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Columna
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Pascua florida

Las sagradas formas de la liturgia, rito, pompa y ceremonia, se imponen de nuevo sobre el fondo del mensaje evangélico, la jerarquía apostólica, representada por su vicario en Madrid, decreta el cierre de una parroquia del Puente de Vallecas por sus incorrecciones litúrgicas, el formidable aparato de la Iglesia Católica tiene respuestas, coartadas para todo. Solo la Iglesia, y el Ejército, o la Magistratura exhiben tanta pasión por los uniformes; oficiar misa sin determinados ornamentos vestimentarios, en vaqueros y jerséi, sin alba, ni estola, es un grave pecado de lesa desobediencia, casi tan grave como repartir la comunión en trozos de pan regados con vino de Málaga el Domingo de Resurrección, cuando los curas de San Carlos Borromeo ya sabían que monseñor Rouco estaba haciéndoles la Pascua florida.

Clausurar una parroquia debería ser también pecado mortal contra la caridad

Para una jerarquía tan ritualista y protocolaria como la católica, clausurar una parroquia de barrio unos días antes de la Semana Santa, su festividad suprema, celebración entre otras del amor fraterno, debería ser también pecado mortal contra la caridad cristiana y el amor al más prójimo de sus prójimos, próximos, a sus hermanos de fe y de oficio. Pero Rouco ha cometido otros pecados más veniales, uno contra la imagen de la Iglesia, iglesia crispada en tiempos de crisis de vocaciones y de fieles, y otro pecado, el de provocar enfrentamientos extemporáneos excluyendo del templo a los excluídos, a los pobres y marginados, que según la doctrina evangélica habrían de ser sus inquilinos más preciados: "Las prostitutas os predecerán en el reino de los cielos".

Clamor mediático y escándalo farisaico, los católicos conservadores, fieles observantes de la ortodoxia y la liturgia, se quejan de la reacción airada de sectores ateos y descreídos contra la decisión del Sanedrín episcopal. Según sus estrechas miras no deberían tener vela en este entierro los que no son de la parroquia; pero la religión es demasiado importante para dejarla en manos de los religiosos, sobre todo en un país donde las manos de la Iglesia reciben subvenciones, exenciones y concertaciones del Estado en función de una pesunta pertenencia de la mayoría del censo, vía bautismo, a su confesión; un país en el que es más difícil, o al menos tan difícil, desapuntarse del catolicismo como darse de baja en una compañía telefónica. Al menos a la empresa de telefonía, la elegimos nosotros mientras que el contrato a perpetuidad con El Vaticano, lo firmaron nuestros padres.

Pero hay otros motivos por los que muchos agnósticos nos rasgamos las vestiduras estos días: la solidaridad -uno no se solidariza con los suyos sino con los otros- y el agradecimiento. Solidaridad en su lucha contra la marginación, la exclusión y la pobreza y agradecimiento por los servicios que nos prestaron, en mi caso al desprotegido gremio de cantautores, en los años difíciles cuando en parroquias de Vallecas, El Pozo, Carabanchel y otras periferias se celebraban asambleas democráticas -y por lo tanto clandestinas- encierros obreros y actos culturales y musicales pesuntamente subversivos para la ilegalidad vigente y sus esbirros. En casi todos los conciertos que, puntuales como misas, acaecían sábados, domingos y fiestas de guardar, siempre había, por lo menos un cantor que se arrancaba con las "preguntitas" de Atahualpa Yupanqui, emblemática canción en la que un abuelo sabio y escéptico interrogado ampliamente por su nieto sobre la existencia de Dios, concluía, sin aclarárselo mucho: "Yo no se si existe Dios, pero si existe se sienta en la mesa del patrón", cito de memoria.

"No nos moverán" cantaban como antaño el domingo de Pascua, feligreses y allegados de la iglesia de San Carlos Borromeo. Les moverán, comentan católicos y agnósticos escépticos y hay algunos que apuntan a una posible recalificación de los terrenos del templo situado en una zona de alto interés inmobiliario.

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