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Columna
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Inexplicable

Juan José Millás

A punto ya de salir de viaje, descubrí una pequeña fuga de agua en el cuarto de baño, detrás del lavabo. Tras observar la cadencia del goteo, pensé que si colocaba debajo de la tubería un vaso, a mi vuelta no estaría lleno. Pero me inquietaba la idea de salir de casa sin dejarlo todo en perfectas condiciones. La alternativa de cerrar la llave de paso significaba clausurar el riego automático y condenar a muerte a las plantas de la terraza, que son mi compañía más fiel. Probé a sofocar la hemorragia con un poco de cera primero y luego con una cinta aislante especial, pero la presión del agua acababa venciendo todas las resistencias. Finalmente coloqué un recipiente de cocina algo mayor que un vaso, para prevenir una crecida, y, poseído por un malestar inexplicable, me fui al aeropuerto, donde tomé el avión cargado de presagios funestos.

Estuve fuera de casa una semana, sin tiempo para darme a la melancolía, a la que soy propenso, pues tenía reuniones de trabajo desde la mañana hasta la noche. Sin embargo, de vez en cuando, en medio de una comida, me acordaba de la gota de agua y la sentía caer dentro de mí. Unas veces me daba la impresión de que la fuga se producía en el paladar y así, mientras fingía prestar atención a mis interlocutores, sentía un goteo de saliva, procedente de esa bóveda orgánica, sobre la superficie de mi lengua. En otras ocasiones, encontrándome en la cama del hotel, me despertaba una sensación de ahogo, como si se me estuvieran inundando los pulmones debido a la rotura de una arteria. Me incorporaba angustiado e imaginaba la fuga de agua del cuarto de baño, viviéndola como una enfermedad moral por la que no podía hacer nada.

El último día del viaje me estuvo goteando el ojo izquierdo de manera continua. Empapé cuatro pañuelos de papel antes de subir al avión, donde, quizá por la sequedad ambiental, cesó el flujo. Abrí la puerta de casa con el corazón en la garganta, temiéndome lo peor, y corrí al cuarto de baño, donde comprobé con estupor que la fuga se había arreglado sola, de manera espontánea. Sorprendentemente, no sentí alivio alguno. No había agua, de acuerdo, pero ¿y mi malestar? ¿Qué era aquello que continuaba goteando dentro de mí?

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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