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Ciclismo | Amstel Gold Race

Valverde descubre que ser el más temido no es lo mejor para ganar

Carlos Arribas

Impulsivo y despistado, sofocado, Alejandro Valverde, el temido, vio cómo todos sus compañeros -media docena- giraron la cabeza y comenzaron a mirarlo en el momento decisivo de la Amstel Gold Race.

Faltaban dos kilómetros para la llegada de la clásica holandesa -entre Maastricht y el Cauberg, en Valkenburgo-, que abre la semana de las Ardenas, y el tremendo alemán Stefan Schumacher había lanzado su segundo ataque con su brutal estilo habitual. "Y entonces vi que todos preferían perder la carrera que llevarme con ellos", explica Valverde; "me han dejado la tostada y yo no estaba para tanto".

Así que, mientras Schumacher -de 25 años, que ya ha vestido la maglia rosa del Giro- volaba hacia la victoria, Michael Boogerd, Danilo di Luca, Paolo Bettini, Davide Rebellin y Matthias Kessler, todos en la temida posición en la que cualquier decisión que tomaran era mala para sus intereses, se apartaban y esperaban la reacción de Valverde.

La carrera, habitualmente acompañada del frío y la niebla, se disputó en condiciones veraniegas (24 grados de media, 28 de temperatura máxima), gentileza del calentamiento global.

El ciclista murciano, a quien le espera el miércoles la Flecha Valona y el domingo la Lieja-Bastogne-Lieja, las dos clásicas que ganó el año pasado, pagó finalmente con un sexto puesto su condición de hombre más rápido del grupo y, también, los pecados de despiste e impulsividad.

Cuando el primer ataque de Schumacher, en el Eyserbosweg, el 28º de los 31 que salpican el tortuoso recorrido de la clásica de la cerveza, a 21 kilómetros del Cauberg, Valverde, mal colocado, se quedó encerrado en la estrecha carretera y no pudo responder como lo hicieron Bettini y compañía.

Y tampoco estaba poco después, cuando su fiel Purito Rodríguez pensaba que lo llevaba a rueda para enlazarlo con los fugados. Rodríguez, que iba sobrado, se volvió, no lo vio y paró para esperarlo. Sólo pudo ver la polvareda que le acompañaba. Valverde, como una moto, pasó a su lado sin enterarse. Enlazó solo. "Pero sí que me vieron los de delante y aceleraron más todavía", dice Valverde; "así que para cogerlos me tuve que dar un calentón en el primer repecho, una serie en el llano y otro calentón en el siguiente repecho. Y, encima, querían que tirara yo en la subida..."

Como no podía, ni intentó seguir a Schumacher ni tampoco a Kessler, que arrancó poco después. Se quedó atrás junto a Bettini, quien en broma le agarró al final del maillot como para impedirle esprintar por la quinta plaza. Entraron juntos, sexto y séptimo, los dos mejores del mundo en este tipo de clásicas. El año pasado en la Lieja-Bastogne-Lieja, el cuarto monumento del año -antes se corrieron la Milán-San Remo, el Tour de Flandes y la París-Roubaix- primero Valverde, segundo Bettini; en el Mundial, primero Bettini, tercero Valverde.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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