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Tribuna:CIRCUITO CIENTÍFICO
Tribuna
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Acoso a la pareja

En el año 1941, en medio de una guerra que acabaría siendo conocida como la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno de Estados Unidos convirtió un oscuro Comité del Uranio en una Oficina de Investigación Científica y Desarrollo (Office of Scientific Research and Development) con unos objetivos bien definidos y de sobra conocidos, que acabarían concretándose en el multimillonario Proyecto Manhattan, del que saldrían las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

Lo de emparejar la investigación científica con el desarrollo ingenieril (scientific research + engineering development) tenía su intríngulis: se trataba de acortar los a menudo dilatados plazos que median entre una innovación y su producción, debido a las urgencias propias de la guerra, y para ello se pensó que la investigación científica tenía que estar indisolublemente unida al desarrollo.

Así nació el binomio I+D (R&D) que acabaría lexicalizándose, es decir, convirtiéndose en una especie de palabra, de uso más o menos restringido, pero provista de unos contenidos semánticos muy específicos. Por ejemplo, la investigación científica hacía ya tiempo que se venía practicando de una manera sistemática y metódica, incluso con la vista puesta en el Premio Nobel y otros honores semejantes, pero hasta entonces no había solido tener un carácter institucional y muy raramente había sido objeto de priorización política y de financiación regular.

La I+D no era, pues, un simple sinónimo de la investigación científica de toda la vida, sino un concepto nuevo que incluía características novedosas, como su dependencia de alguna institución, su financiación más o menos orientada y su ejecución a través de equipos de investigación.

De aquella oficina gubernamental norteamericana, el concepto y la correspondiente sigla se fueron extendiendo a otras instituciones y así, la National Science Foundation (NSF), en un informe del año 1956, tiene que explicar todavía qué significa la sigla R&D, omnipresente ya en el documento.

De la NSF el término pasó a la OCDE, a la Unesco y a tutti quanti, de forma que cuando la OCDE convocó a un grupo de expertos a un seminario en Frascati en junio de 1963, acabarían redactando ya un manual sobre R&D Statistics and Output.

Así la I+D se hizo académica y pronto empezó a adquirir el glamour propio de la modernidad que venía del otro lado del Atlántico, de la mano del Plan Marshall y de las películas de Hollywood.

El éxito de la pareja R&D atrajo hacia sí a otros envidiosos términos, deseosos de compartir su notoriedad y de este modo comenzaron a proliferar apaños como RD&D (research, development and demostration), RD&E (research, development and engineering), RDT&E (research, development, testing and engineering) y otras coyundas similares, pero la pareja resistió unida y estable y todos estos apaños no dejaron de ser más que unas simples aventurillas pasajeras.

En España, las cosas suelen suceder algo más tarde que en otros países europeos, quizá por lo del ancho de vía, y así nuestra versión castiza de la pareja I+D ha tardado más en ser objeto de acoso por parte de otros conceptos envidiosos y de voluntad adulterina, pero éstos han acabado también por llegar. Lo primero que intentó arrejuntarse con la I+D fue una i pequeñita que representaba la innovación, actividad ésta de gran provecho para los ciudadanos del reino y de cuya diligente aplicación se siguen frutos muy notables para enriquecer la macedonia nacional, pero que no acaba de casar bien con la dinámica de nuestra pareja.

Ha habido otros intentos más en el mismo sentido y así, últimamente, se quiere inmiscuir en la vida de esta pareja una d pequeñita, que representa a la divulgación, actividad asimismo merecedora de todo aliento, por cuanto pretende implicar a la ciudadanía en un mayor conocimiento de la ciencia, empeño democrático donde los haya y de gran utilidad para el sistema científico pero que, de nuevo, supone una intromisión y una falta de respeto hacia el binomio tradicional.

Hablar, pues, de I+D+i+d es algo así como decir "duelos y quebrantos y ensalada de tomate", o bien, "Vilanova i la Geltrú i el Llimonet". Sin duda, que los duelos y quebrantos resultan un poco indigestos como cena y no les vendría mal dejarse acompañar de una ensalada de tomate o, quizá, al municipio de Vilanova i la Geltrú a lo mejor le venía bien crecer por la zona de El Llimonet, pero en ninguno de los dos casos estaría bien que se intentase forzar la tradicional naturaleza bipolar de los conjuntos originarios, hasta el extremo de convertirlos en otra cosa. No crean ustedes por todo lo que les vengo diciendo que pretendo hacerme pasar por representante oficial o portavoz familiar de la pareja I+D; nada de eso. No soy más que un amigo de la familia, uno de tantos, pero aun así me atrevo a pedir públicamente que se les deje en paz en su relación de a dos, una relación a veces armónica y a veces tensa, pero que ha cumplido ya las bodas de oro.

Javier López Facal es investigador del CSIC.

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