Crepúsculo austrohúngaro
Un artista en crisis, una femme fatal, un rival demente y un intelectual cínico: el cuarteto protagonista de El retorno de Filip Latinovicz parece salido de una novela de Dostoievski, y también lo parece el atolladero existencial en que se baten convulsivamente, enfrascados en ardientes discusiones filosóficas. No obstante, Filip Latinovicz, el cosmopolita independiente que, consagrado en París como pintor fauvista, retorna a su pueblo natal al norte de Croacia, para recuperarse de una crisis creativa, es un personaje del siglo XX. Sus problemas de identidad son los de la Yugoslavia de los años treinta bajo la dictadura del rey Alejandro I y en ello estriba el interés de esta novela arrebatada y desigual.
EL RETORNO DE FILIP LATINOVICZ
Miroslav Krleža
Traducción de Jadranja Vrsalivic-Carevic
Minúscula. Barcelona, 2007
356 páginas. 16,50 euros
Al construir un feroz juego simbólico en torno a los vicios de la patria, Miroslav Krlea somete a juicio crítico la anacrónica situación de un país enfrentado al nihilismo violento de los fascismos, pero atrapado en el pasado, incapaz de desprenderse del caduco sistema social del Imperio Austrohúngaro. Indolencia y corrupción, cinismo e incompetencia dominan la vida burguesa de provincias a la que se reincorpora el hijo ilegítimo de una tabernera de dudosa reputación, ascendida a señora respetable. Esta madre fría e hipócrita, antigua amante del obispo, que sienta cabeza a los sesenta años casándose con un chocheante aristócrata local, es la imagen de esa Yugoslavia retrógrada para la que Krlea soñaba un futuro mejor.
El retorno de Filip Latinovicz, la primera novela del fundador de la literatura croata moderna, se hace eco de un ilimitado asco existencial; a su lado, La náusea, de Sartre, parece la obra de una tímida colegiala de monjas: "Los hombres viven, por lo general, en medio del olor que emanan sus propios efluvios, y mientras se deleitan en su propia putrefacción, creen que todo lo que está podrido en sus prójimos apesta".
Sensual, imaginativa y agu
da, la pluma increíblemente productiva de Krlea -autor de una cincuentena de volúmenes de teatro, poesía, ensayo y narrativa- contrapone el entorno natural balcánico con las ambiciones de la modernidad capitalista y, mediante el estudio psicológico de sus personajes, presenta un análisis despiadado de los problemas de su país. La barroca exuberancia de su estilo y su prolijidad descriptiva, sin embargo, tienden a desbordarse, igual que se desbordan los conflictos: el pintor y su amada sucumben inevitablemente, víctimas de un poder externo; la debilidad de Latinovicz no le permite sobreponerse a la decadencia de su entorno. Un gran cuadro expresionista, lúgubre y desesperado.
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