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Columna
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La delicada fuerza de la Generación P.

El capitalismo puede contribuir a que una sociedad sea rica e incluso libre. Pero no se querrá que encima nos haga felices. The Economist se expresaba así en un número dedicado a la felicidad, un bien que de hallarse incrustado en los recodos de la existencia ha sido focalizado y tratado como el mineral más rico en los tiempos del consumo y el placer. Los mil libros dedicados a lograr la felicidad son el gigantesco indicio de su desaforada demanda. No basta la justicia, el orden, la libertad, la seguridad. La sociedad moderna se optimiza con la guinda feliz.

¿Felicidad para todos? No sería imaginable cualquier otra enunciación. ¿Felicidad desde el bienestar material? No sería aceptable en la era de los objetos y el superconsumo otra consideración. Se tratará, en adelante, del firme derecho a la felicidad personal a través de la buena, masiva y surtida comunicación entre las gentes, la generosa regulación del trabajo y el descanso.

El derecho a ser feliz encuentra su correspondencia en el ejercicio de las nuevas tecnologías de la comunicación y no sólo en los gozos informativos, emocionales o lúdicos, sino también en la aspiración política.

Puesto que una política inédita surge de esta fácil y famosa intercomunicación nacional o global y de la que nacen estos días numerosas asociaciones ciudadanas que, sin etiquetas partidistas, persiguen mejorar el modo de vivir. Este movimiento que tendrá presencia en las próximas elecciones municipales y autonómicas españolas no se agota en un buenismo testimonial. Su meta es obtener grados de poder real para hacer reales sus proyectos desde una ordenación más propicia para la felicidad, una sociedad mejor a partir de los deseos conjuntos de los usuarios y vecinos. ¿Un nuevo poder?

Thierry Mallet le llama "El quinto poder" y Fred Turner ha recibido este fenómeno como la emergencia de una inesperada potencia que recuerda a la Contra-Cultura de los años setenta. Ahora se llamaría Ciber-Cultura y sus actores formarían la "Generación Participación". Una "Generación P" de Tierry Mallet compuesta no por clases o edades determinadas sino por una variable multitud conectada a través de las nuevos medios.

Gentes del ordenador, del SMS y del móvil político, cooperadores de la Wikipedia y la Web 2.0, entusiastas de la apertura del conocimiento, la música, los vídeos o el software. Guerreros y poetas del blog, vigilantes y delatores del especulador.

Sobre esta realidad es posible trazar impensadas utopías. Será todavía pronto para atribuir a la meta un perfil pero desde la caída del Muro de Berlín nunca se contó con horizontes más estimulantes. Ciertamente, el mundo de Internet podrá ser colonizado, privatizado, manipulado, marcado, pero la resistencia se encuentra enraizada de antemano y en manos de los millones de ciberpobladores, alertados y activos.

Si una batalla ideológica decisiva se juega pues actualmente sus pugnas bullen en los entornos de la Red, no sólo dentro sino en las afueras donde el movimiento se concreta en protestas callejeras, en animosas organizaciones de usuarios y consumidores, en ciudadanos de última generación que descartan a las viejas organizaciones políticas y sindicales. Porque, en suma, la reivindicación no se caracteriza aquí por la exigencia del abastecimiento o de la libertad a secas, de la justicia o la sanidad de antaño, sino también por la reclamación de condiciones, no sólo materiales, que hagan posible la felicidad humana.

La Generación P no se reconoce en insignias, ni encuadramientos, sino en el aire del tiempo. Esta cohorte ha aprendido activamente en manejo de los medios y ha sufrido el deterioro de las instituciones, ha conocido el saludable efecto de la intercomunicación y abomina del trabajo abrasivo, la cotidianidad especulativa, el aislamiento y el fomento de la depresión. No se deleita en el individualismo de los años noventa sino que tiende a ser solidaria, sostenible y participativa en coherencia con la ilusión de una dicha y un mundo mejor, deliberadamente construidos.

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