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El talón de Aquiles del nuevo capitalismo

Antón Costas

El 1 de mayo parece una fecha propicia para interrogarse acerca del futuro del trabajo en la nueva economía globalizada como la que nos ha tocado vivir en este tránsito de siglo. Una nueva economía -industrias relacionadas con las nuevas tecnologías, las finanzas, la consultoría y los medios de comunicación globales- que, aun cuando sigue siendo una parte pequeña del empleo y del producto que generan nuestras economías, tiene sin embargo una enorme capacidad para influir en las pautas del mundo del trabajo, en la vida política y en las políticas de los gobiernos.

Como europeos y españoles esta reflexión es más necesaria y oportuna, porque estamos viendo cómo en estos primeros años del siglo XXI la economía europea ha tomado el relevo de la estadounidense en cuanto la intensidad de los procesos de fusiones y adquisiciones empresariales relacionadas con esa nueva economía y a la cuantía de los capitales involucrados en estas operaciones.

En estas fusiones y adquisiciones que estamos viendo en la economía europea (y con más proximidad en la española y en el propio mundo empresarial catalán), están desempeñando un papel destacado los instrumentos del nuevo capitalismo americano, los hedge funds y el private equity, con sus prácticas de troceamiento de empresas y reducción de empleo, dirigidas a lograr su objetivo básico: la búsqueda de elevadas rentabilidades a corto plazo, del orden del 25%.

Una de las cuestiones más relevantes es ver si este nuevo capitalismo tendrá en Europa los mismos resultados que en la vida económica y política norteamericana, en términos de fuerte impulso al dinamismo empresarial, pero acompañado de la aparición de una enorme brecha de desigualdad económica, de inestabilidad laboral y de una influencia perturbadora en la política.

A estos efectos se refería el prestigioso economista norteamericano Paul Krugman en su último artículo publicado en su columna del The New York Times el pasado 27 de abril. Señalaba que a finales del siglo XIX, en un periodo muy similar en muchos aspectos al de hoy, el hombre más rico de Norteamérica, el empresario John D. Rockefeller, declaró una renta de 1,25 millones de dólares, que venía a ser unas 7.000 veces la media de la renta per cápita de Estados Unidos de aquella época. Pues bien, el año pasado James Simons, gerente de un hedge fund, declaró unas ganancias de 1.700 millones de dólares, más de 38.000 veces la renta media norteamericana. En conjunto, los 25 primeros administradores de hedge fund tuvieron unas ganancias de 14.000 millones de dólares. (Para hacerse una idea de lo que significan esa cantidad, Krugman señala que son más de lo que costaría suministrar cuidados sanitarios durante un año a ocho millones de niños, que es el número de niños que en América, a diferencia de cualquier país europeo, no tienen seguro de salud).

Pero otro rasgo de este nuevo capitalismo de raíz norteamericana es su capacidad para influir en la vida política y las políticas públicas. Así, Krugman señala que otro elemento distintivo de la política de su país es la nostalgia de la moderna derecha norteamericana por la política de finales del siglo XIX, con su fiscalidad mínima, la ausencia de regulación y la confianza en la justicia social basada en la caridad y el altruismo de los ricos más que en los programas sociales públicos. Una manifestación de esa influencia han sido los intentos del Gobierno de Bush para privatizar la seguridad social y desmantelar los programas de salud para los más débiles.

Queda por ver si los efectos de la llegada de esas formas del capitalismo moderno norteamericano a Europa serán las mismas que en la vida económica y política norteamericana, tanto en lo que se refiere a la desigualdad de ingresos entre las élites y las clases medias y bajas, como en su influencia en las políticas sociales y de bienestar.

En todo caso, se puede afirmar que la desigualdad parece ser el talón de Aquiles de ese nuevo capitalismo. Su manifestación más visible probablemente es esa enorme descompensación entre los elevadísimos salarios y pensiones de los ejecutivos de más alto nivel y el estancamiento, cuando no el retroceso, de los salarios de las capas intermedias de técnicos y profesionales y los de los trabajadores manuales. Esta descompensación explica la espectacular pérdida del peso de los salarios en la renta nacional de nuestros países en el último cuarto de siglo.

Pero la desigualdad presenta también otras formas que tienen un impacto decisivo en la vida cotidiana de las personas, en su autoestima y en la posibilidad de planificar el futuro de sus vidas. Una de ellas es el fin del trabajo para toda la vida, y la aparición de formas de trabajo de corta duración e inestables, incluyendo el empleo temporal y el trabajo autónomo, con sus efectos sobre todas las instituciones que giraban alrededor del viejo capitalismo social de trabajo fijo, entre ellas los sindicatos.

Sin duda, los cambios estructurales en el mundo del trabajo carecen de fronteras nacionales. La decadencia del empleo de por vida no es un fenómeno estadounidense, sino general de toda la economía. Pero la reacción frente a ese cambio estructural sí admite variaciones nacionales.

Una cuestión importante es conocer en qué medida esta desigualdad es el resultado inevitable de la nueva economía, de la globalización y del cambio técnico, frente a la cual nada pueden hacer las políticas de los gobiernos, o las iniciativas sociales y de los sindicatos o, por el contrario es consecuencia de una determinada cultura del nuevo capitalismo.

A esta cuestión, trascendente para las vidas de todos nosotros en los próximas décadas, intenta responder un libro reciente de Richard Sennett (La cultura del nuevo capitalismo. Anagrama). Su tesis principal es que la inseguridad y la desigualdad que aparecen asociadas a la nueva economía, y que constituyen su talón de Aquiles, no son una consecuencia inevitable de la nueva economía y de los altibajos del mercado, sino que forman parte del programa de un nuevo modelo institucional; es decir, de una cultura determinada del nuevo capitalismo. La rebelión contra esta cultura, y contra las políticas que la acompañan, constituye probablemente la nueva página de la historia que está por escribir.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la Universidad de Barcelona.

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