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Columna
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Dulzor conventual

No me refiero a cómo ha empezado la campaña electoral, no, sino a otra cosa. Hace días, precisamente en este año de la memoria histórica, las masas han asaltado el convento de la Encarnación en Atxuri para comprar los dulces que hacen las monjas. Se acabó aquello de incendiar sus conventos y asesinarlas como en 1835 en Madrid, en plena guerra carlista. La canalla les acusaba de envenenar las fuentes -probablemente, sus asesinos fueran los que comían todos los días su sopa boba, así que ¿para qué iban entonces a molestarse en envenenar las fuentes si podían envenenar la sopa?- o como en el verano del treinta y seis en Madrid. Puestos a fusilar, iban a hacerlo hasta con Clara Campoamor, que no era monja y tuvo que huir pitando, pues no le perdonaban las milicias lo del voto femenino porque decían -la historia no les absolverá- que el voto de la mujer hacía el juego a la derecha ya que las mujeres, de todos era sabido, estaban influidas por confesores y monjas. Los que no me crean pueden leer La Revolución Española vista por una republicana, escrita por la propia susodicha, de la editorial Espuela de Plata. Y es que la introducción del voto femenino en España lo aprobaron las derechas.

Todo ha cambiado, como cantaban lo Brincos, todo es mejor; los chicos con las chicas tienen que ir por narices en la misma lista electoral, que si no el juez la invalida como en ese pueblo de Garachico, porque sólo iban chicas. A ver cuándo invalidan una sociedad gastronómica guipuzcoana o un equipo de fútbol. Ya no se fusila a nadie -te pueden dejar en el paro, pero no te fusilan- y, por el contrario, se va al convento a comprar rosquillas, galletas de mantequilla y garrapiñadas. Que haya un dulce que se denomine "peditos de monja" sí que me parece blasfemo y el Papa debiera ponerlo en el Índice. A mí, el nombre no me permite comerlos, escrupuloso que es uno. El resto si, y nuestros dulces preferidos son los que hacen las Clarisas, con las cuales tengo excelentes relaciones por medio de la familia.

Todo viene de cuando Euskadiko Ezkerra empezó a hacer la que iba a ser su última campaña electoral a las municipales y el bueno de Iñaki Gurrea, hoy exiliado en Madrid, empezó con una entrega de huevos en uno de sus conventos para que las monjitas hicieran rogativas con el fin de que no lloviera y ese añorado partido -quizás en exceso- no viera pasada por agua una campaña que iba a hacer en la calle. Si no me lo creen, vayan a las hemerotecas, porque el hecho llamó la atención de la prensa y existen fotos de Iñaki Gurrea entregando los huevos por el torno.

Pero ahora todo es peor, en este aspecto es peor. Entonces los de HB no saboteaban los actos electorales del resto. Hoy la campaña electoral ha empezado con sabotajes de los que apoyan a ANV, que de separatista tendrá mucho pero de rojo, ni la color. Demuestran una vez más que no por mucho negociar se templan en este país las gaitas de los que se empecinan en matar al vecino porque es un... español. Me dirán ustedes cómo se va a convencer a personas de tan medieval cultura en la época de Ségoléne y Nicolas. Es sencillamente imposible. Las testas de los candidatos socialistas eran coronadas por letreros que sostenían sus saboteadores en los que se les acusaba de "faxistas". Cría buitres en Karrantza y te sacarán los ojos.

Conformémonos con las alegrías que nos da el avance de la civilización y del PIB, que nos descubre que el hispano anticlericalismo es cosa del pasado y nos lleva al convento a escuchar en su claustro el susurro de su fuente y salir de allí con la cajita de dulces para la tía Enriqueta y para el futuro yerno. Es tan dulce y apacible este quehacer, tan correcto, tan burgués, tan ñoño, que casi parece catalán (de antes que llegara ERC). Y lo sería si no fuera porque, a dos manzanas de distancia, a los socialistas les están puteando la campaña y a las chicas del PP les enseñaban lo que son los camisas pardas. Todo esto hecho por los defensores de Euskal Herria y de la auténtica libertad, y organizado, supongo, por gente de la que se decía que hace votos por la paz. ¿Porqué no se irán al convento a comprar dulces?

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