmática, llena de incertidumbre y muy explícita en su erotismo. ¿Tendrían cabida este tipo de atrevidas películas de autor en el cine oficial de Gallardón?
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