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Columna
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Mejor solo que mal maridado

El viernes pude ver el programa de TV-3 En clau de vi, presentado por Marcel Gorgori. Se trata de un espacio dedicado al vino, que cuenta siempre con un invitado. En esta ocasión era el músico Pep Sala y, para presentarle, Gorgori leyó algunas frases dichas por él sobre el líquido en cuestión (por no decir caldo). La primera era ésta (traduzco): "El 50% de un vino es la comida con la que lo acompañas y el otro 50% es la compañía en la que te lo bebes". Y la segunda, que es la que me llamó la atención, era ésta otra: "No hay nada más triste que beberse un Cristal o un Clos Erasmus tú solo".

De la primera, nada que decir. Si no, que se lo cuenten a los mendigos que comparten los cartones de vino en la plaza de la Catedral. En cuanto a la segunda, pues, ya comprendo que es una exageración debida al contexto, y ya sé que a Pep Sala hay muchas cosas que le parecerán más tristes que beberse un vino bueno en soledad. Como por ejemplo, hablo por mí, que los componentes de Andy y Lucas hiciesen una versión de Boig per tu. Pero, de todas formas, de sus palabras me quedo con esta idea, que se repite a menudo: es triste disfrutar de la comida y de la bebida en soledad. ¿Por qué? Para mí, la gente que se bebe un Cristal o un Clos Erasmus en soledad, merece todo mi respeto. Yo, merezco todo mi respeto.

Algunas veces he visto en restaurantes caros de Barcelona a hombres que cenan solos y no son críticos gastronómicos. El otro día vi a una mujer que se estaba comiendo un solomillo de 300 gramos (la oí pedirlo) y un vino estupendo. Y aunque, es cierto, no podía comentar con nadie lo de pero qué ricos matices a pimienta y frutas del bosque tiene este caldo..., se la veía la mar de feliz. Cuando llega marzo, época en que servidora recibe la liquidación de los derechos de autor, siempre me invito a comer a mí sola a un sitio elegante. Pido un vino que me guste y me lo bebo a la salud de mis atractivos lectores. Me gusta hacerlo de manera privada. Y las personas que amo y admiro saben ir a comer y a beber sin compañía, lo que no les parece nada triste. También van a comer conmigo, claro. Y en las coctelerías que frecuento, hay algunos clientes que beben solos y son clientes tan antiguos y respetados que entre los demás parroquianos se ha acordado que el sitio en el que se acodan normalmente les pertenece, así que, cuando entran, se lo cedemos. Muchas veces, voy allí a leer el periódico y a apuntar cosas mientras tomo un cóctel en soledad.

Sin embargo, Pep Sala puede alegrarse. Cada vez es más difícil cometer el acto triste de comer y beber vino solo. A algunos dueños de restaurante les rompe el corazón que los comensales no vayan siempre en grupos de 20. Por ejemplo, hay un local en la calle de Còrsega que tiene nombre de cuento, en el que no hace mucho un amigo entró para cenar solo y le dijeron que no aceptaban a personas solas si no era con reserva. Cuando este amigo les preguntó por qué razón no podía cenar (había mesas vacías) le contestaron que preferían esperar a ver si las mesas pequeñas se ocupaban por dos personas por lo menos. Mi amigo estaba dispuesto a pedir todo lo que hiciera falta para que el honesto dueño del lugar no perdiese dinero con él, pero no sirvió de nada. No tuvo más remedio que volver acompañado de otra persona al cabo de un rato. Entonces, todo era correcto. Así que él y su acompañante pidieron una ensalada para compartir, media botella de vino, unos caracoles para compartir y un postre para compartir. Y ya no tuvieron valor de hacer eso que hacen las parejas que van a cenar, que consiste en pedir un té y estar tres horas bebiéndoselo mientras los desolados camareros miran el reloj, de pie. Luego, se fueron a un frankfurt y se pusieron las botas.

moliner.empar@gmail.com

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