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Crónica:DON DE GENTES.
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Martín', un cerdo madrileño

Elvira Lindo

UNA COSA es lo que se piensa, otra lo que se siente, una muy distinta lo que se dice. Por poner un tema facilón: la lluvia. Yo pienso (de) que la lluvia es un coñazo, siento impaciencia porque se acabe y tirarme a la calle, que, como zascandila que soy, es mi medio natural. Sin embargo, de cara a la galería, afirmo que bendita sea la lluvia, que las lluvias de abril y el sol de mayo, por decirlo machadianamente, es lo que mejor agradece la tierra, y que si me lo pidieran, ay, firmaría manifiestos para que se prolongue hasta el verano. Yo defiendo la lluvia de cara a la galería y "desde la responsabilidad", como diría un politicastro, pero personalmente, como lo pienso lo digo, no la puedo soportar. En la actualidad hay que andarse con ojo hasta para hacer chistes sobre el planeta Tierra porque es una concienciación en alza. No digo que no tenga fuste, es más, estoy segura de que a día de hoy es la reivindicación más urgente, pero siempre me resulta cómica la sobreactuación de los artistas. Hay actores de cine norteamericanos que saben interpretar un personaje desde la contención y, sin embargo, luego los sueltas en la vida real y se pasan de sobreactuados. No hay más que ver el beso patoso que Richard Gere le dio a la bella india. Tantos años a vueltas con la espiritualidad tibetana, chaval, y luego no sabes en qué terreno te mueves. Pasa que se mueven por el mundo tratados como semidioses, con lo cual, el día que dan con gente borde, que es lo que nos pasa a los mortales a diario, no se lo pueden creer. En lo de la lucha por el planeta se advierten esos gestos de una militancia inocente: bien mirado es bastante gracioso que la maravillosa cantante Sheryl Crow tomara del brazo a Karl Rove, asesor de Bush, uno de los individuos que más implacablemente han defendido el derecho de las empresas a la expulsión de gases contaminantes y al que se le da una higa que la placa de hielo polar se derrita, y se propusiera alertarle sobre el calentamiento del planeta. Qué hizo el señor Rove, pues pegarle un empujoncillo, como diciendo: "Señorita, usted no sabe con quién está hablando". Naturaca. Es como si un día te toca de compañero de mesa el señor Jaume Matas y le dices: "Hay que ver cómo está el tema de la especulación urbanística en la costa mediterránea". El señor Matas, con más razón que un santo, pediría que le cambiaran de asiento y que le pusieran al lado, por poner un ejemplo al buen tuntún, de María de la Pau. Pero yo no venía aquí a ironizar sobre los que han convertido a Gore en Superman, eso sería de quinta. Es más, yo deseo que el planeta dure y quiero durar yo también, siquiera 100 años, y cuando no pueda valerme, cuando no pueda dar un paso, quiero que un señor muy guapo de uniforme me pasee en silla de ruedas por la plaza de Chueca. Eso es lo que pensé la otra tarde cuando esta apestosa lluvia (divina para el campo) se retiró unas horas y el sol dijo aquí estoy yo, como en la canción de los Beatles. Todos los amantes del planeta nos echamos a la calle a celebrar el fin del coñazo de las precipitaciones (divinas para el campo). Yo iba del brazo de un amigo. Mi amigo es famoso, pero no diré el nombre porque si lo digo deja de ser mi amigo para ser sólo "el famoso". ¡Y eso sí que no! Mi amigo pertenece a la tribu de los zascandiles, como yo, pero su famosez le corta un poco el rollo. Cada poco se tiene que parar a hacer una foto con el móvil de un fan, que menudo invento. El problema de un famoso como mi amigo es que la gente a su alrededor se pone nerviosita y empieza a decir tonterías. Los famosos ponen tonta a la gente, y eso hace que la vida pierda parte de su gracia. Pero aun así, la tarde era impagable. Íbamos del bracete por la calle Pelayo y comprábamos calzoncillos y sombreros para celebrar la llegada de la primavera. Mi amigo, piropeador nato, le dijo a una señora de edad en una tienda de Chueca: "Es usted muy bonita. Usted sale ahora mismo ahí a la plaza y se le insinúan hombres y también mujeres". Y la señora contestó, como inspirada por el Valle-Inclán de Luces de bohemia: "También mujeres, sí, no hace falta que me lo diga, que yo ya sé que esta plaza es muy politécnica". En la politécnica plaza echamos un rato. Ya digo, la gente estaba loquita por este buen tiempo que está destrozando el planeta y que nosotros adoramos porque no pensamos en las generaciones venideras. Yo, amante del mundo animal, me fui a agachar para acariciar el lomo a un perrillo, y por el camino me di cuenta de que no era perro, sino cerdo. A veces pienso que yo vengo a Madrid para enterarme de lo que pasa en Nueva York, porque el dueño del cerdo me dijo: "Hija, pues el Soho está plagado de tías paseando cerdos". Lo juro: hasta la presente, yo sólo tenía noticias del cerdo de George Clooney. El cerdo se llamaba Martín, por lo del refrán, y era, de verdad, para comérselo. Martín duerme con su amo, y por las mañanas le despierta pasándole el hocico por la oreja; no me digas. Y qué comía el cerdito, pregunté. "Pues, hija, de todo. Un día mi madre le tiró una chuleta de cerdo y yo le dije: '¡Ay, mamá, no seas caníbal!". De pronto, el cielo se pobló de nubarrones y todos los admiradores de Gore, con nuestra caña en la mano, pensamos al unísono: "Tampoco te pases protegiendo el planeta, tío".

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.
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