Los judíos de Irán no quieren marcharse
La comunidad hebrea iraní rechaza convertirse en arma arrojadiza entre Teherán y Tel Aviv
Huele a membrillo, arrayán y romero. Aún falta más de una hora para que amanezca cuando una treintena de hombres se reúne para la oración matutina en la sinagoga de Yusef Abad, en el centro de Teherán. Ataviados con la kipá, el chal de oración y diversas plegarias "para el corazón y el cerebro", repiten durante casi dos horas un ritual que ha cambiado poco en los 2.700 años que la comunidad judía lleva establecida en el actual Irán.
Sus 20.000 miembros tienen fuertes raíces en un país que no parecen dispuestos a abandonar a pesar de las declaraciones ofensivas de su presidente y la subsiguiente invitación de Israel.
"Irán es parte de nuestra identidad y queremos quedarnos", dice un líder de la comunidad
"No he oído nada de esa invitación", afirma Farideh Moshiah, una dentista a quien sus correligionarios consideran bastante ortodoxa. En su opinión, sólo los más tradicionalistas están interesados en emigrar. Ella no encuentra problemas en el ejercicio de su fe, aunque apunta que "ahora los asuntos políticos se han mezclado con los religiosos, y [la situación] se ha desviado".
"Por supuesto que sus comentarios nos hirieron, pero no han afectado a nuestra vida cotidiana", asegura el presidente del Comité Judío de Teherán, Cimmak Morsathegh en referencia a las declaraciones de Mahmud Ahmadineyad cuestionando el Holocausto. "No estamos peor que con Jatamí", anterior jefe del Gobierno cuya imagen fuera de Irán era mejor.
"El presidente no sólo ofendió a los iraníes, sino a todos los judíos del mundo", declara el representante judío en el Parlamento, Maurice Mohtamed, quien en su día se quejó públicamente. "Este país ha sufrido distintos avatares en la historia que han tenido su efecto sobre la comunidad judía, a pesar de lo cual nunca ha desaparecido como en Europa u otros países de Asia", añade descartando que el ofrecimiento israelí vaya a tener eco.
"Irán es parte de nuestra identidad, queremos quedarnos aquí y la mayoría no tiene ningún plan de marcharse, sino que desea continuar la vida en su país", dice Morsathegh. Este cirujano subraya que Irán es "un mosaico cultural y religioso desde hace muchos siglos. (...) Como cualquier minoría religiosa en un país confesional tenemos problemas, pero no son tan graves como cree la gente de fuera; lo que sucede es que quieren usarnos para atacar a Irán destacando las malas noticias e ignorando las buenas", asegura Morsathegh.
A la cabeza de esos problemas cita las dificultades para acceder a un empleo público y la ley sobre la herencia (si un judío se convierte al islam hereda todos los bienes familiares). Tanto él como Mohtamed señalan que los más importantes se resolvieron antes de la llegada al Gobierno de Ahmadineyad, incluidas las restricciones para salir al extranjero que sufrieron después de la revolución. "Hasta podemos viajar a Israel", precisa el diputado a pesar de que todos los pasaportes iraníes llevan un sello que prohíbe visitar la Palestina ocupada. "Durante la presidencia de Jatamí, le pedí una cita y le hablé de la necesidad de que se nos concediera una exención especial por razones familiares y religiosas para poder ir a Jerusalén, y desde hace seis años podemos hacerlo".
En la escuela de Abrishami, cerca de la plaza de Fatemeh, los alumnos están preparando la fiesta de Purim. Ese día, que evoca la revelación del plan de Haman para aniquilar a los judíos de Persia, recibirán diplomas y premios. Abrishami es propiedad del Comité Judío de Teherán y el único privado de los cinco colegios judíos de Irán. Aun así, sólo hay un profesor judío en plantilla: el de religión, Robert Khaldar. "Es cierto que por ley el director es un musulmán, pero tenemos libertad para cumplir nuestros preceptos y celebrar nuestras ceremonias religiosas", manifiesta Khaldar. Y como prueba de ello, invita a subir a la sinagoga instalada en el piso superior, donde los alumnos de tercero de secundaria se han reunido para realizar su oración matinal.
El director, Ruzbe Mokhtari, se suma y con gran respeto se pone en pie cuando lo requiere el ritual. "Cada año perdemos 10 alumnos por la emigración de sus familias", reconoce. Pero su destino no es Israel, sino Estados Unidos, la meca de cualquier iraní que desea emigrar. "En los cuatro años que llevo aquí sólo una familia se ha ido a Israel; eran los más pobres", añade. Pero lo que más preocupa a Mokhtari es que al ser un centro pequeño, "no hay suficiente competencia entre los estudiantes".
Mientras Khaldar cuenta la historia de Haman y el sentido del Purim, los chavales, despreocupados, bromean unos con otros. Pero antes de concluir la ceremonia, todos huelen los membrillos, el arrayán y el romero depositados en una mesa, como vienen haciendo sus antepasados desde hace 2.700 años.
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