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Espejos y espejismos: de Quebec a Escocia

Quebec, la gran provincia francófona de Canadá, ha sido desde hace muchos años, para amplios sectores del nacionalismo catalán, algo así como un espejo en el que ha querido ver fielmente reflejadas sus aspiraciones soberanistas. Una y otra vez, a lo largo de las últimas tres o cuatro décadas, el referente quebequés ha sido puesto a modo de ejemplo para Cataluña. No ha sido ya así, no obstante, durante los últimos años, cuando la tozuda realidad de los hechos nos ha venido a demostrar que el independentista Partido Quebequés (PQ) perdía fuelle y se alejaban las siempre remotas posibilidades de éxito de una iniciativa independentista en Quebec.

Sin tener nunca en cuenta que cada realidad nacional tiene su propia lógica política, económica, cultural y social, y que por consiguiente no es posible comparar una situación con otra, en el imaginario de amplios sectores del nacionalismo catalán se han ido buscando, una y otra vez, espejos soberanistas en los que pudieran verse reflejadas las reivindicaciones independentistas de Cataluña. Quebec ha dejado ya de ser ese espejo, como lo dejaron de ser también, durante estos últimos 15 o 20 años, Eslovaquia, Eslovenia y otras repúblicas resurgidas tras la desaparición de la vieja Yugoslavia, e incluso, lo han dejado de ser también Estonia, Letonia, Lituania y muchos otros estados reconstituidos tras la desmembración de la antigua Unión Soviética. Todos aquellos supuestos espejos, como ha sucedido también con el de Quebec, se han revelado finalmente como simples espejismos.

Ahora el espejo de algunos sectores del nacionalismo catalán resulta ser Escocia. El reciente triunfo electoral del Partido Nacionacionalista Escocés (PNE) -un triunfo muy inferior al esperado, pero significativo: con poco más de un tercio de los votos, el PNE ha logrado hacerse con 47 escaños en el Parlamento de Escocia frente a los 46 de los laboristas, que durante el último medio siglo han monopolizado el poder- ha despertado de nuevo las esperanzas e ilusiones de quienes en Cataluña apuestan por un soberanismo que nos condujera a la independencia de España.

Se han analizado muy poco, y sobre todo muy mal, las características de la reciente victoria de los nacionalistas escoceses, al tiempo que se ha silenciado el renovado triunfo laborista en el País de Gales, donde existen también opciones partidarias de la independencia del Reino Unido. El ajustado triunfo del PNE se inscribe en el contexto del retroceso del laborismo británico en estos últimos comicios, en los que los candidatos laboristas han recibido un duro castigo en las urnas como consecuencia del gran deterioro de la imagen pública de Tony Blair tras más de 10 años como primer ministro. Basta decir que las mayores pérdidas electorales laboralistas no se han producido en Escocia, sino en la propia Inglaterra, con un claro avance de los conservadores y también de los liberal-demócratas.

En Escocia, el triunfo nacionalista se ha producido no sólo por un deseo de mayor autonomía -la actual es inferior a la de cualquier comunidad autónoma española y, ni qué decir tiene, que muy inferior a las del País Vasco o Cataluña-, sino como consecuencia también del deterioro de la imagen laborista provocado por las políticas de Blair. Aun así, la victoria del PNE le deja todavía muy lejos no sólo de la ansiada mayoría absoluta -logró poco más de un tercio de los votos-, sino que le obliga a pactar al menos con otras dos fuerzas políticas, los liberal-demócratas y los verdes, que en modo alguno coinciden con las aspiraciones independentistas del nacionalismo escocés y, por consiguiente, no parece que pueda plantearse a corto ni a medio plazo un referéndum de autodeterminación.

Como sucede con excesiva frecuencia cuando se intenta comparar el proceso de paz de Irlanda del Norte con el del País Vasco, sin tener en cuenta las enormes diferencias que existen entre ambas realidades nacionales, también en el caso de Escocia el espejo es otro espejismo. Un espejismo que puede ser útil para recabar votos, como quien gusta de pescar en aguas revueltas, pero que no conduce a nada. Como mucho, va a llevarnos a una nueva pérdida de tiempo y de fuerzas, cuando tanto tiempo y tantas fuerzas necesitamos todos para resolver eficaz y prontamente nuestros problemas económicos, políticos, culturales y sociales.

Jordi García-Soler es periodista.

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