De Canet a Gestmusic
Los tres miembros de La Trinca que ayer presentaron parte de su obra completa discográfica sumaban 63 años cuando empezaron su carrera. Hoy suman 180. En el ínterin, han ocurrido tantas cosas que ni ellos ni su público, que llegó a ser tan fiel como numeroso, podrán asimilar todo lo que desearían recordar. Quizá por eso, esta oportuna recopilación (La Trinca, 20 anys de cançons, 4 CD y 1 DVD) permitirá recuperar un espíritu que nunca merecerá medallas de oro, ni dignísimas disensiones, ni una atención sesuda por parte de los historiadores. Si cuando el grupo empezó se acusaba a La Trinca de pachangueros y de horteras, de ser carne de cámping y de fiesta mayor, hoy se subraya el dinero que, en las últimas décadas, se han embolsado Toni Cruz y Josep Maria Mainat en su reencarnación de productores televisivos e inventores de Gestmusic. Están acostumbrados, pues, a que les critiquen.
Los ex trincos, Josep Maria Mainat, Toni Cruz y Miquel Àngel Pasqual, se reúnen para publicar 'La Trinca, 20 anys de cançons'
Todo empezó en Canet, con una amistad adolescente y un trío de instrumentos (contrabajo, guitarra y banjo) que aliñaba un repertorio aparentemente destinado a turistas ávidos de sol, sangría y toros. Por el camino del éxito se tropezaron con Salvador Escamilla, el primero que supo darse cuenta de que la recuperación del catalán no sólo pasaba por el mitin y el sermón, sino también por ámbitos más primarios de la existencia como el baile, el cachondeo y una tradición de letras sarcásticas más respetable que la de muchos presuntos vanguardistas (Escamilla estaba ayer en la presentación, desoyendo algunos consejos médicos y destilando ironía veterana). En aquel contexto, muchos creían que La Trinca era una anomalía manoloescobariana que, en lengua vernácula, se ponía a disposición de una irreverencia demasiado lúdica dadas las franquistas circunstancias. Que La Trinca pareciera divertirse tanto cantando resultaba sospechoso. Era, por supuesto, un diagnóstico tendencioso, ya que, como demuestra esta recopilación, el legado del trío incluye mucho cachondeo, pero también sutileza en adaptaciones, aciertos en las letras, trabajo en las parodias, atrevimiento en los arreglos, gusto en la elección de mitos a los que destripar, rigor en los músicos, imaginación en la escenificación y una impresionante lista de avales: Antoni Ros Marbà, Jaume Picas, Francesc Burrull, Maria Aurèlia Capmany, Jaume Vidal Alcover, Pere Quart, Terenci Moix, Perich o, con efectos retroactivos, el mismísimo Pitarra.
En la presentación, los miembros del trío (Josep Maria Mainat, Toni Cruz y Miquel Àngel Pasqual) se prestaron a una sesión conjunta de fotografías desde el mirador del restaurante El Xalet, una de las inversiones del dúo Cruz-Mainat. Tener cierto derecho sobre semejantes vistas es un privilegio al que sólo se accede a determinada edad y con eso que los cursis denominan estatus. Después de las fotografías, hubo una breve rueda de prensa en la que, corriendo un tupido velo sobre posibles desaveniencias pasadas, se les preguntó si volverían a reunirse. La fiebre de la reunión de viejos grupos es una consecuencia de la industria de la nostalgia (empezó con los apóstoles, continuó con los mosqueteros y ha culminado con el grupo Police), pero si nos atenemos a las respuestas de los ex trincos, la posibilidad de regresar es, más que remota, imposible. Más que volver a los escenarios, los tres ponían cara de desear volver a sus respectivas ocupaciones actuales. Àngel Casas, una de las caras veteranas del sector que ayer acudió al encuentro, ejerció de presentador y los tres protagonistas se sucedieron en el uso de la palabra para demostrar la tardanza con que la Generalitat ha concedido la Medalla de Oro a los Setze Jutges (Cruz); lamentar que no existan nuevos grupos que retomen la crónica satírica de la actualidad (Mainat), o recordar la vigencia de una letra que celebraba el primer Estatuto recuperado (Pasqual).
Las cámaras y la organización respondían al dominio del género y estaban a años luz de la inocencia formal y de la inconsciencia que desprendían aquella vocación por un estilo de canción que Mainat definió como coreables, de "gresca i de costellada". La operación que rescata estos trabajos, largamente perdidos en un laberinto de derechos y discográficas, saciará parte de la curiosidad de una militancia que abarcaba desde los niños a los abuelos pasando por toda clase de cuñadas, yernos y tietes. Luego, cuando los protagonistas ya habían regresado a sus múltiples obligaciones, allí nos quedamos un rato, saboreando el sol de primavera y las vistas, charlando con viejos amigos, degustando las delicias del cattering (ideales para devorar tarareando mentalmente la canción Mort de gana) que iban trayendo impecables camareros y comprobando que el espíritu más irreverente de la transición, con sus costellades militantes y su capacidad movilizadora, está muerto y enterrado. Lo dijo Mainat: "Antes de la transición todo era oscuro, durante la transición fue increíblemente divertido y después empezó a volverse aburrido".
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