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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Alan Ball, futbolista

Fue campeón del Mundo con Inglaterra

Santiago Segurola

Un perfil típico del fútbol es del jugador tocado por la gracia en el momento justo, sin previo aviso y con escasas posibilidades de repetir su hazaña en el futuro. Quizá resulte excesivo atribuir este don a un hombre que fue 72 veces internacional con Inglaterra, conquistó la Copa del Mundo de 1966, disputó dos Mundiales y su traspaso del Blackpool al Everton fue en su día el más cuantioso de la Liga inglesa. Hay materia, por tanto, para pensar que Alan Ball fue un futbolista importante. Pero toda su carrera, desarrollada en el Black-pool, Everton, Arsenal, Southamp-ton y Bristol Rovers, palidece frente a su inolvidable actuación en la final de Wembley, frente a Alemania. En aquella tarde de julio, Inglaterra derrotó 4-2 a Alemania en la prórroga, con tres tantos de Geoff Hurst y con la presencia entre los titulares de ídolos como Bobby Moore, Bobby Charlton y Gordon Banks. Fue, sin embargo, Alan Ball el gran protagonista del encuentro.

Ball, que falleció el martes poco después de ver por televisión la victoria del Manchester sobre el Milan, alcanzó la titularidad en el equipo inglés por un acto de confianza extrema del seleccionador Alf Ramsey. Tenía 21 años y jugaba en el modesto Blackpool. Aunque había destacado desde niño -debutó como internacional con 20 años-, su inclusión en la selección fue recibida con sospechas. Dos jugadores, Payne (Southampton) y Callaghan (Liverpool), parecían apuestas más seguras. Ninguno logró imponerse a Ball, uno de esos jugadores característicos del fútbol inglés: pequeño, casi diminuto, pelirrojo, hiperactivo, siempre dispuesto al combate, armado técnicamente y valiente hasta el asombro. Alan Ball, Billy Bremmer, Archie Gemmill y Paul Scholes -quizá el mejor jugador y el menos valorado en el Manchester de los últimos 15 años- son algunos de los grandes representantes de esta peculiar escuela británica.

Alf Ramsey eligió a Ball porque no creía en los extremos. En el costado derecho colocó a Ball. En el izquierdo, a Martin Peters. Ball era un centrocampista infatigable. Peters tenía clase y una intuición demoledora para alcanzar por sorpresa posiciones de remate. En la final fueron decisivos en la victoria, pero Ball dejó un recuerdo imborrable. Frente al rubio y marcial Kart Heinz Schnellinger, defensa del Milan y uno de los jugadores más importantes que ha dado Alemania, el pequeño Ball gastó en una tarde la energía de toda una vida. Fue el mejor defensa, el mejor centrocampista, el más hábil, el más profundo y el más combativo de los jugadores ingleses. Todos sus compañeros lo reconocieron, incluido Hurst, cuyos tres goles le elevaron a la categoría de mito nacional. Ball representó ese día el nuevo modelo del fútbol: el jugador total. No volvió a disfrutar de tanta gloria. Fue un buen jugador que perdió pronto un poco de todas aquellas cualidades que le adornaron con 21 años. Aunque jugó en la selección hasta 1975, su papel nunca tuvo la enorme relevancia que adquirió en el día más memorable del fútbol inglés.

Alan Ball.
Alan Ball.

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