Manual de ciudad: Rita Barberá
No existe un manual de campaña femenino. Ésta no es tanto una aseveración categórica como una constatación. Las aportaciones a este hipotético constructo son todavía dispersas y, por tanto, debe saludarse, incluso con elogio intelectual, cuando alguien trata de adentrarse por esta vía abriendo nuevos cauces de discusión y debate, como hace el profesor Pau Rausell en su artículo sobre el manual de campaña, publicado en este mismo diario el pasado 16 de marzo.
Se trata de un discurso bien armado en su conjetura inicial pero que peca de una carga sesgada -no ya ideológica, que sería legítima- hacia la opinión interesada cuando la aplica al hecho real. En este caso la candidatura presentada por el PSPV- PSOE al Ayuntamiento de Valencia.
"Las discrepancias con el profesor Rausell se circunscriben a la aplicación práctica de su argumentación"
La tentativa de Rausell parte de una realidad incuestionable como es la cada vez mayor presencia femenina en la cabecera de las listas electorales y que además alcanza países distantes como son Alemania, Chile, Nueva Zelanda, Estados Unidos o Francia. Incluso cuando recoge el grito de ciertos sectores feministas de que la igualdad será un hecho el día que una mujer "incapaz" llegue a la presidencia de EE UU Aunque personalmente me inclinaría porque un hombre "inepto" nunca pudiese llegar a alcanzar dicho rango.
No menos de acuerdo, aunque con matices, puedo sentirme con la distribución de modelos, entre masculino y femenino frente a la política. Una separación tan nítida estaría exenta de lo que podríamos denominar el componente masculino en las mujeres y el femenino en los hombres. ¿Ejemplos? Sitúe el mismo lector a los siguientes personajes en un lado o en el otro de la línea divisoria y comprobará como los límites se difuminan en el intento. Dominique de Villepine, Margaret Thatcher, Indira Ghandi o el reciente vencedor de las elecciones suecas, el conservador Fredrik Reinfeldt. El feminismo es un movimiento global donde se entrecruzan todas las cuestiones del mundo actual, no sólo las específicas de las mujeres.
Contraponer un argumento con una creencia es un error de principio difícilmente soslayable, pues parece querer olvidarse que Rita Barberá, en dieciséis años, ha situado a Valencia en la modernidad cultural con realidades tan palpables, entre otras, como la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el Palacio de Congresos, la ampliación del Palau de la Música, el edificio de Chiperfield en el Puerto, etc.. y la recuperación de decenas de edificios históricos para fines culturales. Cabe mencionar otras renovadas apuestas como la realizada con el IVAM para arte público o en la red de museos municipales, el Museo de la Ciudad, el Almudín, las Atarazanas, la Casa Museo Blasco Ibáñez, el Museo de Historia, el Museo Histórico Municipal y la Casa Museo José Benlliure entre otros así como complejos deportivos-culturales. Reducir esta realidad a un "efecto icónico" y además pretender arrasarlo mediante "argumentos emocionales" es cuanto menos un error en el reparto de papeles. Los argumentos emocionales los ha gestionado sin aspavientos una alcaldesa entregada a la política en cuerpo y alma, cercana al ciudadano y abierta de mente, que ha vibrado con la misma intensidad al conseguir la Copa del América para Valencia, con la victoria de un equipo de fútbol, en un concierto con Rostropóvich, en la reciente exposición de Gerardo Rueda en la Malva-rosa, en la entrega del premio Internacional Julio González a Pierre Soulages, o en las Fallas. Sin necesidad de parapetarse bajo una figura agigantada de cartón-piedra, ha impulsado una ciudad hasta transformarla, esa sí, en icono de la modernidad con una de las agendas culturales más completas de Europa.
Valencia es ya un icono de modernidad, y pretender su gestión amparada bajo el "entusiasmo del voluntariado y focalizado en milagrosas posibilidades" nos conduce a la misma senda antes explicitada, la de la constatación de la derrota cuya única posibilidad es la "creencia, la fe y la milagrosidad", también. Sin embargo, cuando el profesor Rausell introduce otra vuelta de tuerca, tratando de presentar la política como un espectáculo en manos de los guionistas de El Terrat, la arquitectura argumental se desmorona por completo. Cuando el merchandising sustituye al discurso, el humor ingenioso lo tienes que contratar y la ironía inteligente no es parte de la candidata sino que se trata de sustituir "el viejo monitor de tubo por uno rutilante y nuevo de plasma" hay que pensar en desenchufarse de la modernidad de cartón-piedra.
Las discrepancias con el profesor Rausell se circunscriben a la aplicación práctica de su argumentación a las personas, y no tanto a su argumentación propiamente dicha en la que me sentiría cómoda si no fuera porque las aplica -en mi modesta opinión- erróneamente a las personas, pues al igual que la práctica tecnológica no genera conocimiento por sí misma sin la directa implicación del individuo, tal como afirma el profesor Rolf Tarrach, la práctica de ciudadanabilidad no se sustenta sobre técnicas de merchandising o grandilocuentes y gigantescas figuras impertérritas ante la masa, sino más bien sobre la responsabilidad ciudadana, la pertenencia a la ciudad, la participación en el desarrollo de la ciudad, la agradabilidad de la ciudad -estética y psicológicamente-, la generación y ampliación de espacios de solidaridad...
Rita Barberá ha contribuido, de forma decisiva, a crear un icono. Es cierto. Un icono llamado Valencia que hoy permite al valenciano y a la valenciana pasear por el mundo sin tener que explicar nuestra posición geográfica en el mapa. En un mundo hipertextual de clics y de links, realidades como el Museo Príncipe Felipe, el Palau de la Música, el Palacio de las Artes o la ampliación del IVAM conducen a Valencia en cualquier buscador de la pequeña pantalla del ordenador. Y los valencianos tenemos la suerte de vivirlo a pie de calle en el día a día, sin tener que recurrir a la realidad virtual.
Consuelo Ciscar Casabán es directora del Institut Valencià d'Art Modern (IVAM).
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