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Reportaje:

La otra ciudad cumple dos siglos

El Cementerio General de Valencia se construyó en 1807 como una conquista del higienismo de la Revolución Francesa

Miquel Alberola

El cementerio de Valencia es uno de los primeros de España que fue construido siguiendo las normas de un decreto de Carlos III que asumía la tradición higienista de la Revolución Francesa. Hasta ese momento, el 7 de junio de 1807, la ciudad había estado en una acuciante situación de insalubridad debido a la saturación de los cementerios parroquiales, que estaban junto a las viviendas. Varios años antes, en 1776, el regidor de la ciudad, Antonio Pascual Almunia, ya había planteado la necesidad de construir un cementerio extra muros para atajar este serio problema sanitario, pero el proceso se eternizó por motivos burocráticos y presupuestarios.

Finalmente, sobre un proyecto original del arquitecto Cristóbal Sales, que contó con la colaboración de Manuel Blasco, el Cementerio General de Valencia fue una realidad con una planta centralizada y rígidos trazados axiales, siguiendo el sentido ordenancista y racionalizador propio de la mentalidad neoclásica de la época. Un carpintero llamado Vicente Gimeno fue el primero en recibir sepultura. Entonces, el 99% de los cadáveres estaba destinado a la fosa común, pero pronto llegaron los primeros panteones, como el de la familia White Llanos, que daba cuenta de la importante colonia de extranjeros que vivió en la Valencia del XIX. El cementerio se fue desarrollando como una ciudad simétrica, reproduciendo las distancias sociales en sus instalaciones con absoluta fidelidad. Desde la fosa común a los sofisticados panteones, la ciudad ha sepultado a sus muertos imprimiéndoles todos los registros y matices que han ido suministrando los cambios sociales, políticos y artísticos.

A mediados del siglo XIX la burguesía valenciana trasladó su esplendor económico al camposanto edificando grandes monumentos funerarios y ése fue el punto álgido del arte funerario, que se prolongó hasta la Guerra Civil. Según el relato de Santiago Alcázar, responsable de los cementerios de la ciudad, las familias más adineradas de Valencia pugnaron por tener el mejor de los panteones "sin reparar en gastos". Esta competencia atrajo hacia el talento de los principales escultores y arquitectos del momento.

Entre 1880 y 1888, José Aixa realizó obras tan interesantes como la lápida de la viuda del pintor Salustiano Asenjo Arozamena, las cuatro esculturas alegóricas en mármol del panteón del marqués de Colomina o el Ángel Custodio en relieve del panteón de Sánchez Quintanar. También Mariano Benlliure dejó sus inconfundibles trazas en el busto funerario conmemorativo de Antonio García, las lápidas de Francisco Gómez Suay, José Benlliure y María Ortiz, así como en el panteón de la familia de Vicente Blasco Ibáñez, en el que llegó a esculpir el nombre del escritor sin que esté enterrado en él. Además de José Capuz, que esculpió el relieve de la Piedad en su propio panteón, son también significativas las aportaciones de Ricardo Boix y Eugenio Carbonell. El primero realizó trabajos tan destacables como las lápidas de Félix Azzati, Amparo Oliver y José Pardo, así como los de las familias Borgoñón García y Miguel Solís Simarro. Por su parte, Carbonell cuenta con una amplia muestra de esculturas en los panteones de las familias Estela, Peris, Suay, Marín, Alcuza, Doménech, Pedro Pascual, Gómez Reig, Fabregat, Risueño Ortiz y Zarandieta y Escrig.

Entre la abundante e interesante obra arquitectónica que reúne el camposanto, más allá del impresionante recinto columnario, merecen un destacado las intervenciones José Manuel Cortina Pérez, Antonio Martorell Trilles, Gerardo Roig y Gimeno, Vicente Sancho y Enrique Samper Bondía. Varios de los panteones, criptas, sepulturas y monumentos funerarios firmados por ellos alcanzan una gran calidad visual.

A partir de los años veinte, la clase media empezó a mejorar su nivel adquisitivo, lo que dio paso al incremento de los nichos, pese a que las fosas comunes se mantendrían hasta los setenta. En los últimos años, el crecimiento del cementerio ha sido tan espectacular como el de la ciudad, aunque el aumento de las incineraciones apunta hacia una nueva cultura funeraria. El cementerio y la ciudad han aproximado sus simetrías y vuelven a ser casi un mismo cuerpo, pero ahora la normativa separa en 300 metros las edificaciones residenciales y el control sanitario facilita su compatibilidad. Para Santiago Alcázar, el cementerio, en su integración urbana, tiene que convertirse en un oasis con valores botánicos y culturales para ser paseado.

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Un futuro para el pasado

Los cementerios patrimoniales se enfrentan al problema de cómo mantenerse sin que ello suponga un gasto costosísimo para las ciudades y garantizarse la continuidad siendo útiles a la sociedad más allá de su objeto principal. Algunos ya han afrontado el desafío con soluciones muy imaginativas. Es el caso del camposanto de Santos, en Brasil, que no es patrimonial pero ha construido un rascacielos de 32 alturas en su interior para 30.000 nichos. O como los de Père Lachaise y Montparnase en París, que se han convertido en una referencia turística de primer orden. O el de Montjuïc, en Barcelona, que está haciendo visitas guiadas un domingo cada mes. El Ayuntamiento de Valencia celebrará un congreso en la ciudad entre el 9 y el 10 de mayo para poner los problemas que tienen los cementerios monumentales sobre la mesa, conocer cómo se han abordado en otras partes, buscar soluciones y poner en valor su atractivo patrimonial. El foro, que se celebra por primera vez bajo el nombre de Congreso Europeo de Cementerios Históricos, contará con representantes de las asociaciones de cementerios históricos de Europa, Suramérica, los Estados Unidos y Canadá.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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