La veteranía no tiene edad
EL PAÍS presenta mañana 'Alegría', de Wayne Shorter, y el viernes, 'El momento', de Wes Montgomery, por 4,95 euros cada uno
Alegría (en español en el original) es, con mucho, el más joven de los disco-libros de la colección Estrellas del Jazz. Fue publicado en 2003 por Wayne Shorter, un tipo que, sin ser precisamente un saxofonista primerizo (contaba entonces 70 años), ha sabido rodearse de nuevo talento para afrontar la vejez. La prueba es el grupo estable de sus últimos discos, en el que militan Brian Blade, el baterista mejor vestido del jazz actual, o el panameño Danilo Pérez, pianista excepcional y quizá el responsable del título en castellano del álbum.
El nuevo milenio ha sido para Shorter, en activo desde que coincidió a principios de los cincuenta en la Armada con el pianista Horace Silver, un tiempo para los estrenos. En 2002 el saxofonista tenor editó su primer disco en directo, que también supuso la vuelta al terreno del jazz acústico de Shorter, héroe para los amantes del jazz rock y villano para los puristas, como fundador que fue en los setenta de Weather Report.
El mundo del jazz celebró unánimemente la vuelta a la vida de Shorter
Todo esto convierte Alegría en el primer disco acústico de estudio grabado por el músico desde finales de los sesenta, cuando su arte (de impecable improvisador y fenomenal compositor, "el más grande vivo", escribió The New York Times) se repartía entre los discos registrados como líder para el sello Blue Note y su trabajo en el segundo quinteto de Miles Davis, una de esas bandas irrepetibles, incluso aunque la perífrasis suene a tópico.
El mundo del jazz celebró, unánime, la vuelta a la vida de Shorter, 20 años de rumores sobre un regreso después. Alegría eran buenas noticias. Siempre lo son, si se trata de nuevas composiciones salidas de la mente del tipo que escribió Speak no evil, Footprints, ESP, y una impresionante serie de clásicos del jazz moderno, al que en ciertos ámbitos llaman post-bop para referirse a la música que suena innovadora pese a emplear instrumentos, formaciones e inspiraciones que han permanecido esencialmente idénticos durante décadas.
La grandeza del disco reside en utilizar estas conocidas armas (un quinteto al que se suman puntualmente los arreglos de cuerda o la percusión brasileña) de un modo que resulta aún más original cuando se repara en que Shorter es un septuagenario sin ganas de acomodarse. Y no el único. Las sorpresas parecen venir últimamente en el jazz de la tercera e incluso la cuarta edad. Algunos de los mejores discos del género de los últimos años llevan la firma de venerables ancianos como Sonny Rollins, Ornette Coleman o Andrew Hill.
Imaginar cómo sería un álbum de Wes Montgomery hoy entra en la categoría del jazz-ficción. El guitarrista de Indiana (Estados Unidos) murió en 1968 de un ataque al corazón a los 45 años. Tiempo, por otro lado, que le sobró para convertirse en una leyenda de su instrumento, fundamentalmente gracias a su personalísimo estilo.
Wes tocaba con la yema de los dedos. Ni uñas, ni púas. Y era capaz de sacar el máximo partido a una sola nota, con toques rápidos y cálidos, octava arriba y abajo. Este arte lo aplicó en la primera época (en los sellos Pacific Jazz y Riverside), cuando destacó como un sobresaliente intérprete de standards y también después, tras firmar, en un movimiento que muchos aún le discuten, con el sello Verve para grabar Bumpin', disco que se puede considerar entre los fundadores del smooth jazz. La vertiente más fácil, baja en calorías y, casi siempre, meliflua del género.
Pero en 1965, año de grabación de Bumpin', la fórmula aún no se había decolorado hasta resultar insípida. Los arreglos de cuerda de Don Sebesky son a la vez inauguración y cumbre del género y el bueno de Wes tenía un don natural para el gran blues incluso en las peores condiciones para ello. A Bumpin' siguieron otros formidables coqueteos con el pop, recogidos en El momento, el disco-libro del viernes. En Verve, primero, y en el sello A&M, durante los dos últimos años de su vida.
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