Lucha por la supervivencia
Un campo largo, seco, duro y rápido condena a los jugadores a pelear hoyo a hoyo
Visto desapasionadamente, espectador neutral, un jugador con la bola perfectamente colocada en el centro de la calle de un hoyo cualquiera del Augusta National Golf Club es la persona del mundo que más razones tiene para dudar. Aunque sea Jueves Santo. O quizás precisamente por ello. Porque en este Jueves Santo de 2007, el cuarto día de una semana sin lluvia, con brisa, el campo de Augusta se presentó por primera vez ante todos como el monstruo inabordable, largo, estrecho, inaccesible, en que sus dueños querían convertirlo para blindarlo frente al jugador del siglo XXI, un atleta potente ayudado en sus desmanes por mil novedades tecnológicas en palos y banderas que reducen todas las ecuaciones del golf a una sola variable: distancia, distancia, distancia.
Y ayer, primer Masters sin lluvia en los últimos años, fue el día del estreno. El día de la venganza. Por eso la desprotección. Aun estando en el centro de la calle, en una terraza privilegiada sobre el campo más hermoso, el jugador lo que ve ante sí es un green que viene a ser algo así como si un mar embravecido, de furioso oleaje, repentinamente se congelara. Montañas deslizantes arriba y abajo, laberintos de caídas y contracaídas, un desafío que convirtió a los mejores golfistas del mundo en seres que peleaban simplemente por la supervivencia. Y así todos. Los españoles, también. Y Tiger Woods por encima de todos.
Phil Mickelson, el zurdo que ha ganado dos de los últimos tres Masters, penó todo el día. Llegó a estar con +76, se rehizo en el 14 y en el 15 y acabó con +4 (76 golpes). Ningún jugador en los 70 años de historia del Masters ha logrado alcanzar la chaqueta verde con un 76 el primer día. El tope hasta ahora, si Mickelson no lo trastorna, es 75. Lo cual es un detalle que alegra bastante al personal en la ciudad de Georgia, aunque sólo sea por la necesidad de repetir clichés de otras épocas. Hace 40 años se dio la era de la alternancia entre los dos favoritos del público norteamericano, Arnold Palmer y Jack Nicklaus. Entre ambos, entre 1958 y 1966, ganaron siete chaquetas verdes (más tarde, Nicklaus, ejemplo de longevidad añadió tres más, la última en 1986).
Y algo así se desea que pase en la primera década del siglo XXI, que un año sea Mickelson el que le ponga la chaqueta verde a Woods y que al siguiente sea al revés. Los dos primeros pasos están dados para que se repita en 2007 la escena de 2005: al mal día de Mickelson se unió ayer la solidez de Woods, ganador de tres Masters en los últimos seis años. El número uno mundial no hizo su primer birdie hasta el propicio hoyo 13º, par 5, con el que borró el bogey que arrastraba desde el 7º. Un nuevo birdie en el último par 5, el 15º, le dio la tranquilidad momentánea del -1, rota con dos bogeys en los últimos dos hoyos. Woods (+1) sigue sin batir el horizonte de 70 golpes en una primera ronda, pero ayer terminó al acecho, 15º, a cuatro golpes de los líderes, de los dos únicos jugadores que derrotaron al campo con claridad, ambos con 69 golpes (-3): el talento inglés Justin Rose quien, como en su última visita a Augusta, en 2004, termina líder el primer día, y el debutante norteamericano Brett Wetterich, un jugador que llega en racha caliente al Masters.
Más fríos estuvieron los españoles. Severiano Ballesteros (+14) no pudo disfrutar, como era su intención; deslucido Miguel Ángel Jiménez (+7); desbordado e irregular Sergio García, que acabó en +4; y peleón, en su estilo, José María Olazábal (+2).
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