Un soplo de aire fresco
En estos días tan llenos de malas noticias, espero que mi carta sea un soplo de optimismo para todos como lo ha sido para mí. Hace unos días, en el centro cultural al que asisto a realizar actividades se anunció la celebración de un curso de encuadernación. Me pareció una actividad interesante, por cuanto suponía un reto para mí, ya que no tenía ni idea del tema. Hasta aquí no hay nada extraordinario, pero cuál fue mi sorpresa al conocer que era impartido por los miembros de la Asociación Síndrome de Down de Huesca. Ha sido una de las experiencias más gratificantes de mi vida y quiero compartirla con todos sus lectores y así dar a conocer la actitud de mis maestros: cariñosos, pulcros, solícitos, pacientes... y un sinfín de calificativos más que se merecen. La enseñanza real para mí ha sido la generosidad, entrega y cariño con la que nos han tratado a mis compañeros y a mí: a sus alumnos. Me sentía llena de alegría, de optimismo, de energía positiva al ver sus caras sonrientes y prestas para empezar una nueva clase; y al finalizar: la satisfacción reflejada en sus rostros. Quiero aprovechar la oportunidad que me brinda EL PAÍS para dar mi más sincero agradecimiento a Cristina, Alba, Ana, Mónica, Miguel Ángel y Gaspar y, cómo no, a su monitora Loida, que ha sido un encanto para todos. A todos ellos, gracias por haber inundado mi vida con un soplo de aire fresco tan enriquecedor.
