Un sable, un voto

Dada mi ignorancia de la cosa política me pareció una interesante iniciativa la de compartir el voto. La propuesta la ha hecho SOS Racisme y consiste en emparejarte -electoralmente- con un extranjero que viva en Cataluña pero no pueda votar en las municipales, y hacerlo tú por él. Me puse en contacto con la organización y una joven muy simpática me explicó los pormenores: "Si se cede es con todas las consecuencias y la persona que comparte debe ser realmente la que elija el voto. Usted se limita a acompañarle e introducir el sobre en la urna. Si ya sabe de alguien con quien compartir lo puede hacer, y si no le buscamos pareja". La pareja no te la atribuyen hasta el mismo 27-M, así que me puse a buscar por mi cuenta. En el barrio gótico abordé a un espigado africano y le pregunté directamente si quería mi voto. Se mostró sorprendido e incluso algo alarmado. Era senegalés y no tardó en aducir una excusa para seguir su camino. Tampoco tuve suerte en el Raval, donde uno se siente como Hugh Gough, de la caballería ligera, en Lucknow durante el Mutiny, y donde un grupito de paquistaníes declinaron uno por uno votar conmigo, entre risas nerviosas.
"Si quieres voto yo por ti", me dijo al verme abatido y explicarle la razón -nadie me quiere electoralmente- Imre Dobos, mi maestro húngaro de esgrima. Es cierto que, pese a sus ancestros nómadas y su aire de guerrero escita, Imi pertenece a un país comunitario y legalmente podría votar, pero, me explicó, le había pasado el plazo. Me pareció bonito cederle mi voto a alguien tan austrohúngaro como él, lo más cercano a delegar en el conde Almásy. "¡Qué bien, votaré a Portabella!", exclamó. Me quedé de piedra -¡mi voto para el candidato en albornoz!- y pensé en retirar ahí mismo el ofrecimiento y emparejarme con un tendero chino. "Es broma, no es mi tipo electoral", rió. Le pregunté qué esperaba del nuevo alcalde. "Que arregle lo de la seguridad". Que lo dijera un corpulento maestro de esgrima me hizo pensar que las cosas estaban en la calle peor de lo que creía.
Imi se quejó también de la poca ayuda que recibe para cuidar de sus pequeños gemelos y de la falta de guarderías públicas. Él y su mujer peruana, Keila, que es ortopeda (gran pareja para un esgrimista), han de hacer malabarismos para trabajar y ocuparse de los niños. Yo reivindico desde aquí que alguien ayude a Imi para que pueda descansar bien y no se nos ponga de mal humor en clase con el sable en la mano, que es un trance, señores. "Creo que utilizaré tu oferta para votar a los comunistas, a IC", concluyó Imi. Dijo eso, comunistas y no ecosocialistas. Me extrañó, porque él, precisamente, se escapó de Hungría en el 82 mientras hacía la mili llevándose incluso el uniforme. Diablos, Imi, ¿pero no detestabas a los comunistas y hasta tenías dos tías que habían militado en la Cruz Flechada de Szalasi? "¿Yo? Qué va, si hasta fui secretario del partido en la escuela de esgrima y miembro del Konsomol". Todavía faltan días hasta las elecciones, pero Imi se ha tomado mi voto con una gran ilusión, y ahora cualquiera se lo quita.
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