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Juicio por el mayor atentado en España
Columna
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Unos por otros, la casa sin barrer

El mes de febrero de 2003 entra en su última semana. El confidente de la Guardia Civil, un ciudadano marroquí llamado Rafá Zouhier se reune en Madrid con Víctor, un alférez a cargo de recibir las informaciones. Rafá es una especie de Supercon, esto es, un confidente categoría A-1, solvente por los datos y fiable por la información que suele proporcionar para localizar a delincuentes de droga o de tráfico de armas. Esta vez tiene datos nuevos, diferentes. Están referidos a otra trama: el tráfico de explosivos. Dice Zouhier que en Asturias pulula un personaje llamado Antonio Toro, a quien conoció en la cárcel de Villabona, y que ofrece explosivos. Asegura, cuenta Zouhier, tener capacidad para vender hasta 150 kilos de Goma 2.

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La fuerza actuante

Unos días más tarde, Zouhier le entrega al agente un bote con unos agujeritos. Contiene una sustancia amarillenta. Se consulta a los expertos. Apuntan que se trata de una dinamita antigua. No tiene, señalan, mucho valor porque está muy deteriorada. Pero los datos no pasan inadvertidos. La UCO monta una operación en Asturias. Zouhier viaja con costes pagados y se controla el encuentro entre Toro y el confidente.

Un par de informes plasman el relato de hechos a finales de febrero, el 27, y primeros de marzo, los días 6 y 10. La Comandancia de la Guardia Civil de Asturias está alertada. La UCO ha terminado su trabajo. Pero durante el año que separa aquella información sobre Toro y los atentados del 11-M, el confidente no vuelve a regar informativamente la historia. No hay seguimiento. Zouhier no tiene más datos. O no los aporta. Hay un distanciamiento con la fuente.

La Guardia Civil de Asturias, ¿qué hace con la primicia? El jefe de los que controlaban a Zouhier, el capitán Paco, declaró ante la Comisión del 11-M el 27 de julio de 2004 estar "convencido de que la Guardia Civil de Asturias hizo algo". Y añadió: "No sé qué hizo, pero estoy convencido de que hizo algo. No sé si mucho o poco".

Ayer, otros dos guardias civiles, uno de ellos el capitán Paco, han dado cuenta de estos hechos, en la saga ya iniciada en el juicio oral por Víctor, el controlador directo de Zouhier, aquel que olvidó mencionar el chivatazo tanto ante el juez Juan del Olmo como ante la comisión de investigación del 11-M. El oficial de la Guardia Civil, el capitán Paco, nombre con el cual declaró ante la Comisión del 11-M el 27 de julio de 2004, habló ayer con respeto de Zouhier, quien desde la pecera de cristal siguió con seriedad los interrogatorios.

Es difícil entender y menos justificar la lógica metodológica del capitán Paco y de sus subordinados. Según declaran, la sección fuentes, en la que trabajaban por aquellos días, no investiga. Se limita a hacer una información, la comprueba siempre que sea posible y la transmite o bien a la unidad territorial correspondiente, en este caso Asturias, o a la unidad del grupo que lleva adelante esta investigación. Se supone que una coordinación posterior mantendrá un control sobre todo este proceso. ¡Pues, no!

La sensación que emanaba ayer de la vista oral era justamente esa: unos por otros, la casa sin barrer. Porque antes del relato de los guardias civiles operativos, los inteligentes, prestaron declaración dos guardias civiles de tráfico. Tuvieron el honor de parar a El Chino en carretera, por Buitrago de Lozoya, el 5 de diciembre de 2003.

Llevaba un fajo de billetes de 50 euros. Portaba en el vehículo cuchillos. Levantó sospechas, claro. En el maletero llevaba ropa de El Corte Inglés con las etiquetas y precios. La persona estaba muy nerviosa y su actitud era "chulesca". El Chino -moreno, gafas, pelo corto chaqueta marrón- se identificó como Youssef Ben Salah con un pasaporte belga y les llamó racistas por dudar de él. Bien. El dueño de un taller le trasladó a Vallecas o Lavapiés. "La persona estaba muy nerviosa y su actitud era chulesca" recordó ayer el guardia civil.

Eso sí: por los cuchillos se hizo una denuncia.

Rafá Zouhier.
Rafá Zouhier.SCIAMMARELLA

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