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LA CRÓNICA

El señor Biscaia

Si no fuese por el señor Biscaia, aún hoy estaría en el mismo sitio en el mostrador de la perfumería. Fue él quien me pagó el arreglo de los dientes, me hizo enderezar esta cosa en la nariz y me puso al frente de la boutique para tener una vida decente: ¿cómo podía ser ingrata, cómo podían ser ingratos mis padres? Para colmo el piso a mi nombre, amueblado, y por no ser ingrata tengo la foto de él en la sala, en el estante de la enciclopedia, junto al bar con las botellas de licorcito de naranja, que el estómago del señor Biscaia es sensible y, de vez en cuando, viene aquí a conversar, a darme unos consejos, opiniones de un amigo que tiene más experiencia de la vida que yo, que siempre fui una ingenua con los ojos tapados y cualquier persona me engaña.

Dios me libre de meter aquí en casa un idiota cualquiera que se empina pero con los bolsillo vacíos

El señor Biscaia pasa por la boutique de tiempo en tiempo, comprueba las cuentas, me ayuda, cuando es necesario discute con los abastecedores y equilibra el presupuesto. Que discute es una forma de decir, porque el señor Biscaia no discute, propone, y si el señor Biscaia propone las personas no vacilan en aceptar. Tiene una forma de resolver los asuntos sin levantar la voz que deja sin palabras a todo el mundo. Y cuando se marcha se mantiene un silencio de respeto que dura toda la tarde. Su esposa, pobre, padece de un problema en la columna, nunca lo acompaña. Me informaron de que es una mujer hija de gente rica, y al principio fue ella quien ayudó al señor Biscaia a poner los negocios sobre ruedas. Por consideración a la enferma, el señor Biscaia no se quita la alianza ni ha pasado, en los cinco años que esto dura, una noche conmigo. Vuelve a su casa después de cenar y soy yo quien le hace el nudo de la corbata porque tengo mano para esas cosas y para él el nudo de la corbata es un enigma una vez bebida la quinta copita de licor de naranja. El señor Biscaia se levanta del sofá, informa

-Me voy al patíbulo

lo ayudo a llegar hasta el ascensor y me quedo junto a la ventana viendo cómo el coche se sube a las aceras hasta que llega a la esquina. Supongo que después de la esquina se mantiene más o menos: que yo recuerde, nunca he visto al señor Biscaia con un codo escayolado. Camino del patíbulo me deja en el cenicero media docena de billetes por cualquier imprevisto, que el día de mañana no se sabe lo que puede pasar, mis padres se dedican a envejecer y las farmacias y las consultas cuestan un ojo de la cara. Con la jubilación que reciben soy yo la que lleva el timón de la casa y el señor Biscaia, sensible y atento a los problemas de los demás, pone remedio a la cuestión.

A pesar de la gratitud que le debo no soy capaz de tratarlo de Artur: me he habituado a llamarlo señor Biscaia y no sirve de nada insistir porque de Biscaia no salgo. Opina que le crea dificultades que yo le diga

-Señor Biscaia

en los momentos en que estamos, por decirlo de alguna manera, más próximos, unas veces él en el sillón y yo en el brazo del sillón, otras en la cama de estilo llena de adornos que menudo trabajo da limpiar: cosas torcidas, roscas, conchas de cedro, cornucopias, una botella entera de aceite para dejarlo todo en condiciones, el señor Biscaia

-No me trates de señor Biscaia que no me empino

y yo intento suspirar

-Artur

pero no me sale, o sea sí consigo el suspiro y sin embargo el

-Artur

se atasca, para mí el señor Biscaia no tiene cara de Artur, tiene cara de señor Biscaia, la autoridad, las facciones, las hebras de pelo estiradas una a una de una oreja a la otra y que con el esfuerzo se sueltan, la dentadura que él acomoda con la lengua pidiendo

-Espera

o con el pulgar si la lengua no llega y las muelas de arriba del señor Biscaia mezcladas con las de abajo, al cabo de media hora de lencería y trabajo el señor Biscaia se empina un poco que siempre es mejor que nada, yo casi entre aplausos

-Qué hombre

y la reacción desaparece, debe de haber comprimidos para bajones así y sin embargo está claro que no voy a ofender al señor Biscaia hablando de pastilla, me cambio de peinado, me pongo unos pendientes largos, me rocío con agua de colonia española y el señor Biscaia, enfadado consigo mismo

-Qué disgusto

el señor Biscaia derrotado

-Tráeme una copita de licor

con la esperanza de que el licor lo ayude y no lo ayuda, dicen que el marisco es infalible en casos de imposibilidad y yo venga con platitos de gambas, percebes, el señor Biscaia irritándose

-Sácame eso de aquí

y cuando me voy para cambiarme el sostén lo encuentro panza arriba en la cama de estilo mirando el techo con odio a pesar de las gafas en la mesilla de noche. Cuando el señor Biscaia se quita las gafas se queda más desnudo que vestido, parece otra persona, y entonces lo distingo por la cicatriz de la mejilla, el señor Biscaia

-Es inútil que insistas

de manera que me quedo allí haciéndole compañía y sintiendo los hervores de su decepción y de su vergüenza. Con un esfuerzo que sólo Dios sabe lo que me cuesta logro un

-Artur

penoso con una última esperanza y el señor Biscaia, siempre tan educado, suelta un

-Artur y una mierda

que debe de oírse en la Junta de Distrito a tres calles de distancia. No me lo tomo a mal: si no fuese por el señor Biscaia, aún hoy estaría en el mismo sitio en el mostrador de la perfumería y esas atenciones cuentan. Mis padres me enseñaron a ser agradecida y lo soy, le doy valor a quien se interesa por mí. Mi madre no para de advertirme

-No pierdas a Biscaia

(en la hora de los consejos se le olvida el señor)

añade después de reflexionar

-Si pierdes a Biscaia estamos fritos

y tiene razón, porque no hay muchas personas con la bondad de él. Tiene su carácter, quién no tiene su carácter, de vez en cuando unos gritos, unos celos, unas miradas de reojo a todo hombre que pasa, un empleado suyo pendiente a ver con quién converso y diciéndome por la comisura de los labios.

-Debes ser fiel a Biscaia

yo que siempre fui fiel al señor Biscaia, Dios me libre de meter aquí en casa a un idiota cualquiera que se empina pero con los bolsillos vacíos, yo no ofendo a quien me ayuda, sé poner a las personas en el lugar que se merecen, y sé cuál es mi lugar, conmigo el señor Biscaia puede dormir en paz. El otro día me aseguró que si se muere su esposa nos casamos. Cuando se lo conté a mi madre casi se desmaya de la alegría. Para el año que viene, el señor Biscaia prometió que les regalaría un pisito en condiciones, por aquí cerca, dado que mi madre me ayuda en la cocina y a planchar la ropa y al señor Biscaia le gustan las casas limpias. Mi problema es si él se enferma o algo por el estilo, un virus en el hígado, un ataque. Lo mejor, en mi opinión, es no pensar en eso y hacerme a la idea de que el señor Biscaia es eterno. Por ese lado estoy tranquila: mi madre conoce a una vieja con poderes y la vieja le ha dicho que una tarde de éstas, cuando menos se lo espere, seguro que el señor Biscaia se empina.

Traducción de Mario Merlino.

FERNANDO VICENTE

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