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La izquierda 'abertzale' ante las elecciones del 27-M
Columna
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Un instrumento podado

Soledad Gallego-Díaz

¿Son las listas electorales presentadas por ANV un instrumento que utiliza Batasuna para intentar volver a los ayuntamientos? Sí. Así lo percibe la inmensa mayoría de los ciudadanos vascos, que conocen bastante bien la realidad de su país. Y para cualquier observador de la política vasca resulta claro que Batasuna está realizando una movilización extraordinaria, casi sin precedentes, para, de una forma u otra, volver a la política municipal institucional. Tal y como están las cosas, no parece que esa presencia se vaya a evitar completamente, de acuerdo con la ley, pero sí que quedará reducida, fuera de las grandes ciudades y de las juntas generales, y con representantes secundarios.

De entrada, existen unos criterios jurídicos, fijados por una sentencia anterior del Tribunal Constitucional, que deben ser respetados. El TC ha hecho patente, en varias ocasiones, que ilegalizar a un partido político o impugnar listas electorales son decisiones importantes, de gran calado democrático, que exigen escrupulosidad y espíritu garantista. La imperiosa necesidad de respetar esas garantías debe primar por encima del riesgo de que queden huecos sin tapar, y eso no debería provocar un gran debate entre partidos democráticos. La decisión final está en manos de tribunales.

De lo que se puede discutir es de algo estrictamente político, objeto de debate incluso en amplios sectores socialistas: ¿Existe también en este proceso una voluntad política del Ejecutivo de enviar alguna señal de entendimiento con el mundo de Batasuna?

Todas las leyes tienen un "espacio interpretativo" que admite distintos grados de severidad en su aplicación. Es seguro que ninguna de las interpretaciones de la ley va a permitir que la jerarquía de la ilegal Batasuna encuentre cobijo o acomodo en los ayuntamientos vascos o navarros. Pero sería absurdo ignorar que existe, por parte de los sectores del Ejecutivo y del Partido Socialista de Euskadi más proclives al diálogo, una cierta presión para que estas elecciones no signifiquen tampoco la ruptura de todos los puentes.

Para esos sectores, la mejor manera de alentar futuros procesos de paz es "dejar un respiro" y, sobre todo, poner en el lado de Batasuna y de ETA la responsabilidad de la ruptura de la actual tregua, sin pretexto electoral que valga. Si un número importante de candidaturas "secundarias" encuentra la fisura jurídica por la que pasar, ¿serán capaces de romper el alto el fuego?

Otros grupos, también socialistas, creen que la mejor estrategia en estos momentos es, precisamente, la contraria: enviar una señal de máximo rigor. Para ellos, el entramado de ETA tomará sus decisiones respecto a la tregua al margen del resultado de estas elecciones.

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En el medio, un buen número de seguidores socialistas, cargados de dudas, opta por confiar en las decisiones de la dirección de su partido, a la espera, eso sí, de sus resultados. Su principal inquietud nace de la dificultad de saber cómo interpretará ETA esta situación y la evidente capacidad de movilización de que hace gala Batasuna. ¿La vincula a la esperanza de paz de sus votantes o sólo a sus propias fantasías?

Un antiguo secretario de Estado norteamericano en plena guerra fría, Edmund Muskie, explicó una vez que lo que le quitaba el sueño era la posibilidad de interpretar de forma equivocada alguna señal del adversario: una vez adoptada una respuesta incorrecta, el proceso era imparable, porque la parte contraria entraba en la misma dinámica. Muskie, que fue descrito como "un hombre culto, pensativo y triste", duró poco al frente de la Secretaría de Estado, pero es difícil encontrar ministros de Exteriores o diplomáticos que no compartan su análisis sobre el juego entre señales dudosas e interpretaciones erróneas.

El gran éxito de este proceso sería que ETA y Batasuna no se equivocaran sobre el alcance de todo este ruido: las cosas, por mucho que tengan lecturas enrevesadas y confusas, siguen estando donde estaban: en un país democrático, no es legítimo ni aceptable hacer política con violencia.

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