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Columna
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¿Cuándo le toca a Santiago?

Cuando quemaron viva a Juana de Arco en la plaza del mercado de Ruan, en 1431, los jueces ordenaron que se arrojaran sus cenizas al Sena para evitar que se convirtieran en reliquias. Sin embargo, en 1867, los derechistas franceses exaltaban el patriotismo de la Doncella de Orleans. Por oportuna casualidad se encontró una vasija en el faiado de una farmacia de la Rue du Temple, en París, con una inscripción en caracteres del siglo XVII: "Restos hallados en la hoguera de Juana de Arco". Fíjense, los descubrieron trece siglos después de la incineración de Juana y del esparcimiento de sus cenizas.

La diócesis de Chinon, propietaria de la vasija, decidió someter los restos a un análisis científico cuyos resultados resultan sorprendentes. Dentro del receptáculo encontraron un inesperado contenido: una costilla humana ennegrecida, una pata de gato y un trozo de lienzo, muestra de que el cuerpo había sido amortajado. La prueba del carbono 14 indica una datación que oscila entre los siglos VII y III antes de Cristo. La presencia del fémur del gato se explica por la antigua tradición egipcia de inmolar a estos felinos, que consideraban animales sagrados, para acompañar a los muertos. Y la doncella pereció unos diez siglos después.

Poco se sabe de la vida del apóstol Santiago. Sólo que era hijo de Zebedeo, hermano de Juan y uno de los discípulos de Jesucristo. Hay una referencia esencial en cuanto a su muerte: fue decapitado por orden de Agripa, rey de Jerusalén, en torno a los años 42-43. La humanidad estuvo sin noticias de Santiago hasta que en torno al 820 u 830 al obispo de Iria Flavia se le ocurrió decir que los restos de Santiago estaban en Compostela. Así, también por patriotismo antimusulmán, se creó la inventio, y se fundó la sede apostólica de Compostela.

Algo semejante sucedió con el llamado Santo Sudario que se conserva en la ciudad de Turín. El propio episcopado nombró una comisión científica para estudiar su autenticidad. Y como son inteligentes, revelaron ellos mismos los resultados: la faz del lienzo no es de Jesucristo, sino que data de diez o doce siglos más tarde. Pero no pasó nada, porque los crédulos siguen adorando esa falsa reliquia.

En 2000 celebramos un debate sobre este asunto en la Televisión de Galicia al que asistieron Alfonso Sobrado Palomares, entonces presidente de la agencia de noticias Efe; el periodista Fernando Ónega; el que era conselleiro de Relacións Institucionais de la Xunta Víctor Manuel Vázquez Portomeñe y un servidor: todos gallegos. Yo defendí mi tesis: es imposible que los huesos de Santiago estén en la catedral, y probable que pertenezcan a Prisciliano. Entonces el conselleiro me suelta: "Ti o que queres é meter na catedral a un xudeo", lo que revela una mentalidad sospechosa. Le contesté que yo quisiera que estuviese quien le corresponde, y si es gallego mejor. Jesucristo y Santiago eran judíos. Ahí están y nadie se rasga las vestiduras.

Lo que exigimos unos cuantos es que se aplique también la prueba del carbono 14 a esos restos. Si datan del siglo I, pueden ser de Santiago, y se descarta a Prisciliano. Si son del siglo IV, pueden ser de Prisciliano y de ningún modo de Santiago.

Y no pasaría nada. Si se demuestra por las buenas que jamás estuvo el Hijo del Trueno en Compostela, seguirán acudiendo los lectores de Coelho, a los que se añadirían huestes de cristianos de base, amantes de la naturaleza y de viajes iniciáticos a Fisterra.

Los milagros se van aclarando, y es notable que tanto en Ruan como en Turín se deba a iniciativas de las propias autoridades religiosas. Aquí no, y continuamos en el oscurantismo medieval. Le va a pasar a Compostela lo que a Saint Jean d'Angély en Francia. Allí veneran una de las cabezas de Juan el Bautista. Otra se encuentra en la catedral de Amiens. Quise compararlas, saber cuál era la buena: la que tuviera los ojos desorbitados por la danza del vientre de la embrujadora Salomé. Ridículo.

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