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Dibujo al trasluz, cera, diamante y plomo

Las vidrieras son expresión de un arte integrado en la arquitectura y tienen por objeto la cobertura decorativa de los ventanales de edificios singulares. En la Edad Media adquirió su máximo esplendor. Su función primordial consistía en iluminar los enormes espacios interiores de las catedrales mediante vidrios pintados con colorido exaltado y escenas sacras, que permitieran evocarlas a través de la luz como manifestación divina. Fue un fraile benedictino, Teófilo, llamado Roger de Helmerschausen, que vivió al norte de Alemania entre 1110 y 1140, quien teorizara sobre este arte en su libro Schedula diversibus artium.

El vidrio se obtenía de una mezcla de arena silicatada y madera de haya, que se quemaba, lo cual aumentaba el punto de fusión del precipitado obtenido. Sobre él se podía actuar con tintes para la obtención de colores. La figuración se conseguía emplomando los fragmentos de vidrio coloreado.

El artista medía primero el ventanal; sobre un papel, dibujaba a escala reducida la composición pensada para ornamentar la vidriera; en un cartón, y a tamaño natural o escala 1/1, dibujaba la figuración deseada, matizando bien su distinta coloración; encargaba el vidrio y calcaba aquél sobre éste al trasluz, para perfilarlo después con cera y cortar luego los fragmentos con un hierro al fuego. Surgía de este modo una suerte de rompecabezas que unía el conjunto mediante varillas de plomo en sección en forma de hache. Las piezas eran pintadas con grisalla y el rompecabezas era introducido posteriormente en el horno para que la pintura elegida quedara fijada como el esmalte.

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