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Necrológica:
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Jean-Pierre Cassel, actor

Dominó la comedia, el musical y el drama y trabajó a las órdenes de Renoir, Buñuel, Chabrol, Clair, Losey y Altman

Jean-Pierre Cassel fue, durante la década de los sesenta y setenta, la encarnación del francés modelo, sobre todo tal y como lo imaginaba Hollywood. Eso hizo que participase en grandes coproducciones como Aquellos chalados en sus locos cacharros (1965), ¿Arde París? (1965), Oh! Wath a lovely war (1968), Los tres mosqueteros (1973) o Asesinato en el Orient Express (1974).

Alto, elegante, una silueta perfectamente reconocible y que se ha mantenido sin cambios hasta su muerte a los 74 años, Cassel había nacido en París en 1932, hijo de un médico y una cantante de ópera. Del primero guardó el sentido de la discreción, de la segunda el talento artístico. Cassel, que en realidad se apellidaba Crochon, sabía, como los grandes actores de ese Hollywood que le reclamaba de vez en cuando, bailar y cantar, era muy bueno para la comedia pero también para el drama. Lo hacía todo bien y con facilidad. Admiraba por encima de todos los demás actores a Fred Astaire.

Debutó en el cine en 1952 procedente del teatro, una forma de expresión que nunca abandonó. Su popularidad en Francia se cimentó gracias a sus películas a las órdenes de Philippe de Brocca, Les jeux de l'amour (1959), Le farceur (1960), Un monsieur de compagnie (1964); o de Claude Chabrol, Los siete pecados capitales (1961), Las mayores estafas del mundo (1963), Folies bourgoises (1976), La cérémonie (1995). También por sus intervenciones en cintas de Jean Renoir, Le caporal epinglé (1961); Claude Autant Lara, En cas de malheur (1957), o Michel Deville, L'ours et la poupée (1969) y Le mouton enragé (1973).

Trabajó con algunos grandes nombres de la historia del cine: con Buñuel en El discreto encanto de la burguesía (1972); con Robert Altman en Vincent and Théo (1990) y Prêt-à-porter (1994); con Joseph Losey en La truite (1982); con René Clair en Les fêtes galantes (1965), o con Jean Pierre Melville en L'armée des ombres (1969). Juan Antonio Bardem le imaginó como profesor de francés en un instituto de una siniestra ciudad castellana en Nunca pasa nada (1964).

Jean-Pierre Cassel era el padre del también actor Vincent Cassel, con el que coincidió en Les rivières pourpres (2000), de Mathieu Kassovitz. A pesar de que llevaba enfermo desde hace tiempo, eso no le impidió trabajar hasta el último momento: en el próximo festival de Cannes se estrenará la película Le scaphandre et le papillon, de Julian Schnabel, en la que tiene una pequeña intervención, y queda pendiente de estreno Astérix en les Jeux Olympiques, en cuyo reparto también figura.

En contra de la impresionante carrera de Jean-Pierre Cassel, con una centena de títulos, ha jugado la escasa querencia de la industria cinematográfica de su época por cultivar el musical, un género en el que habría destacado como excelente bailarín y rey de las claquetas.

En su momento, Cassel realizó una gira internacional al frente del musical Chorus line y en más de una oportunidad había subido al escenario para cantar temas de Gershwin, Cole Porter o Irving Berlin. Y también ha jugado en su contra la aparente facilidad con que lo hacía todo, el que tuviese la elegancia -a la manera de un Cary Grant- de no subrayar el esfuerzo que había detrás de sus prestaciones.

Uno de sus colegas de generación, Jean Rochefort, ha sabido definir a la perfección lo que simbolizaba Cassel: "Una vida burbujeante como el champán".

Jean-Pierre Cassel, en el Festival de Cannes de 2006.
Jean-Pierre Cassel, en el Festival de Cannes de 2006.REUTERS

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