Por dignidad
Mañana se estrena en Barcelona la última película de Josep Maria Forn, El coronel Macià, basada en la parte menos conocida de la biografía de Francesc Macià, la que se refiere a su renuncia como militar y paso a la política activa, después de manifestar su desacuerdo con el asalto militar a las sedes de las publicaciones Cu-Cut y Veu de Catalunya (1905) y de oponerse a la ley de jurisdicciones (1906). Es la historia de quien cambió radicalmente de vida para ponerse al servicio de la causa nacionalista y de la independencia de Cataluña, compatible con la libre unión federal con los otros pueblos de España. La proclamación de la República catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica, el 14 de abril de 1931, tenía este sentido. Josep Maria Forn ha hecho una película republicana, centrada en la conversión de un teniente coronel del Ejército español en líder carismático de la nación catalana. ¿Cómo se produce este cambio? ¿Cuál es la razón de una transformación tan radical? La película no cierra la respuesta, pero sí deja claro el principio político y moral que la sostiene: por dignidad. Por dignidad Macià no toleró que unos militares lanzados al asalto y a la delincuencia fueran tratados como héroes, por dignidad no aceptó que la víctima fuera señalada como culpable, por dignidad no quiso asumir que el catalanismo fuera el problema de fondo de los males de una España decadente, que no había asimilado la derrota imperial.
A veces la dignidad mueve montañas. Macià es un ejemplo. Vivió su carrera militar hasta los 47 años, y entonces cambió hacia un horizonte político que soñó, pero que difícilmente creyó posible alcanzarlo en vida. Pero lo consiguió, proclamó la República catalana y fue el primer presidente de la Generalitat de Cataluña. Macià fue un líder republicano y popular, que no es lo mismo que populista. Macià representa el republicanismo nacionalista, pero no el populismo. Tuvo la valentía de defender sus convicciones frente a la autoridad militar, y se implicó como ciudadano en la lucha por unos ideales, que sólo tenían futuro si contaban con la complicidad activa de los demás ciudadanos de Cataluña. Como ha escrito Anna Sallés, la victoria en las urnas el 12 de abril de 1931 es el resultado de esta complicidad republicana, federal y catalanista, que tiene muchos nombres y una red política compleja, cuyos orígenes se encuentran en los inicios del siglo XX. Macià es la figura política que reúne y lidera esta acción colectiva, nada que ver con el tópico demasiado extendido de un líder populista y redentor de su pueblo.
Precisamente concluyó ayer un interesante debate sobre populismos en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Republicanismo y populismo son incompatibles. El republicanismo incluye necesariamente lo que Kant dejó escrito al definir la Ilustración: la superación por el hombre de la minoría de edad y de la sumisión a la verdad impuesta. Conocer, pensar, decidir y actuar por uno mismo, en libertad. El populismo es todo lo contrario. Busca el asentimiento popular por aclamación. El liderazgo republicano llama a la razón, el liderazgo populista utiliza mensajes simples y demagógicos e invita a los instintos primarios. El republicanismo desarrolla la democracia, el populismo expresa su crisis. El primero exige razonamiento, el segundo va directo a la reacción emotiva. El republicanismo pide una ciudadanía activa, solidaria y crítica, el populismo alimenta una ciudadanía necesitada de un pastor, que la proteja de tanto lobo malo. El líder populista promete seguridad y consigue sumisión, por el contrario no se concibe la seguridad en el republicanismo si no va de la mano de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Las ideas democráticas y republicanas no son posibles sin entender la ciudadanía en la diversidad. Las ideas populistas derivan fácilmente hacia el nacionalismo extremista y xenófobo. El republicanismo implica un pueblo mayor de edad, al populismo le interesa un pueblo en permanente minoría de edad. Próximamente en las elecciones presidenciales en Francia se dirimirá un dilema transcendente para el futuro de Francia y de Europa: o populismo o republicanismo. El mensaje republicano es más difícil porque exige compromiso cívico y moral. Pero no se puede renunciar a los principios republicanos y democráticos, por más tentaciones electoralistas-populistas que se crucen en el camino hacia el poder. Es una cuestión de dignidad republicana.
Cataluña vive, también, un presente que afecta muy directamente a su autoestima y dignidad política: el Estatuto 2006, pendiente de la decisión del Tribunal Constitucional. Los obstáculos a la reforma estatutaria catalana se suman a una inaceptable discriminación que sufre Cataluña en materia fiscal e infraestructuras, como demuestra de forma demoledora un reciente artículo de Jordi Maluquer de Motes en la revista L'Avenç de este mes de abril. Es ya imposible aguantar un nuevo atropello. Una sentencia negativa del Tribunal Constitucional significaría una desautorización de las Cortes Generales y de la decisión del pueblo de Cataluña mediante referéndum. Tendría fuerza jurídica pero carecería de la más mínima autoridad moral y política. Todo el mundo conoce cuál es el origen de la elección y composición del Tribunal y, por tanto, la ficticia independencia del mismo, especialmente en asuntos de profundo calado y trascendencia política. El Partido Popular no puede condicionar el final del Estatuto mediante su ascendente sobre una parte de los miembros del Tribunal. Esto supondría el final del Tribunal Constitucional como institución de prestigio e independiente. Y, principalmente, un golpe muy duro contra la democracia constitucional. Una decisión faccional no puede imponerse sobre todo un Parlamento, sobre todo un pueblo. Por dignidad no se puede aceptar.
de Barcelona.
Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad
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