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Columna
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La corrupción

Cuando el 1936 Juan Ramón Jiménez explicó sus relaciones con la política y la poesía, tuvo la buena idea de escribir sobre el trabajo gustoso y contó la historia de un jardinero sevillano, un regante granadino, un carbonero de palos y un mecánico malagueño. Como Juan Ramón reconocía su deuda con Francisco Giner de los Ríos, el andaluz de fuego, y se había formado en el regeneracionismo ético de la Institución Libre de Enseñanza, estaba convencido de que convertirse en un buen profesional, hacer bien el trabajo de cada uno, era la mejor manera de comprometerse con el progreso del país. El poeta se dedicó a sus versos con las misma entrega minuciosa que empleaba el jardinero de Triana en cuidar las flores de su huerto, con la misma atención del regante del Generalife que escuchaba la voz del agua, con el mismo amor del carbonerillo de Palos que dulcificaba la agonía de su burra, con el mismo respeto del mecánico malagueño que se negaba a maltratar las piezas de un motor. Juan Ramón se declaraba colectivista en la economía e individualista en el espíritu. Definía el progreso como un modo de crecer hacia adentro, hacia la propia conciencia. Desempeñar bien un trabajo suponía el mejor modo de vincularse éticamente a la realidad, de sociabilizarse, de equilibrar la conciencia individual con los compromisos colectivos. Los malos versos, las malas clases del profesor o las malas gestiones profesionales son una forma de corrupción social. Al preocuparnos por la corrupción, los españoles tendemos a pensar en los políticos que reciben dinero negro por ensuciar las leyes. Pero es una temeridad identificar la corrupción con la política, porque un político corrupto es sólo un ejemplo de alguien que hace mal su trabajo. El empresario que reparte maletines para maltratar el suelo de una ciudad, los metros cuadrados de una habitación o los materiales de unas obras públicas, es tan corrupto como el político que traiciona a sus votantes, o que los representa bien a la hora de ejecutar sus prevaricaciones. Los políticos corruptos no dejan de ser representantes de una sociedad corrupta.

Los casos notables de corrupción se amplían mucho al abrir el abanico de la sociedad. Un periodista que hace mal su trabajo, y que en vez de informar se dedica a manipular, intoxicar, calumniar y crear sospechas infundadas, es tan corrupto como un empresario devorador de paisajes. Hay periodistas que cumplen en las democracias el mismo papel nauseabundo que los torturadores en las dictaduras. Un abogado defensor que en vez de defender a las víctimas se convierte en aliado de los criminales, para alimentar extrañas redes de mentiras mediáticas, es tan corrupto como el político que se guarda un sobre malhechor en el bolsillo. Por esta misma lógica el trabajo bien cumplido llega a convertirse en una actitud de resistencia. El policía que no admite las manipulaciones de una investigación, sean cuales sean los intereses partidistas en juego, o el juez que se empeña en juzgar bien, manteniéndose por encima de las ventoleras del intoxicador, son tan resistentes, tan regeneradores, tan necesarios para la sociedad como el regante del Generalife, el carbonero de Palos, el mecánico malagueño o el jardinero de Sevilla, según la ética poética o la política lírica de Juan Ramón Jiménez. Todos debemos respetar nuestro trabajo, todos debemos apartar la imagen de la corrupción como algo que sólo afecta a los políticos. La reivindicación de la política es necesaria frente a los intoxicadores que desean liquidar las reglas y los espacios públicos para tener las manos libres a la hora de desempeñar mal su trabajo. La política, del mismo modo que el trabajo, resulta una forma imprescindible y noble de socialización. Contra la corrupción no se actúa apostando por la abstención, sino acudiendo a votar de forma masiva, y escogiendo la papeleta con el mismo cuidado que utilizaba Juan Ramón al escribir sus versos, con la misma atención con la que desempeñaban su trabajo el jardinero de Sevilla, el carbonero de Palos, el regante del Generalife o el mecánico de Málaga.

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