El 'yihadista' que declaró que el 11-M se gestó en Valencia queda desacreditado por las pruebas
"No vamos a dar pábulo a informaciones inútiles", concluyó el presidente del tribunal
La farsa duró lo que un suspiro. El yihadista Kamal Ahbar, cuyo testimonio casi había supuesto una revolución el pasado viernes al afirmar que el 11-M se había planificado en Valencia por un confidente policial y un pollero y que había exculpado de la matanza a los supuestos autores materiales e intelectuales, se desinfló como un globo pinchado tras incurrir ayer en clamorosas contradicciones. Su descrédito llegó a tal punto que el presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, llegó a decir: "No vamos a dar pábulo a nombres o informaciones inútiles para el esclarecimiento de los hechos".
Ahbar, que el viernes había pillado por sorpresa a todo el mundo al proporcionar una versión supuestamente basada en los datos facilitados por tres de los protagonistas de los atentados que huyeron de España tras el suicidio de la célula islamista en Leganés, fue enfrentado ayer a las pruebas objetivas que existen en el sumario y no pasó la prueba. El viernes dijo que ya había contado su fantástica versión al juez Juan del Olmo en enero de este año, pero tras las consultas pertinentes se ha podido contrastar que al magistrado no le dijo nada de nada. Ayer, cuando le preguntaron que por qué no lo había contado antes, sólo respondió: "¿A quién tenía que decirlo?".
Sus contradicciones fueron continuas. El yihadista dijo que el 29 de febrero de 2004, Jamal el Chino había regresado de Asturias en la furgoneta Renault Kangoo con los explosivos de la mina Conchita y rechazó que hubiera habido algún encuentro en Burgos para repartir la dinamita en los vehículos. Pues bien, está demostrado que Jamal el Chino no conducía la Kangoo, sino un Toyota Corolla cedido por Suárez Trashorras, que fue multado por la Guardia Civil antes de llegar a Burgos y su recorrido está acreditado por el rastro de su móvil a través de los repetidores de telefonía o BTS. Además, otro de los procesados, Otman el Gnaoui, con otros dos terroristas se acercó a Burgos en la furgoneta Renault Kangoo, a petición de Jamal el Chino, donde se encontraron para hacer un trasvase parcial de los explosivos y continuar todos juntos en los vehículos hasta la casa de Chinchón, donde luego se montaron las bombas.
"Si es que sabe algo"
Ahbar aseguró que dos de los autores materiales del 11-M le habían contado que Abdelmajid Bouchar no estuvo en Leganés con los suicidas y que no tiene relación con los atentados. Sin embargo, Bouchar, uno de los acusados de colocar bombas en los trenes, escapó corriendo de la policía en Leganés y avisó a gritos a sus colegas de la presencia de los agentes. Además, su ADN fue encontrado en un hueso de dátil de la basura de la célula de Leganés, por lo que tampoco su testimonio es creíble en ese aspecto. Pero Ahbar intentó hacer una deducción para defender su teoría y el presidente intervino: "No le estamos preguntando su opinión, le estamos preguntando lo que sabe, si es que sabe algo".
El punto del testimonio de Ahbar que más desconcierto sembró tiene que ver con el teléfono móvil que los islamistas proporcionaron a la familia de Mohamed Afallah para que éste pudiera despedirse de su familia antes de suicidarse con un coche bomba en Irak. Ahbar aseguró que había sido él quien había comprado el teléfono a través de un amigo llamado Omar. Era una autoinculpación en un delito de colaboración con banda terrorista, delito del que también está acusado en la denominada Operación Sello II, por la que está preso.
Sin embargo, el teléfono en cuestión fue adquirido por Mohamed El Idrissi, y en el sumario figura el tique de compra del mismo en el Corte Inglés de la calle Preciados, de Madrid, siguiendo instrucciones del procesado Larbi Ben Sellam, como así lo reconoció El Idrissi. Cuando se le pusieron de manifiesto estos datos, Ahbar hizo una pirueta y aseguró que se compraron dos teléfonos pero que desconocía los detalles. Pero no fue la versión definitiva, porque más tarde llegó a decir que con su dinero se habían comprado tres teléfonos. Nadie le creyó.
Ahbar había achacado la manipulación de los teléfonos móviles como activadores de bombas a un imán de la mezquita de Villaverde llamado Abu Jaber, que no es otro que el confidente Cartagena. Cuando le preguntaron cómo sabía que Abu Jaber era Cartagena, Ahbar dijo que por la prensa, pero algún periódico ha publicado el nombre auténtico de Cartagena, no su alias de Abu Jaber, por lo que el yihadista nunca pudo conocer el dato por los medios de comunicación, sino por sus compañeros de prisión.
Entre las perlas que el testigo dejó caer en la sesión de ayer figura que Daoud Ouhnane -uno de los que colocaron bombas en los trenes y que supuestamente murió en Irak en un atentado suicida- le contó que sabía que Rafá Zouhier era confidente de la policía mucho antes de los atentados. ¿Alguien puede creer que la célula islamista negoció el trueque de los explosivos por droga con un confidente policial como intermediario?
Ahbar reconoció que ha coincidido en prisión con varios de los acusados, algunos de los cuales han resultado beneficiados por sus declaraciones. Varios letrados le preguntaron si había preparado su declaración con ellos en la prisión, pero el testigo dijo que no.
En un determinado momento, el letrado Gonzalo Boyé le preguntó si una de las informaciones que había proporcionado sobre el viaje con los explosivos se lo habían explicado este fin de semana, en clara referencia a que los procesados encarcelados en la prisión de Meco le habían instruido sobre lo que tenía que decir. Y, presumiblemente en un lapsus, el testigo contestó: "Sí, así es". Por lo que el letrado concluyó con tono de desprecio: "Pues no hay más preguntas".
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