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Columna
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Fariseos

Incluso para los escépticos que dedicamos la Semana Santa al relajo y el pendoneo, la historia que le da origen, real o imaginaria poco importa, todavía hoy nos puede aportar algunas enseñanzas.

Los evangelios no dicen de un modo taxativo quién condenó a Jesucristo ni por qué, pero del relato se desprende que la decisión fue de todos y de nadie, el resultado de un conflicto de competencias entre Poncio Pilatos y el gobierno autonómico. Ni uno ni otro veían motivos suficientes para dictar pena de muerte contra el acusado, pero ambos cedieron a la presión de unas virulentas manifestaciones callejeras instigadas por los guardianes de varias ortodoxias. Detrás de todo movimiento espontáneo siempre hay una idea, y detrás de la idea, personas que la formulan, la difunden y la preservan en su significado primigenio. En los tiempos de Cristo, esta función la desempeñaban los escribas o doctores de la ley. Los escribas eran fariseos o saduceos. Si había independientes, la Biblia no los menciona. Los fariseos conocían y respetaban la ley, pero creían que la ley debía adaptarse a las circunstancias. Los saduceos, por el contrario, creían que las circunstancias debían adaptarse a la ley y punto. Unos se enredaban en su propia flexibilidad y los otros se estrellaban contra su inflexibilidad. En la evolución de ambas figuras, con la ayuda de la tradición y una dosis considerable de antisemitismo, los fariseos se convirtieron en la imagen del hipócrita que finge escandalizarse de la conducta ajena, la juzga y la condena, pero sólo para promover sus propios fines y ocultar sus propias flaquezas. Los saduceos, a los que el Evangelio otorga un papel de comparsas, sólo han sobrevivido en una expresión coloquial: una trampa saducea, porque se les suponía maniobreros o poco escrupulosos a la hora de cumplir lo pactado. Fariseos y saduceos estaban enfrentados entre sí, a veces de palabra, a veces violentamente. Como no tenían más fuerza que la doctrina, agitaban a las masas hasta que las cosas se salían de madre y ya no había quien las parara. Estuvieron de acuerdo en condenar a Jesús. También en sembrar la rebelión contra Roma. Dios les castigó disolviéndolos en el polvo de la historia entre los siglos I y II de nuestra era.

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