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Columna
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Quiero votar en Virginia

Hay algo peor todavía que la constatación de que el voto de los emigrantes está frecuentemente manipulado y falsificado por los partidos políticos y es el hecho de la negativización, cuando no directamente criminalizacion, de los derechos electorales de la población emigrante. No conozco gallego o gallega que no hayan emigrado por razones económicas o políticas. Es decir, el hecho de que Galicia tenga tanta ciudadanía en el exterior no es fruto de ningún espíritu étnico excursionista, sino consecuencia directa de diferentes desajustes e injusticias históricas.

De alguna forma, podemos afirmar que existe un deuda histórica con nuestra población exterior y no creo que seamos la ciudadanía residente en Galicia (ni mucho menos, los políticos profesionales que hay entre nosotros) los que debamos escatimarles el derecho de participación política. Me resulta abominable que el descubrimiento de prácticas electorales fraudulentas con el voto emigrante, más allá de que generar un clamor porque se garantice la transparencia, accesibilidad y garantías de ese derecho haya servido para extender un estado de opinión contrario a los derechos democráticos de la emigración.

Es urgente garantizar el voto en urna de la emigración, pero no es legítimo poner ese derecho en duda por muy cierta que sea la demagogia de muchas prácticas políticas, que, lejos de articular los derechos sociales de los emigrantes, sólo acuden a ellos para secuestrar su participación electoral. También es cierto que podrían establecerse matices sobre la participación en los sufragios de la ciudadanía gallega en el exterior de segunda o tercera generación, por ejemplo, para la municipales.

Lo que no me parece admisible es violentar la dignidad de nuestros compatriotas negándoles el derecho a participar democráticamente en el destino político de su lugar de origen y (¿por qué no?) también lugar de destino, si no real, deseado o deseable. La recuperación de la memoria también tiene que ver con la reparacion histórica de las desigualdades sociales y políticas que obligaron a tantos gallegos y gallegas que se vieron condenados a la diáspora y el mínimo exigible y conseguible de esa reparción histórica es el derecho al voto.

Todo lo que contribuya a crear tejido democrático y participativo es bueno para todos, y vivimos en un excitante momento histórico en el que salta a primer plano el derecho a la libre circulación de personas y el reconocimiento de sus derechos sociales y políticos, sea cual sea el lugar del mundo en que se encuentren físicamente. Es un derecho que rige para los que van, para los que llegan, para los que marchan, para los que están y los que no están, y, sobre todo, para los que están en donde están aunque no quisieran estar o porque no tienen más remedio.

Permítaseme, siquiera sea como fábula, pensar una utopía democrática de votos cruzados o urnas diagonales, porque la esencia de la libertad no es que se acabe donde empieza la de los demás, sino que ninguno de nosotros somos enteramente libres si los demás no lo son. Nada nos es ajeno y nada deja de determinar de algunas forma nuestras vidas. La batalla de la libertad y de la justicia se da en cualquier lugar del mundo y a todos afecta. ¿Quién puede negar que la barbarie más obscena del mundo actual (la guerra de Iraq) no hubiese sido bien diferente si el voto internacional hubiese cortado el ascenso al poder de George Bush en Estados Unidos y si su trunfo no hubiese sido facilitado por las peculiaridades electorales de Florida?

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Estos días lo he pensado a propósito de la tragedia de Virginia y me he sentido "un americano resistente ausente", que no puede impedir la venta libre de armas en ese cacho del planeta. Arreglen la ley electoral, por favor, porque quiero votar también en Virginia.

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